Festival de Sitges 2022 Vol. I

2022 ha sido un año especial por muchos motivos. El primero y más importante es que por fin hemos podido vislumbrar una luz al final de ese oscuro túnel llamado pandemia. 


Siento este año como un renacer. Una nueva oportunidad para vivir plenamente; nos vimos cara a cara con la muerte y aquí seguimos. El selecto club de afortunados. Porque muchos no han podido, porque tantos se han quedado en el camino. Esposas y maridos, hijos, padres y abuelos, amigos de siempre que nos recuerdan el valor insustituible de cada amanecer. 

 

La vida se compone de momentos únicos e indivisibles. La suma de todos ellos nos dirá si hemos estado a la altura del reto. Este año ha estado trufado de grandes momentos de amor y amistad. Puede que suene cursi, pero qué demonios, que resuene bien alto.

 

Uno de esos momentos ha sido este festival de Sitges, su 55ª edición y mi primera vez. Iba con las expectativas altas y debo decir que las ha superado ampliamente. No sólo por la programación, que ha sido inmejorable, o por el ambiente cinéfilo que se respiraba en cada esquina de la ciudad, sino por la buena gente que me ha acompañado estos mágicos cuatro días. 

 


A algunos ya los conocía antes de aterrizar en la costa catalana, a otros tuve el placer de conocerlos durante el festival: en las salvadoras pausas para el café, los paseos contrarreloj a una sala de cine o en las largas esperas antes de una sesión de medianoche —hay que estar hecho de una pasta especial y estar equipado con un corazón de hierro para soportar ese ritmo—. Si estáis leyendo esto, sabéis quienes sois. A todos vosotros, ¡gracias de corazón!

 

 Hechos los preliminares, vayamos al meollo de la cuestión: las películas. Estos cuatro días he podido ver once películas, de distintos géneros y nacionalidades, que dividiré en dos volúmenes. Así que agarraos bien a vuestros ordenadores, porque la fiesta empieza.

 

VESPER

 

Si tuviera que describir con una palabra lo que sentí viendo esta pequeña joya de la ciencia ficción, sería asombro. Con un presupuesto de €5 millones de euros y mucha imaginación, los directores belgas Kristina Buozyte y Bruno Samper se arman de valor para contarnos un emocionante cuento sobre el poder del amor en tiempos oscuros.

 

Vesper toma un camino diferente al de las grandes superproducciones hollywoodienses, más preocupadas por el envoltorio que el contenido. Buozyte y Samper ponen el énfasis en las interacciones humanas dentro de este universo de fantasía distópica.


 

Si vais buscando una cinta puramente de entretenimiento, esta no es vuestra película. El ritmo, más reposado y melancólico que de costumbre, ayuda a crear una atmósfera de zozobra amplificada por una factura técnica que saca partido de cada euro. 

 

Y es que a veces, es más importante para un director saber qué no puede hacer que lo contrario. En el cine como en la vida, conocer tus limitaciones aviva el ingenio y Vesper es muy ingeniosa. Los escenarios son interiores en su mayoría: casas destartaladas, búnkeres y otros cobertizos reacondicionados a la antigua usanza para resultar creíbles.

 

Aquí hay mucho trabajo de producción y poco de ordenador. Mucho reciclaje y reconversión de ropas y otros objetos cotidianos para alimentar la verosimilitud del mundo que intenta construir. La cámara es otra aliada más; le da brillo en los momentos de lucimiento y mira a otro lado cuando el dinero se ha agotado.

 

Los directores también hacen un gran trabajo guiando a los actores infantiles, que no desentonan en casi ningún momento. El guion es su principal argumento y aunque es bueno, en ocasiones se nota encorsetado. Esto se debe a que sus ambiciones superan ampliamente su presupuesto. 


 

Buozyte y Samper nos ponen la miel en los labios, pero nos la quitan en cuanto la saboreamos. A pesar de ello, aplaudo su esfuerzo por devolver al ser humano al núcleo de la ciencia ficción, haciéndolo de forma honesta y artesana. Mientras tanto, solo nos queda soñar con el potencial de este fascinante mundo, igual que su protagonista sueña con un futuro mejor.

 

6,5/10: EL CORAZÓN DE LA MÁQUINA 

 

PROJECT WOLF HUNTING

 

La película inaugural de mi festival particular fue un anuncio a navegantes. Un festín de vísceras y hemoglobina de nuestros queridos amigos coreanos, diseñado para triunfar en los festivales más desinhibidos.

 

El director Kim Hong-sun, cuya filmografía desconozco, vino a Sitges con la promesa de electrizarnos en la butaca y vaya si lo consiguió. Project Wolf Hunting es una gamberrada al más puro estilo ochentero, que prescinde de cualquier seriedad para abrazar el espectáculo. 


