El futuro del cine


Cuando estéis leyendo este artículo, probablemente ya conoceréis la noticia; para aquellos que no estén al tanto, Disney habría entablado conversaciones con 21st Century Fox para comprar su sección de cine y TV. En otras palabras, la famosa productora y distribuidora 20th Century Fox, que nos trajo a lo largo de los años maravillosas películas como Alien, La profecía, Jungla de cristal o Depredador y series de TV tan famosas como Los Simpson, podría ser adquirida por la compañía del ratón Mickey Mouse. Esto no sería noticia si el comprador fuese cualquier otro pero como Disney ya cuenta con el estudio Pixar, Marvel y más recientemente con Lucasfilm bajo su umbral, los cinéfilos de verdad corremos el riesgo de perder variedad y originalidad en las salas de cine. Si bien es cierto que  aún no hay nada oficial y puede que el acuerdo no se lleve a término, el hecho de que estén negociando ya es suficiente como para hacer saltar la alarma; incluso si no lo lograra ahora, podrían volver a intentarlo más tarde. Después de todo, Disney sólo tiene que sentarse a esperar que Fox agonice en taquilla, para hacerse con la compañía y puede que incluso a mejor precio. Por supuesto, como suele ocurrir siempre que salta una noticia de esta calado, los bandos se dividen en detractores y defensores pero, ¿es el séptimo arte el gran damnificado?


Cuando hablamos de las grandes producciones de Disney, no hay muchos adjetivos que las definan: divertidas, graciosas, ligeras, coloridas... Sus títulos más conocidos –y económicamente rentables- se concentran en estos adjetivos y las pocas veces que se salen del monotema, suelen caer estrepitosamente en la sensiblería, pasando sin pena ni gloria por la cartelera. Si juntamos el llamado Universo Cinemático de Marvel (UCM), las cintas de animación de Pixar y los remakes de los clásicos y la celebérrima saga de Star Wars, es imposible encontrar un punto débil en su línea de flotación. Son infranqueables. Por eso, en mi opinión, Disney es al cine lo que McDonald’s a la comida; no ofrecen gran calidad ni variedad pero sacian tu hambre. Recientemente vi Thor: Ragnarok y al salir de la sala tuve la sensación de déjà vu. No me malentendáis, mientras estaba sentado en la butaca me entretuve pero no me sorprendí. Por una parte, la campaña de marketing ya había arruinado toda sorpresa; por otra, la propia composición de la historia era tan endeble y olvidable que ni me importaban los personajes ni lo que les ocurriese. No había impacto emocional alguno. Y no me refiero únicamente a la ausencia de violencia o de sangre, algo que siempre le achacan, sino a la alarmante falta de sentimiento. Por poner un ejemplo, sin "spoilear" a nadie, un personaje relevante en el universo Thor muere al principio de la historia y no sentí ni frío ni calor porque no tiene ninguna repercusión. Lo mismo podríamos decir de Civil War o de El despertar de la fuerza. Mucho presupuesto para tan poco corazón.


Entonces, si Disney continúa expandiendo este modelo de negocio por Hollywood hasta convertirse en una fuerza hegemónica que decide qué películas, cuándo y cómo se hacen, ¿qué nos queda? Ya somos testigos de la paulatina desaparición de las salas como forma de ver cine, mientras plataformas emergentes como Netflix o Amazon se alzan en el mercado. Disney apunta ahí también, tras anunciar su propia plataforma de streaming, lo cual indica una clara apuesta por la digitalización del medio. ¿Que qué ganan con ello? Menos costes de producción y eliminación de intermediarios con los que repartir el pastel, lo cual equivale a más ingresos. A su vez, observamos cómo el cine alternativo –no necesariamente independiente- pierde mucha fuerza en beneficio de géneros de moda actualmente, como el de superhéroes y el de animación. También, aunque más minoritarios, están el de terror y la comedia. Si nos fijamos, de todos estos géneros, Disney domina ampliamente tres de ellos. Los más famosos. Es por eso que otras productoras ven su posición peligrar; Disney saca tantas películas al año y amasan tanto dinero que el resto están perdiendo la poca cuota de mercado que les queda –sólo en 2016 Disney estrenó trece películas, recaudando 7.000 millones de dólares en total-. Es imposible competir con ella. Pero entonces, ¿nos dirigimos a un modelo dónde la gran mayoría de películas estarán producidas directa o indirectamente por Disney? Desgraciadamente, de seguir esta tendencia, es muy posible.



Claro que, como decía antes sobre los detractores y defensores, siempre hay quienes creen que esta operación debería llevarse a cabo. Su argumento principal es que así podrán ver a los X-Men y a Los 4 fantásticos por fin en el UCM y aunque entiendo su anhelo, no puedo compartirlo. En mi opinión, o este deseo es tan grande que les ha cegado o sencillamente no les importa otro cine que no sea el de superhéroes. Hagamos un pequeño ejercicio: dejemos de lado las franquicias y las sagas. Este año, 20th Century Fox y su subsidiaria Fox Searchlight planean estrenar La forma del agua, Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri o La batalla de los sexos entre otros títulos originales. Y el año pasado, obtuvimos otras ofertas tan variopintas como La cura del bienestar o Figuras ocultas. ¿Creéis que Disney, una compañía que ha levantado su imperio sobre la norma de no producir películas para mayores de 18 años, va a dar luz verde a muchos de estos proyectos? No. Cuando compran algo no es para seguir con el mismo modelo de negocio. Lo hacen para escoger aquello que les interesa –véase superhéroes y villanos propiedad de la Fox- y alejarse de todo lo que no produzca beneficios ni venda merchandising.


En definitiva, de hacerse efectiva esta compra, las grandes productoras pasarían de seis a cinco. Viendo el panorama, resulta desolador: Columbia Pictures, MGM, United Artists, RKO, Tri-Star, Lucasfilm u Orion Pictures ya forman parte de una larga lista de productoras independientes que llenan un cementerio al que ahora podría sumarse Fox. Como cinéfilo, me gustaría pasar por la calle y tropezarme con unos cines en los que la cartelera estuviera llena de diversidad; que pudiese comprar mi billete, sentarme en una butaca y sorprenderme con una aventura nueva; salir de ahí distinto a cómo había entrado. Sin embargo, la realidad es otra: una en la que los pequeños cines están en vía de extinción y las grandes cadenas sin personalidad las substituyen; donde Hollywood ya no brinda a las pequeñas y medianas películas la oportunidad de exhibirse en la gran pantalla; dónde directores como Martin Scorsese han de cobijarse bajo Netflix u otros productores alternativos para continuar trayéndonos historias, mientras las superproducciones ejercen la tiranía del más fuerte. Como dijo Peter Finch en aquella maravillosa película, titulada Network (1976): “¡Saquen la cabeza y griten: estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo!  



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