Alien:
Covenant es la última entrega de la saga protagonizada por el xenomorfo y la
tercera dirigida por su creador Ridley Scott, el cual está obsesionado en
otorgarle una dimensión más profunda e incluso existencial a esta criatura de
pesadilla. Todo empezó en 2012 con Prometheus, una cinta que planteó muchas
preguntas sin respuesta, aunque dejaba al espectador con la promesa de
obtenerlas y así llegamos a esta película. La historia nos presenta a la
tripulación de la USCSS Covenant, una nave que se dirige al planeta Origae-6 y
cuenta con más de 2’000 colonos dispuestos a empezar una nueva vida en él.
Cuando un accidente inesperado fuerza a los encargados de la misión a despertar
de su hipersueño, una señal pirata aparecerá sin previo aviso en su radar,
invitándoles cual canto de sirena a cambiar de rumbo hacia un cercano planeta
desconocido que parece albergar vida. Protagonizada por Michael Fassbender,
Katherine Waterston y Billy Crudup, Alien: Covenant es la hija no reconocida de
Alien, el octavo pasajero y Prometheus; un híbrido intenso y entretenido aunque
por momentos irregular, que intenta devolver a esta saga al lugar que le
corresponde a la vez que expande sus fronteras hacia un futuro que sólo el
padre fundador de la saga puede entrever.
¿Recordáis aquellas declaraciones en las que Scott repetía como un mantra que Prometheus no pertenecía al universo Alien y rehuía todo paralelismo con la saga? Bueno, pues en algún momento después de su estreno cambió de opinión abrazando la idea de unir ésta con la cinta original del ’79 y aún le quedan una cuantas para cerrar el círculo. Uno de los problemas del filme es su falta de inspiración; el realizador británico no nos da un motivo para creer en su visión, ya que ni siquiera él parece estar seguro de lo que quiere. Continúa alimentándonos con un sinfín de conceptos filosóficos, referencias literarias y guiños teológicos pero al final termina dándonos más de los mismo. Quizá por eso Covenant se siente como un Frankenstein cinematográfico que busca incesantemente una razón para existir, si bien sus partes están muy bien diferenciadas: una primera centrada en la presentación y desarrollo de los protagonistas y una segunda que hace lo posible –aunque no lo suficiente- por entretejer esta entrega con Prometheus e incluso proyectarla más allá con vistas a futuras secuelas.
El
problema que le veo a esta nueva aventura de terror es que se sustenta
demasiado en muy pocos elementos y puebla el resto del metraje con relleno y
clichés; tanto el arco narrativo como los personajes se sienten planos y
unidimensionales, lo cual hace que la primera mitad pierda todo propósito. Si
sé que van a terminar cometiendo los mismos errores en los mismos lugares y por
los mismos motivos que en películas anteriores, ¿por qué te molestas en desperdiciar
tan valioso tiempo en presentárnoslos? Lamentablemente, esto lastra al filme de
manera que cuando llega la mejor parte, ésta se siente apresurada e inconclusa.
En su estructura me recuerda al remake que hizo William Friedkin de El salario
del miedo: empieza con un ritmo tan lento que frustra al espectador llegada la
acción. No obstante, en este caso la creatividad visual de Scott basta para
mantenerme abrumado al menos con sus
imágenes y cruzar los dedos para que lo bueno empiece. Llegados a este punto,
cuando el terror se apodera de la cinta y la nueva tripulación se encuentra con
un protagonista crucial de Prometheus, la cinta adquiere el propósito de su
existencia: desatar los corsés en los que se habían ceñido Fincher, Jeunet y
cía. y conocer más no sólo sobre la criatura xenomorfa sino sobre el patógeno
que nos habían presentado en la entrega anterior. Una vez más, vuelvo a
recalcar que esta parte es la que debió potenciarse en detrimento del
desarrollo de los nuevos –e insulsos- personajes; no porque carezcan de
potencial sino porque no hacen nada con ellos. Si el propio Ridley sabía que
ésta era una secuela directa de Prometheus, ¿por qué no ceñirse a esa idea?,
¿acaso no merecía la Dra. Shaw continuar su expedición en busca de respuestas
sobre los orígenes de la humanidad? A cambio obtenemos una serie de flashbacks
insatisfactorios que parecen haber sido seleccionados de un metraje más largo
que no terminó en este montaje final. En mi opinión, es bastante probable que
el componente Alien fuese introducido a posteriori en el guión; de ahí saldría
la historia de la nueva tripulación, todo el gore y la violencia desatada que
salpica al filme. No es que no se disfrute, al contrario, es sólo que se
sienten como dos ideas separadas –una intelectual y otra visceral- y una de
ellas la conocemos de sobra. Sin embargo, los guionistas sí aciertan de pleno a
la hora de exponer la dicotomía entre los dos androides (¿o replicantes?) que
aparecen en la trama; sin desvelaros nada sólo diré que esta parte es de lejos
la línea argumental más intrigante en vistas al futuro de la franquicia.
