Una generación cegada por el materialismo

Toni Erdmann es una obra germana dirigida por Maren Ade y protagonizada por Peter Simonischek y Sandra Hüller que aborda un tema que no podría ser más de actualidad; la alarmante pérdida de identidad de las jóvenes generaciones debido a la cultura consumista y a la desmesurada presión laboral que sufre. La obra sorprendió gratamente en el Festival de Cannes, donde fue galardonada con el premio FIPRESCI -otorgado anteriormente a filmes como El hijo de Saúl, Winter Sleep o La vida de Adèle, por citar algunos- postulándose como una de las grandes favoritas en la carrera por los Oscar. Estamos ante una obra atípica, arriesgada que rompe las reglas del cine alemán moderno utilizando la comedia como herramienta para instruirnos sobre un tema de trascendencia vital. Tiene una duración que roza las tres horas durante las cuales la realizadora y guionista Ade explora la relación paterno filial entre Inès, una mujer de negocios ubicada en Bucarest y su padre Winfried, un señor alejado de la cultura moderna al trabajo que vive en algún lugar de Alemania. Cuando Winfried realiza un viaje sorpresa para ver a su hija en Bucarest, descubre a una mujer hierática, robótica y obsesionada por su trabajo. Así comienza una labor para intentar reconstruir su vida y enseñarle que los pequeños gestos son los que le dan sentido a nuestra existencia.


Arranco este análisis dejando claro que, al contrario de lo que muchos afirman, Toni Erdmann no es una comedia. No vas a salir de la sala reconfortado con una sonrisa en la cara pero, no os asustéis, porque ese no es su verdadero propósito. Más bien utiliza la comedia negra -magníficamente, por cierto- para mostrarnos una realidad devastadora que enseguida captaran los espectadores más interesados. Y digo interesados porque ésta no es una obra para todo el mundo, en el sentido literal de la palabra. Personalmente, yo la recomendaría a todo aquel al que le preocupe el rumbo al que se dirige nuestra sociedad y sobre todo a todas aquellas familias con hijos que deseen concienciarles de las graves consecuencias de dejarse llevar por la obsesión incansable de poseer más cosas materiales, de ser más exitoso, guapo o de tener mejor status. En un sistema consumido por la perfección del ser no hay tiempo para la búsqueda de la identidad y eso es trágico. La obra hace una gran labor a la hora de mostrarnos esta terrible verdad, a través de los ojos de Winfried (Simonischek) y consiguió sacarme alguna lágrima. Este personaje es el último de una generación caída en el olvido y eso se transmite maravillosamente a lo largo del metraje. Siempre mantuve esa sensación, cómo si Winfried fuera una especie en extinción luchando por sacar a su amada hija del basurero existencial en el que se encuentra. Tanto Simonischek como Hüller hacen un trabajo interpretativo para el recuerdo y espero que este primero reciba el reconocimiento que merece por tan honesta, cruda y sentida interpretación. 

Otro punto fuerte es el guión escrito por la propia realizadora y que sirve de espejo y disección del estilo de vida de las jóvenes generaciones, obsesionadas con el perfeccionismo profesional y las falsas fachadas. Vivimos en un mundo donde es muy fácil refugiarse de la vida creando una personalidad alternativa, que guste más a la opinión pública o nos consiga una palmada en la espalda. Bien hecho, sigue así. Esas son las palabras que más se repiten a lo largo de la obra de Ade y no es por casualidad porque su personaje protagonista vive obsesionada por oír esas palabras y da todo lo que tiene -incluso su cordura- para conseguirlas. Pero también alcanza algo que muy pocos escritores logran; introducir comedia en las situaciones más tristes. Por supuesto, sobra decir que la comedia huye de chistes burdos o de mal gusto. Es un humor negro camuflado de ironía que sirve muy bien su propósito y pocas veces he visto en pantalla una simbiosis entre lo triste y lo cómico que surtiera tal efecto en mí. Toni Erdmann te hace reflexionar e incluso puede llevarte a las lágrimas en determinados momentos, lo curioso es que también consigue arrancar alguna sonrisa. Es un retrato de la vida misma, porque admitámoslo; si la vida, como concepto, fuera una película sería una tragicomedia y ahora más que nunca. 


Ahora toca abordar los puntos negativos y quisiera empezar con la duración. Lejos de tener algún problema con las películas que duran más de dos horas, las prefiero porque siento que consigo conectar o comprender mejor a los personajes y obtener así un desarrollo mejor construido y lógico. Lo que aborrezco es cuando alargan el metraje como una goma hasta que se rompe la paciencia del espectador y su cabeza se toma un respiro. Un drama social que intenta sensibilizar y llegar al mayor público posible -ya que la temática es de vital importancia- debe tener más comprensión a la hora de editarla. De lo contrario, echará a mucha gente para atrás y, aunque la obra debería ser de imprescindible visionado, entiendo que mucha gente no tenga tres horas del día para ir al cine. El propósito no es cansarnos, sino ilustrarnos pero sólo lo consigue a ratos. En ocasiones desvía demasiado, sobretodo en el primer acto, donde un gran número de historias carecen de importancia en el resto de la cinta. Quizá hubiera divagado menos si se hubiera limitado a describir la relación paternofilial y el choque cultural entre la hija y su padre. Y este no es un pequeño inconveniente, porque me produce gran desazón que películas tan reveladoras como ésta no sean debidamente mostradas. Es una duración prohibitiva que espanta hasta a las propias cadenas de cine, que ven como sus sesiones han de recortarse o, de lo contrario, optar por no distribuirla. Además, para ser una obra tan emocional y humana eché de menos algo de música clásica que otorgará algo de calidez en algunos momentos clave.

En definitiva, Toni Erdmann es una película que recomendaría a todo el mundo aunque sé que finalmente muy pocos podrán verla. Creo que la experiencia debe ser vivida en un cine pero entiendo que las obligaciones cotidianas se interpongan en el camino -parece una ironía conociendo el tema que trata- entre nosotros y la obra de Maren Ade. Dicho esto, creo que es una de las mejores obras extranjeras del año y ello se debe a una historia magnífica sobre las relaciones humanas -o la carencia de ellas- y a un dúo interpretativo a la altura. Algo tan simple como el mensaje de cariño, comprensión y humanidad que difunde y a la vez tan complicado de alcanzar por un vasto sector de nuestra sociedad. Id a verla, sino por su duración o facilidad de visionado, por su naturaleza instructiva.


8/10: “EL ARTE EDIFICA CUANDO UNA SOCIEDAD ESTÁ EN PELIGRO DE DERRUMBE”- Sigmund Freud

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