Antes de empezar a hablar en detalle de esta nueva entrega de Alien, destripando todos sus secretos y giros de guión, quiero dirigirme a los que aún no la hayan visto: a menos que no os importe conocerlo todo –incluido el final- sin haberla visto antes, no continuéis leyendo. Sé que muchos fans de la saga estáis dudando entre ir a verla o no pero, sinceramente, creo que si de verdad os gusta este universo deberíais darle una oportunidad. No os dejéis guiar por seguidores despechados que despotrican de ella; id al cine y juzgad por vosotros mismos.
Seguid el enlace para leer mi análisis sin spoilers de la película: http://universolumiere.blogspot.ch/search/label/Alien%3A%20Covenant
Tras
dejar esto claro, quisiera comenzar discutiendo algunas de las críticas que ha
recibido y que me parecen poco razonables, teniendo en cuenta el género del que
tratamos. Alien: Covenant, al igual que la saga en su conjunto, fue concebida
como una película de monstruos que juguetea con el cine de serie B –recordemos
que en un principio, la original iba a estar producida y dirigida por Roger
Corman-. Algunos se preguntan indignados por qué descendieron al planeta sin
llevar escafandra o algún tipo de protección, a lo que yo les respondo que son
colonizadores del espacio. Al igual que los primeros colonos de América morían
por enfermedades desconocidas en Europa o a manos de una de tantas tribus que
poblaban aquellos territorios vírgenes, los tripulantes de la Covenant viajan a
este planeta con el fin de explorarlo, de conocerlo e instalarse en él. Por muy
protegidos que fueran, jamás conseguirían asegurarse al cien por cien de que no
existe ningún peligro. Otro de los errores “garrafales” que le achacan es que
es demasiado previsible, que la ves venir a kilómetros, claro que cuando
estamos ante la octava entrada de la saga resulta bastante complicado
sorprender al espectador –la escena del humano asomando la cabeza para ver que
hay dentro del huevo ya la hemos visto cientos de veces pero es que ésta es
sinónimo de la franquicia-, más aún cuando el equipo publicitario se esfuerza
en revelarnos todo el argumento. Hoy día estamos expuestos a tantos vídeos
promocionales, making ofs y trailers que ya nada nos sorprende. Estamos
inmunizados.
Con
el fin de preservar la continuidad de la saga, es evidente que los creadores se
tomarán ciertas licencias narrativas: por ejemplo, en la mítica saga de Star
Wars, Obi-Wan pudo haber puesto fin al sufrimiento de su “amigo” Anakin cuando
éste ardía en la lava de Mustafar pero de haberlo hecho jamás existiría Darth
Vader. Alien es lo que es por lo que representa, con y sin sus licencias, y si
nos ponemos puntillosos hasta la original sería susceptible a críticas. Por
ejemplo, ¿por qué se separa Brett del grupo cuando va a buscar al gato Jonesy,
sabiendo que hay un bicho mortífero rondando la nave? ¿Por qué Dallas se
adentra sólo en los conductos de ventilación, viendo que ese es el terreno del
xenomorfo? ¿Por qué Parker no atacó a la bestia cuando ésta acababa de explotar
el pecho de su compañero Kane? Y podríamos hacer lo mismo con cualquier otra
gran franquicia de la historia del cine. A Ridley Scott no le podemos pedir que
esté a la altura de las expectativas que cada uno se crea en la cabeza; sólo le
podemos pedir que mantenga un listón propio de la carrera que le precede a él y
a esta franquicia. Ahí es donde realmente podemos mostrar nuestra disconformidad;
porque Alien: Covenant, pese a ser terror espacial del bueno, tiene fallos que
podrían haberse pulido.