 

Después de una introducción tosca, Hong-sun abre el coto de caza y la sangre no deja de correr hasta los créditos finales. El director se inspira en Con Air y Predator para crear su propia bestia cinematográfica de violencia gratuita.

 

En la presentación, advirtieron que habían empleado 2,5 toneladas de sangre para rodar la película. Partiendo de esa premisa, no te la puedes tomar en serio; si lo haces, estás abocado a la decepción. Apaga el cerebro y déjate llevar por la emoción del momento, lo agradecerás.

 

Entonces, ¿es Project Wolf Hunting una buena película? En el sentido tradicional de la palabra, no, pero tampoco lo pretende. De hecho, mi problema llega cuando se toma en serio a sí misma. El ritmo se ve lastrado por un inicio torpe; veinte minutos que, de haberlos quitado, hubiera ganado en frenesí. Sigo sin entender esta costumbre actual de alargar el metraje hasta la extenuación, pero prefiero quedarme con sus momentazos, que no son pocos, y con la sensación de haber respirado la auténtica esencia de Sitges en la sala.

 

6/10: KOREAN PREDAT-AIR.

 

AS BESTAS

 

La mejor película del festival sin el menor género de dudas. Después de títulos notables como Que dios nos perdone o El reino, Sorogoyen se supera con este thriller peckinpahiano ambientado en un lejano pueblo gallego donde nunca pasa nada hasta que la olla estalla y todo se va a hacer puñetas.

 

Protagonizada por Denis Menochet y Marina Foïs en un papel inconmensurable, que gana empaque conforme madura la cinta, As Bestas narra la historia de Antoine y Olga, un matrimonio francés afincado en una pequeña localidad rural de Galicia. Son gente sencilla, pero culta, que se ha cansado del ajetreo de la vida moderna. Subsisten de lo que cultivan y de las casas que arreglan para que otros como ellos puedan trasladarse al campo. 



Sin embargo, un dilema divide a los habitantes del pueblo: una gran compañía eléctrica les ha ofrecido una cuantiosa suma de dinero a cambio de sus tierras. A los franceses, la oferta les parece un timo, una forma de aprovecharse de la desesperación de estas gentes; para Xan (Luis Zahera) y su hermano pequeño, es el billete al bienestar que tanto anhelaban tras una vida de sacrificio.

 

Sorogoyen, que es un maestro de la puesta en escena hiperrealista, coloca lentamente las fichas en el tablero de juego y deja que sean ellas las que se muevan orgánicamente. Todo fluye con naturalidad, nada está elegido al azar ni impostado y eso le da un empaque difícil de ver en el cine contemporáneo.

 

As Bestas es un filme reposado, contenido, con calculados estallidos de violencia igual que en la vida real. El enfrentamiento que retrata es sobrio y veraz, contrario a la teatralidad propia del cine comercial; más que un director, Sorogoyen es un observador paciente de las realidades que cohabitan en el medio rural.

 

Estamos ante una obra de candente actualidad, que sopesa los pros y los contras, el compromiso y el sacrificio que conlleva cualquier decisión que tomamos. Vivir en el campo no es una acampada ni una anécdota que contarle a tus compañeros de trabajo. 

 

La tierra es exigente e injusta, pero recompensa al que echa raíces. Hay que estar hecho de una pasta especial para soportarlo y algunos, como Xan y su hermano, están hartos. Hartos de ser invisibles para el resto del mundo, de levantarse cada mañana sin ninguna esperanza en el horizonte, viendo cómo su juventud se marchita lentamente. 


 

A Sorogoyen no le interesa la eterna lucha entre el bien y el mal, sino personajes de carne y hueso, con sus conflictos internos y luchas diarias, con su carácter y su experiencia propias e intransferibles. Claro que toma partido por los protagonistas. Al fin y al cabo, no dejan de ser la conciencia del espectador, pero esto no se trata de acabar con el malo ni salvar al mundo; trata de salvarse uno mismo.

 

As Bestas exige un ejercicio de empatía tremendo que muchos no estarán dispuestos a hacer, bien sea porque les repugna lo que ven o porque pierden el interés. 

 

El guion está coescrito por el propio Sorogoyen e Isabel Peña, su colaboradora habitual y una de las mentes más preclaras del panorama cinematográfico español. Ambos confeccionan una historia de matices y sentimientos a flor de piel. Su libreto, lúcido y camaleónico, aborda con una mirada sincera un sinfín de temas que van más allá de su intrigante sinopsis.

 

Lo último de Sorogoyen se abre como una flor, desvelando nuevas y fascinantes facetas que desafían al público y le piden mirar en sus adentros. Lo que empieza como una oda al cine de Peckinpah termina en la intimidad de dos familias con principios y valores opuestos que, por azares del destino, se encuentran al borde del más negro abismo. 

