Hace
tiempo que Passengers se estrenó en cines y estaréis preguntándoos: ¿por qué
hacer una crítica ahora? La premisa de esta película me fascinaba; una expedición de colonos emprenden
un viaje de 120 años a Homestead II -¿no encontraron un nombre mejor?-, un planeta donde iniciar una nueva vida.
Sin embargo, cuando un problema de origen desconocido origina un fallo en el
sistema de la nave, este acarrea un destino fatal para uno de los tripulantes:
despertar de su hibernación 90 años antes de llegar a su destino. Sólo y con
unas perspectivas de futuro devastadoras, este tripulante tendrá
que elegir entre quitarse la vida o condenar a alguien más para que le haga
compañía. ¿Verdad que es un planteamiento interesante? Pues ya se encargaron
los trailers de convertir esta intrigante premisa en una comedia romántica al
estilo de Tienes un e-mail, sólo que en vez de tener a esa magnífica pareja formada por Tom Hanks y Meg Ryan, aquí nos encontramos con dos
maniquíes. De ahí que no la haya visto en el momento de su estreno. Por supuesto que nadie duda de que Jennifer Lawrence y Chris Pratt son dos de las
mayores estrellas del momento, pero cuando les respaldan 110 millones de
presupuesto y unos efectos especiales impresionantes y yo no hago más que
bostezar y mirar la hora, es que algo mal se está haciendo. Algo llamado
guión.
Hoy
en día, Hollywood tiende a ahogar buenas ideas con altas dosis de
“entretenimiento” simplón, efectos especiales insustanciales y
actores cuya única motivación es cobrar el cheque al final del rodaje. Esta
obra es un claro ejemplo de cómo prostituir un concepto, que podría haber tenido mayor significado, para venderlo a las masas. No obstante, cuando estas dos visiones entran en conflicto y nadie sabe darle un propósito, la película termina por
confundir a todos los espectadores; tanto a los que buscábamos una ambiciosa
producción de ciencia ficción como a los que soñaban con ver una tórrida
historia de amor. El guión está a cargo de Jon Spaihts, conocido por trabajos
como Prometheus y eso debería de alertarnos de inmediato, porque si de algo
sufrió esa precuela de Alien es de no saber lo que quería ser: ¿explorar los
orígenes de la raza humana? ¿contar una historia reflexiva y analítica o una
experiencia de terror de serie B? Jon Spaihts se pierde en su propio mar de ideas.
La cinta arranca de forma tensa y con una sensación de intriga que consigue atraparte en su historia. Todo bien de momento…hasta que tiene que explorar sus posibilidades en el segundo y tercer acto y ahí se diluye toda ilusión que pudieras tener. ¿Por qué? Pues porque no pasa absolutamente nada; ni hay desarrollo de personajes –los intentos por dotarles de un pasado y una motivación resultan un fracaso estrepitoso-, ni se explora el potencial de la nave en la que viajan –sólo llegamos a conocer la piscina y el bar, como si estuviésemos atrapados en unas vacaciones insoportables- y tampoco llegan a explotar temas tan contundentes como el peso que la soledad ejerce sobre el individuo. Sinceramente, no hay nada más frustrante que ver dos horas en las que la ciencia ficción está subyugada por una historia de amor tan predecible como ésta: chico conoce a chica, chica se enamora de chico, chico y chica viven un tórrido romance, chico esconde secreto a chica, chica se entera y se cabrea, chica se reconcilia con chico y viven apasionadamente hasta el final de sus apestosos días. Además, parece que nuestro amigo Spaihts tiene una vicio malsano por incluir Deus Ex Machina sin parar; como si quisiese superar el récord de más tonterías por minuto. Sin entrar en spoilers, la inclusión del personaje de Laurence Fishburne en la historia es de lo más bochornoso y ridículo que he visto en muchos años. ¡Eso sin mencionar el cameo/cachondeo que nos trae el amigo Andy García! Me lo imagino en el set de rodaje preguntándole al director Morten Tyldum: “¿y decís que me vais a pagar por esto?”