La
cinta comienza en una sala de un blanco inmaculado, en la cual David discute
con su creador Peter Weyland sobre la inevitable mortalidad de la raza humana y
su debilidad frente a los sintéticos. De pronto, Scott nos promete dos cosas;
belleza audiovisual y calidad argumental, aunque termina cumpliendo una…y
media. Tras los títulos, en los cuales apreciamos el primero de muchos guiños,
la historia se centra exclusivamente en presentarnos a la Covenant y a su
tripulación y lo hace de la manera más pueril posible. Todo está llevado con
una falta de originalidad apabullante: pretenden construir un drama con la
introducción de estos matrimonios, lo que pasa es que están tan pobremente
escritos que sus interacciones se reducen a alguna que otra palabra cariñosa
esporádica; en mi opinión, ahí es donde el guión traiciona a sus protagonistas.
Tanto potencial para terminar recurriendo a los tópicos de siempre. Creo que no
hubiera estado mal gastar un poco de tiempo en crear un lazo emocional con las
diversas parejas, conociendo sus motivaciones y sus miedos. Eso o hacerlo desde
la perspectiva de David y Elizabeth Shaw, cuando estos aterrizan en el planeta
de los Ingenieros. Una vez explorada la relación entre ellos, la historia se
centraría en los diabólicos experimentos de David y su paulatina caída en la
locura. Más tarde, su arco narrativo enlazaría con la inesperada llegada de la
Covenant, la cual ejerce de presa perfecta. Antes de comenzar a escribir
cualquier relato, debe tener claro hacia dónde quiere ir y qué quiera contar.
Una
vez aterrizan en el planeta –espectacular localización neozelandesa llamada
Milford Sound-, el don de Ridley Scott para crear atmósferas opresivas cobra
protagonismo. Aplaudo el esfuerzo de todo el equipo de producción y del propio
Ridley para concebir escenarios creíbles en los que el espectador pueda
perderse.
Por
el momento, el guión no está a la altura de las imágenes ni del sonido aunque permanecemos
a la espera del terror. Y claro, este llega gracias a los errores que cometen
algunos de los tripulantes, a lo que algunos incrédulos contestan airadamente:
“¡esto carece de sentido! ¿¡Quién en su sano juicio descendería a un planeta
desconocido sin protección alguna!?”. Bueno, pues dos resultan infectados por
unas esporas que entran en su cuerpo y dan como resultado al neomorfo, una
criatura de morfología similar al xenomorfo aunque más primitiva y de tez
pálida. Su nacimiento da lugar a dos de las escenas más violentas y gores del
filme. A raíz de esto, nos agarraremos al cuero de nuestra butaca y no lo
soltaremos hasta los créditos finales.
Poco
después aparece David, el androide de la Prometheus que ha vivido todo este
tiempo en soledad, al más puro estilo Tom Hanks en El náufrago. Al parecer su
acompañante, Elizabeth Shaw, pereció en el aterrizaje y éste se ha dedicado a
estudiar el patógeno que tantos estragos causó entre su tripulación. Convertido
en un cruce entre HAL 9000 y el Doctor Moreau de Marlon Brando, David se ha
dedicado a experimentar con el líquido viscoso y en su afán consiguió crear
todo un zoológico de bestias atroces, entre las que parece encontrarse nuestro
querido amigo el neomorfo. La película transcurre y los expedicionistas de la
Covenant se instauran en esta necrópolis alienígena. Es en este instante cuando
Ridley nos entrega la mayor carga narrativa; nos desvela que David utilizó el
patógeno como arma para acabar con la civilización de los Ingenieros cual
Vesubio a Pompeya, pero lo más sorprendente es que también creó los huevos de
dónde salen los abrazacaras. Es decir, ¡David es el creador del xenomorfo! Así
es como este cumple su vendetta personal contra los humanos –a los que considera
inferiores- y desata el infierno en el paraíso, autoproclamándose como
Ozymandias, “Rey de Reyes”. En ese momento, me imagino al Sr. Scott leyendo el
guión y exclamando: “¡Ah, justicia poética!”