En
cuanto a las interpretaciones, lo cierto es que todas están a la altura; quizá
por ello resulta aún más frustrante que sus personajes sean tan finos como el
papel de fumar. Katherine Waterston me obnubiló en Puro Vicio (2014) de Paul
Thomas Anderson y aquí se limita a ser un clon de Ripley…¡y ya he perdido la
cuenta de cuantos llevan! Danny McBride cumple el mismo rol cómico que Yaphet
Kotto y Harry Dean Stanton en la original, Bill Paxton o Idris Elba más
recientemente. El resto del reparto no sirve más que como carnaza para las
despiadadas bestias; no conseguí empatizar con ninguno, de forma que cuando
morían el sentimiento de pérdida era nulo y me duele especialmente porque creo
que la idea de que todas las personas a bordo fueran parejas podría haber dado
mucho más juego. Pero el personaje que más me cabreó sin duda fue el de Billy
Crudup, un oficial apasionado por la religión en un mundo donde la fe en lo
divino hace tiempo que se ha perdido. Entones, ¿qué empuja a alguien tan
religioso a emprender un viaje como este?, y lo más importante, ¿qué opina de
todo lo acontecido en este planeta? Los guionistas han desperdiciado
una oportunidad de oro para enfrentar dos perfiles contrapuestos –científico y
teológico- en un duelo intelectual sin precedentes en la saga. Al final, Alien: Covenant se limita a ser el show
interpretativo de Michael Fassbender, el cual encarna a dos androides
concebidos con propósitos opuestos.
Otro
grave problema de la cinta es la edición y el montaje. Aquí sobra metraje y
faltan escenas que hubieran aportado mayor peso narrativo a la historia y más
profundidad a los personajes. Se siente demasiado inconexa, como si faltasen
piezas del rompecabezas. Estoy de acuerdo en que algunas escenas eliminadas de
Prometheus debieron entrar en la versión final pero al menos su omisión no
entorpecía la narración. Aquí omiten una subtrama esencial para mantener en pie
la estructura del segundo y tercer acto y se quedan tan alegres. No se les pasó
por la cabeza que el espectador pudiera echar en falta alguna que otra
explicación sobre los dos supervivientes de la Prometheus.
Además,
la banda sonora de Jed Kurzel echa en falta un tema propio que se complemente
con el original de Goldsmith y el más reciente de Harry Gregson-Williams. Sin
embargo y pese a no conseguir insuflarla con personalidad propia, Kurzel logra
crear tensión cuando le toca y rendir homenaje en ciertos compases del filme –y
creedme cuando os digo que hay muchos guiños que complacerán al fan acérrimo-.
Por lo demás, los efectos especiales están bien hechos salvo contadas
excepciones en las que se les va la mano en algunas escenas gore.
Normalmente
concluiría aquí el análisis, pero esta vez haré una excepción porque no puedo
dejar de criticar un elemento que puede destrozaros su visionado y que
curiosamente no forma parte de la obra en sí: la campaña publicitaria. Cierto
es que podemos acostumbrarnos a cualquier fechoría, cuando ésta se convierte en
norma, pero que lo hagamos no quiere decir que debamos pasarlo por alto,
sobretodo si es tan clamoroso como en este caso. Sinceramente, no me importa
que los teasers, trailers y demás parafernalias me destripen la enésima entrega
de Resident Evil porque, de todas formas, tampoco tengo tanto interés en verla
y no creo que nada en ella me vaya a sorprender –ni argumental ni visualmente-.
La cosa cambia en una cinta de estas características: llena de imágenes
impactantes, momentos inesperados y una fotografía espectacular. Este tipo de
obras están diseñadas en Cinemascope para verse en la pantalla más grande
posible y resulta una blasfemia para el séptimo arte desnudarla en los vídeos
promocionales; es lo más cercano a prostituirla y por eso me negué a ver los
trailers que fueron publicando. Siempre he creído que sobreexponer una película
antes de ser estrenada termina por arruinar la experiencia cinematográfica
final, porque nos quita un factor tan determinante como la sorpresa. Os quiero
plantear una pregunta: en la original del ’79, ¿cuándo os impactó más la
secuencia en la que el xenomorfo explota del pecho de Kane: en el primer
visionado o en el enésimo? La escena es la misma, pero hay algo que se pierde y
que transforma por completo nuestra experiencia. Por eso guardamos en nuestro
subconsciente el recuerdo de la primera vez que vimos aquella obra maestra (o
cualquier otra), porque sabemos que esa magia es irrepetible. El hecho de que ya
hayas visto casi la totalidad del filme en la pantalla de tu ordenador o de tu
teléfono, le resta emoción y el cine se basa principalmente en transmitir eso
al espectador. Para mi ese es el gran problema de Alien: Covenant, por encima
incluso de su ritmo irregular o de sus fallos de guión.
En
definitiva, Alien: Covenant promete más de lo que da; es una pieza que podría
ser magistral de contar con los acordes apropiados y de la orquesta adecuada.
No me malinterpretéis, el nuevo experimento del Sr. Scott en el género de la ciencia
ficción-terror es ampliamente satisfactorio y cuenta con las dosis de tensión y
adrenalina necesarias para ser una más que digna secuela. Lo que pasa es que
digna ya no nos vale. No cuando estamos ante la sexta entrada de la saga –sin
contar las de Alien vs Predator- y los signos de fatiga hace tiempo que se
evidencian; a estas alturas nos esperamos más, porque el propio creador está
empeñado en convencernos de que aún le queda una última gran sinfonía por
componer.
7/10: A VECES PARA CREAR, ANTES HAY QUE DESTRUIR.
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