Mucho se ha discutido sobre la figura de Marilyn Monroe desde su fatídica muerte una cálida noche de agosto, cuando el fenómeno dejó paso al mito. Desde entonces, su leyenda no ha dejado de crecer, alimentada por libros, documentales, películas y toda clase de obras de ficción de mayor o menor calidad. Tanto es así, que hoy está mejor considerada como actriz y como mujer que cuando vivía. Curioso. Me pregunto qué pensaría de esto.
Lo cierto es que Monroe, a pesar de su inalcanzable belleza y magnetismo — o quizá debido a ello —, fue humillada por productores, agentes e ídolos americanos por igual. Era la estrella más explosiva en la ciudad de las estrellas y, sin embargo, nadie la tomó en serio. Su exuberante imagen se exhibió sin pudor a lo largo y ancho del país para mayor disfrute del público masculino y recelo del femenino. Eso fue hasta que la misma sociedad que la idolatraba, la canibalizó, y todo se volvió oscuridad.
Pero sus problemas no terminaban ahí. Norma Jean tuvo una dura infancia con una madre enferma y un padre ausente que las abandonó a las primeras de cambio. Creció dando tumbos entre hogares de acogida y fríos orfanatos donde forjó su carácter e inició un camino sin retorno hacia su trágico final.
Dividida entre la persona, Norma Jean, y la despampanante Marilyn Monroe, Blonde (2022) de Andrew Dominik intenta descifrar el misterio que fue su vida. Meternos en la piel de una de las mujeres más deseadas e incomprendidas del siglo XX.
Todos, sin excepción, nos sentimos algo culpables cuando la belleza se marchita. Como una flor que crece entre el asfalto o un rayo de sol en un día nublado, Marilyn nos reconfortó el alma. Era alguien diferente, como tocado por una varita mágica. La gran tragedia de su vida es que ella jamás se vio así. Su inestabilidad emocional, carencias afectivas y un entorno destructivo se lo impidieron.
El primer error sería confundir Blonde con un biopic al uso. Dominik adapta la novela homónima de Joyce Carol Oates, quien a su vez tomó algunos fragmentos de su biografía y se inventó otros muchos para crear el libro que conocemos. Por lo tanto, lo que vemos en pantalla no es un recuento de su vida, sino una versión ficcionada de la misma.
Dejando esto claro, hablemos del título que nos incumbe, uno de los más anticipados del año por la comunidad cinéfila. Producida por Plan B y distribuida por Netflix, Blonde está dirigida por el cineasta australiano Andrew Dominik. Un director singular con una filmografía ecléctica.
Debutó con un drama pseudobiográfico titulado Chopper (2000), a la que siguió un magnífico western, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), y un neo-noir, Mátalos suavemente (2012), en el que Brad Pitt canaliza la elegancia canalla de Robert Mitchum.
Una carrera corta, pero remarcable, donde predomina la violencia como leitmotiv y que se corona con esta Blonde, un ambicioso filme que lleva doce años en los infiernos de producción. La historia, que se mueve a menudo entre realidad y ficción, nos embarca en un tenebroso viaje a través de sus hitos más conocidos.
Para lograrlo, Dominik cuenta con la fabulosa Ana de Armas en el papel protagonista. La actriz cubana, imparable en su ascenso a la fama, es indiscutiblemente la sensación del momento junto a Florence Pugh. Después de asomar la cabeza en Blade Runner 2049 y sorprender a propios y extraños en Knives Out, Blonde es su mayor escaparate hasta la fecha y aprovecha cada minuto.
Esta película no se entendería sin ella. Es la piedra angular sobre la que todo gira. El sol que ilumina este sistema llamado Norma Jean. No solo porque se ha entregado en cuerpo y alma al personaje, mostrando un crecimiento significativo como intérprete, sino porque, en cierta medida, sabe lo que significa ser un icono sexual como lo fue Marilyn en su época.
A su alrededor orbitan actores de talla mundial como Adrien Brody, Bobby Cannavale o Julianne Nicholson, quienes interpretan a personajes que, para bien o para mal y normalmente lo segundo, la influyeron.
Blonde es deliberadamente subjetiva. El director rechaza los cánones del género, confeccionando un anti-biopic altamente embriagador y fantasioso que toma muchos atajos en su narración.
Si algo caracteriza el cine de Andrew Dominik, desde luego no es el realismo. Su estilo busca capturar imágenes perdurables a costa de la verosimilitud. Ya en su ópera prima se observaba una predilección por los artificios visuales. Siempre le ha gustado mostrarse y aquí se pavonea como un modelo en la Milan Fashion Week.
En Blonde prima lo audiovisual. Dominik emplea todas las técnicas a su alcance para crear una experiencia inmersiva y angustiosa. Lo que vemos es a menudo repulsivo, pero está filmado con elegancia, generando un bucle de rechazo y fascinación.
La cinta condiciona al público a que anticipe la agonía de su protagonista, sintiendo la misma indefensión que debió sentir ella. Y digo debió porque la única persona que puede asegurarlo ya no está entre nosotros.
La cultura pop pronto le colgó a Marilyn la etiqueta de víctima. Después de arrastrarla por el fango en vida, la beatificaron y conservaron su imagen en una vitrina inmaculada. Hay mucha hipocresía en el tratamiento que se le da y Blonde hace poco por enmendarlo.
Lo único que sabemos es que muy dichosa no fue, de lo contrario no se habría quitado la vida con apenas 36 años. Seguramente no hubo un solo motivo que la empujara a ello, en la vida nunca lo hay.