La cinta arranca de forma tensa y con una sensación de intriga que consigue atraparte en su historia. Todo bien de momento…hasta que tiene que explorar sus posibilidades en el segundo y tercer acto y ahí se diluye toda ilusión que pudieras tener. ¿Por qué? Pues porque no pasa absolutamente nada; ni hay desarrollo de personajes –los intentos por dotarles de un pasado y una motivación resultan un fracaso estrepitoso-, ni se explora el potencial de la nave en la que viajan –sólo llegamos a conocer la piscina y el bar, como si estuviésemos atrapados en unas vacaciones insoportables- y tampoco llegan a explotar temas tan contundentes como el peso que la soledad ejerce sobre el individuo. Sinceramente, no hay nada más frustrante que ver dos horas en las que la ciencia ficción está subyugada por una historia de amor tan predecible como ésta: chico conoce a chica, chica se enamora de chico, chico y chica viven un tórrido romance, chico esconde secreto a chica, chica se entera y se cabrea, chica se reconcilia con chico y viven apasionadamente hasta el final de sus apestosos días. Además, parece que nuestro amigo Spaihts tiene una vicio malsano por incluir Deus Ex Machina sin parar; como si quisiese superar el récord de más tonterías por minuto. Sin entrar en spoilers, la inclusión del personaje de Laurence Fishburne en la historia es de lo más bochornoso y ridículo que he visto en muchos años. ¡Eso sin mencionar el cameo/cachondeo que nos trae el amigo Andy García! Me lo imagino en el set de rodaje preguntándole al director Morten Tyldum: “¿y decís que me vais a pagar por esto?”
Ahora
es cuando os preguntáis si al menos las actuaciones de Pratt y Lawrence salvan
a este engendro de arder en la hoguera. Lamentablemente, tengo que deciros que
su química en pantalla es similar a la de Ben Affleck y Jennifer López en Una
relación peligrosa –peligrosa para la salud-. Por mucho que lo intenten –y
creedme, lo intentan-, los protagonistas son antipáticos por naturaleza: él
condena a la desconocida más maciza de la nave a morir para satisfacer sus necesidades;
mientras, ella es una periodista con delirios de grandeza y un comportamiento infantil. Con deciros que el personaje más simpático fue el de Laurence Fishburne, que aparece menos de cinco minutos en pantalla,
creo que ya os lo digo todo. Ah sí, se me olvidaba que también hay un androide, aunque
tampoco tiene nada que hacer –como nadie en este filme-, más allá de servir
whiskys y sonreír. El personaje de Bishop en Aliens es un Premio Nobel en
comparación con este insulso montón de chatarra. Pero lo mejor nos espera en el
desenlace, cuando unos actores desatados comienzan a gritar, correr y llorar
por la nave. Por supuesto, nada de esto nos importa lo más mínimo, ya que a esta
altura de la película lo más seguro es que estemos durmiendo, tronchándonos o
apretando los dientes, mientras nos encomendamos al dios del cine para que ponga
fin a nuestro sufrimiento. Eso sí, Tyldum está tan satisfecho consigo mismo que llena todo el tercer acto con efectos especiales y bonitas escenas de acción; como si eso fuese a salvar semejante bodrio.
En
definitiva, Passengers resulta demasiado aparatosa; se olvida de explorar sus
potencialidades, conformándose con repetir la fórmula de comedia romántica facilona
y confiando en que sus dos estrellas protagonistas le aporten carisma. No
obstante, estos personajes comienzan a caer antipáticos enseguida; sus acciones
y sus comportamientos se vuelven más incoherentes a medida que transcurre el
metraje y llegado el clímax final, toda apariencia de formalidad se pierde para
dejar paso a las chorradas argumentales de siempre –¡Oh no, el núcleo de la
nave estaba gravemente dañado todo este tiempo, pero ha esperado hasta el
último acto para iniciar la secuencia de autodestrucción! ¡Aunque
no tengamos ni puta idea de cómo arreglarlo, seguro que lo conseguiremos porque
somos Chris Pratt y Jennifer Lawrence!-. Si esto no basta para sacarte de
quicio, no te preocupes, porque Tyldum y cía. tienen un as en la manga: el uso ridículo de grandes actores como Laurence Fishburne y Andy Garcia. El único
que permanece como un profesional es el director de fotografía Rodrigo Prieto
que, cual músico en el Titanic, busca darle algo de dignidad a esta catastrófica
producción.
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