 

8/10: SI CHOVE, QUE CHOVA.

 

XMAS BLOODY XMAS

 

Y de lo mejor del festival, pasamos a lo peor, también con diferencia. Del cine de Joe Begos solo he visto Bliss, un delirio vampírico ultragore que le da mil vueltas a esta a nivel argumental y audiovisual. Tanto es así que empiezo a dudar que sean del mismo director.

 

Lo único que comparten Bliss y Xmas Bloody Xmas es un sentido muy barroco de la iluminación, colmada de neones que saturan la pantalla —y la cabeza de la audiencia—. Ni la lisergia ni la locura demente que sufría la protagonista de Bliss están presentes aquí.


 

¿Qué obtenemos a cambio? Un slasher navideño burdo y previsible cuya única nota original es el prólogo homenaje a los anuncios satíricos de Robocop. Pasados los primeros veinte minutos, el tedio fue el único peligro real de la película. 

 

No negaré que tiene alguna que otra muerte escandalosa y digna de aplauso, pero los litros de sangre se diluyen en una trama perezosa e insulsa, que hace poco o nada por aportar algo nuevo a un género tan sobado. Alcanzado el tercio final, me encontraba bostezando y eso que dura menos de hora y media.

 

Aprecio ciertas ínfulas de grandeza en la cinta, como si estuviese construyendo la Capilla Sixtina del slasher. Begos se da a sí mismo demasiada importancia y juega en su contra porque, spoilers, la cinta no tiene nada especialmente memorable. Quién sabe, quizá algún día se corone, pero ese momento aún no ha llegado y a juzgar por su último título, le queda un largo y sangriento camino por delante.

 

3/10: EL T-800 DEL ALIEXPRESS.

 

V/H/S 99

 

Cuando terminé de ver la quinta entrega de la antología de terror V/H/S eran más de las cuatro de la mañana —gracias por esa noche sin dormir, Midnight Xtreme—, así que, como os podéis imaginar, mi cabeza estaba más chamuscada que en una barbacoa de Hannibal Lecter. Para entonces, mi vocabulario crítico se redujo a risas y gruñidos de desaprobación.

 

V/H/S 99 es una más de la saga que no pasará al recuerdo de nadie, salvo de completistas e hijos de la noche. Este capítulo se compone de cinco historias, sin ningún nexo de unión entre ellas, que van de lo intrigante a lo bochornoso en algunos casos. 


 

De todas, solo dos valen la pena. La primera, titulada Ozzy’s Dungeon, la encontramos a mitad de metraje. Está escrita y dirigida por el rapero californiano Flying Lotus y Zoe Cooper, quien regresará para la sexta entrega V/H/S 85, y nos presenta un concurso infantil tan típico de los años noventa, pero con un giro de tuerca macabro que nos llevará a lugares perturbadores. La trama empieza como una sátira a la telebasura y evoluciona en un violento ejercicio de venganza.

 

El segundo y quizá el mejor segmento de todos lo firman Joseph y Vanessa Winter. El matrimonio de cineastas está de dulce tras recibir ovaciones de Sitges por su otra obra, Deadstream. Confieso que no la he visto, así que me limitaré a hablar de To Hell and Back, un corto a todo ritmo en el que los Winter nos embarcan en un viaje a las entrañas del infierno.

 

El episodio, protagonizado por dos jóvenes cámaras que caen en las tinieblas por infortunios de la vida, mezcla humor negro y terror gráfico con destreza. Pero lo mejor sin duda son sus efectos especiales, muchos de ellos prácticos, que desfilan ante la cámara. Los Winter no se recrean excesivamente debido a la falta de presupuesto —y por qué no decirlo, lo baratos que resultan— pero lo que nos dejan intuir es suficiente para darle una oportunidad.


 

En definitiva, V/H/S 99 era la oportunidad perfecta para darle un cierre adecuado a la saga, teniendo en cuenta que el final del milenio supuso la muerte paulatina de ese formato tan querido por todos. Segmentos como los mencionados la hacen al menos tolerable, pero no puedo salvarla de la quema. Sus efectos visuales son tan cutres, los monstruos tan repetitivos y la esencia de la saga está tan desvirtuada, que a estas alturas lo mejor es que la dejen morir en paz.

 

5/10: REGRABANDO ENCIMA.

 

Hasta aquí el primer volumen repasando lo que fue mi festival de Sitges 2022. Si os ha gustado, estad atentos, porque próximamente publicaré la segunda parte en la que trataré películas tan interesantes como Inu-oh, The Stranger o el romance caníbal de Guadagnino. ¡Esto no ha hecho más que empezar!

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