Mi principal problema con la película es su falta de ambición a la hora de desmarcarse del relato dominante. Dominik arriesga en todas las facetas, menos la que de verdad importa.
El cineasta representa a Norma Jean como el triste personaje de una historia dickensiana de orfandad, miseria y desdicha. Razón no le falta, su vida estuvo plagada de infortunio, pero hay muchas formas de mostrarlo.
La victimización es una carta que Dominik utiliza a menudo a lo largo del filme. Al principio lo hace adecuadamente, ya que quiere hacernos sentir el trauma que marcó su vida. Sin embargo, conforme pasa el metraje y las escenas se repiten, lo que en un principio era necesario, se vuelve monótono como un disco rayado.
Blonde es una película bipolar, capaz de ser una cosa y la contraria a la vez. Por un lado, recrea con exactitud milimétrica fotografías reales de la actriz, pero luego se inventa el resto. Me extraña que un director tan fino como él caiga en el sensacionalismo ramplón, intercalando escenas maravillosamente filmadas con otras de dudoso gusto.
Es extraño y frustrante porque, cuando quiere, sabe impresionar. Hay instantes de puro cine en Blonde, fotogramas exquisitos que serán recordados por miles de espectadores. En su punto álgido, hablamos de uno de los títulos más deslumbrantes del año.
Lamentablemente, Dominik fetichiza en exceso a Norma Jean. La convierte en su mártir privado, como un juguete en manos de un niño sádico que lo retuerce hasta romperse.
La cinta busca la lágrima fácil, el shock constante, la lástima de la audiencia por medio de la tortura emocional. Puedo entender el propósito, pero no respaldar sus formas.
Aunque el filme muestra aspectos de su compleja personalidad, no está muy interesado en profundizar en ellos. Su retrato se vuelve monocromático. Blanco y negro en un cortejo fúnebre sin colores ni matices que lo enriquezcan. Tres horas así pueden resultar agotadoras y lo que es peor, aburridas.
Pero, de nuevo, volvemos a la intención del filme. Blonde no pretende ser un biopic de Marilyn Monroe, sino una versión glamurosa de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, contada a través de las lentes de la infancia. La pregunta es: ¿hacía falta recurrir a un personaje real?
La respuesta es un rotundo no. Marilyn fue la diosa del CinemaScope —la mayor revolución técnica que ha visto Hollywood hasta la fecha—, un ser luminoso que poseía el carisma de los elegidos. Entendía el cuerpo como nadie y jugaba con él a su antojo. La cámara cayó rendida a sus encantos y ella lo aprovechó en su beneficio. Ninguna persona, mujer u hombre, fue tan deseada como ella. Marilyn fue el sex symbol definitivo y un referente de feminidad que dura hasta nuestros días.
Lo que muchos desconocen es que, además de todo eso, también tenía un hambre voraz por aprender. Ávida lectora, poeta y emprendedora —fundó su propia productora—, firme defensora por los derechos civiles y detractora de la caza de brujas de McCarthy. Ese es el lado oculto de Norma Jean, la cara B —muy A— que busca ser reivindicada. Blonde estaba destinada a hacerlo, pero fracasó. No es una mala película, pero reduce el legado de Marilyn a una herramienta al servicio del director.
Y aquí yace el debate que, voluntaria o involuntariamente, abre Dominik. ¿Puede el director mantener intacta su libertad creativa en perjuicio del personaje real que aborda? Dependiendo del lado en el que os encontréis, disfrutaréis o no de la película.
Blonde es un ejercicio autoral de estilo y sustancia que poco tiene que ver con el personaje que trata. Sus casi tres horas de metraje nos exigen un compromiso con la cinta que no muchos estarán dispuestos a hacer.
Esto se debe en parte a lo que he comentado, pero también a su caótica narración. Un caos deliberado con el que colabora el montaje. Los confines de la historia están marcados por el nacimiento y la muerte de la protagonista; entremedias, todo vale.
Dominik compone su obra con retazos inconexos de la vida de Marilyn. Hechos de sobra conocidos como los extenuantes rodajes, sus matrimonios tumultuosos y el sonado affaire con JFK. Para unirlos en un todo razonablemente lógico, recurre a elipsis que omiten capítulos relevantes.
Cierto es que no se puede contar todo en tres horas, pero lo que elige contar está ya muy manoseado. Son temas sobados y donde solo hay cabida para la rumorología y la imaginación de Dominik y en esto último, va sobrado.
Luego está la pirotecnia, los mil y un formatos, texturas y colores que emplea en la cinta. A mí me sobran casi todos. No niego que sean bonitos y mentiría si dijera que no los he disfrutado, pero a poco que piense en su finalidad, se me caen como un castillo de naipes. Todos estos adornos del cine moderno perjudican la verosimilitud de la ficción y entorpecen la relación espectador-protagonista.
Pese a todo, conseguí meterme en la piel de su protagonista, entender su desencanto con Hollywood y con la vida en general. Pude ver lo que hay más allá de la fábrica de sueños, ese prostíbulo glorificado donde tus ilusiones mueren en la habitación de un hotel y el éxito se juzga con una cinta de medir.
Blonde está lejos de ser lo que en un principio prometía. No retrata a la Marilyn que muchos imaginaban ni a la que realmente fue. Muchos se sentirán decepcionados, engañados por un film supuestamente biográfico que tiene poco de bio y mucho gráfico. Ana de Armas es el único consenso que alcanza una obra que, como Marilyn, estaba predestinada a la grandeza y cayó en desgracia.
6,5/10: LA MUJER QUE CAYÓ A LA TIERRA.
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