Al
final, el realizador británico toma una giro de lo más macabro: salva al
villano David para que este se salga con la suya y deja a los colonos de la
Covenant a su merced. Llegado este momento, los más críticos explotan de la ira
por lo previsible del giro –y cierto es que se ve venir- pero se olvidan de
disfrutar del espectáculo que nos ofrece este mago del suspense. Porque Ridley
no pretendía hacer un homenaje al cine de Shyamalan, sino soltarse y dejar que
toda su mala leche se plasme en la historia. Me atrevería a decir que este es
uno de los finales más negros de toda la saga; viendo a un David eufórico
contemplando su botín: más de 2’000 colonos indefensos que servirán como conejillos
de indias. Una imagen impactante que permanecerá mucho tiempo grabada en las
retinas de todos los fans de la saga.
Alien:
Covenant respira ciencia ficción, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva.
El hecho de que se tomen sus licencias narrativas obedece a una lógica
aplastante en la ciencia ficción y no creo que debamos criminalizarla por ello.
A veces creo que nos abrazamos tanto a una saga que no la permitimos respirar;
la analizamos con lupa simplemente por el nombre que lleva. Recientemente
analicé Vida, una copia de Alien y Gravity sólo que con unos personajes
insulsos, una criatura simplona y un final aún más predecible que el de
Covenant. Sin embargo, como no estaba
basada en un material preexistente, nadie le exigió ser más que un
entretenimiento basura y eso sí que no puede ser. No podemos ser tan indulgente
con unas y castigar otras simplemente por una marca, porque Alien se construyó
gracias a la creatividad de gente como Dan O’Bannon, H.R. Giger, Moebius o
Ridley Scott. Estos no se limitaron a hacer un refrito de ideas exitosas como
pasa en Vida; fueron visionarios que apostaron por hacer algo distinto. No busquemos
siempre el razonamiento, porque de eso ya tenemos bastante a diario; vayamos al
cine a evadirnos, a sorprendernos, a emocionarnos y aterrorizarnos. Un servidor
solo puede alegrarse de que alguien del talento de Ridley Scott continúe
esforzándose, a sus 79 años, por traernos producciones que se desmarquen de las
demás.
Seguid el enlace para leer mis análisis de Alien, el octavo pasajero y Aliens: http://universolumiere.blogspot.ch/search/label/Alien
Seguid el enlace para leer mis análisis de Alien, el octavo pasajero y Aliens: http://universolumiere.blogspot.ch/search/label/Alien
Desde nuestro punto de vista, la rebelión de la creación contra sus creadores y su afán por la destrucción más virulenta es un reflejo que se puede extrapolar a las críticas que ha recibido Alien Covenant. La rebelión de los seguidores contra el padre de una franquicia con 40 años de historia.
ResponderEliminarDe hecho, el afán de Ridley Scott por expandir el universo narrativo de una de las mayores obras maestras de la ciencia ficción y el terror terminó propiciando la llegada de muchos detractores, sobre todo tras el estreno de Prometheus.
Una llegada más o menos justificada, ya que los creadores de Alien Covenant no demostraron tener el ingenio necesario para ofrecer respuestas a todos los enigmas en este nuevo viaje respaldado en la exploración terrorífica de toda una mitología.
Una exploración que está amparada en la estupidez humana y en la vergüenza. Vergüenza hacia una obra que se tomó muchas molestias en expandir horizontes, independientemente de que estos pudiesen ser más o menos criticables.
Estupidez humana porque ese afán por brindar los momentos más efectistas, virulentos y espectaculares de Alien Covenant, que los tiene, está propiciado por unas acciones sumamente incoherentes. Un mal ya presente en Prometheus y que aquí se hace todavía más manifiesto.
A cambio, esta suerte de secuela es mucho más honesta consigo misma que su antecesora, además de ofrecer una dirección acertada así como una banda sonora que bebe directamente de la obra de Jerry Goldsmith.
Un saludo y buen análisis argumental