Crítica – Mandy


Mandy es la segunda obra del iconoclasta realizador Panos Cosmatos, hijo del gran George P. Cosmatos (Acorralado: Parte II, Cobra) y en ella nos relata las desventuras de Red, un tranquilo obrero cuya vida da un vuelco cuando su novia, Mandy, es secuestrada por una secta religiosa. La cinta está protagonizada por un siempre provocativo Nicolas Cage, Andrea Riseborough y Linus Roache, con un pequeño cameo de Bill Duke, más recordado como Mac en el Predator original. Un reparto pintoresco para una película que, si por algo destaca es por alejarse de las normas convencionales del cine moderno. Podría decirse que Mandy es una película nacida en el tiempo equivocado; un producto destinado a otro público más paciente, menos hiperactivo y abierto de miras. Sin embargo, Cosmatos sabe muy bien lo que quiere y como el personaje protagonista, no parará hasta conseguirlo.

Mi interés por esta psicodélica cinta de venganza empezó hace ya bastante tiempo, cuando publicaron el primer fotograma de Nicolas Cage con el gesto torcido y la cara bañada en sangre. Un tiempo después, vi el primer tráiler y no hizo falta más para convencerme; entró derecha en mi lista de películas más esperadas para este año. Quería que se convirtiese en el John Wick de Cage y aunque ambas parten de un concepto similar, ésta difiere mucho, sobretodo en la forma. Cosmatos y su equipo prescinden de la sobreexposición argumental que vemos en tantos títulos hoy en día, para contarnos la historia a través de las imágenes y los gestos de los personajes. A veces, lo sencillo es lo más elegante y en Mandy esto es especialmente cierto. La paleta de colores es brutal, la iluminación está tan minuciosamente estudiada que hace cada plano único, la ambientación anda entre el terror ochentero de Carpenter, la violenta belleza de Argento y un oscuro submundo sacado de la imaginación de Clive Barker, autor de Hellraiser. Si a eso le añadimos el característico histrionismo de Nicolas Cage, la etérea belleza de Riseborough y la locura narcisista de Linus Roache, tenemos no un cóctel explosivo, sino una bomba de hidrógeno concentrada en un chupito.


Ahora bien, dicho esto, no recomendaría verla esperando una más de acción como las de Venganza de Liam Neeson ni la serie B de El exterminador de Ginty. La narración de Mandy puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, de aproximadamente una hora de duración, conocemos el día a día de la pareja protagonista. Aquí es donde vemos la parte más sosegada, siguiendo sus pasos a lo largo del bosque, donde tienen construida su pequeña cabaña; Cosmatos busca preparar al espectador para el golpe que se le avecina. En la segunda parte, las cosas se van de madre y entramos en lo que a mi me gusta llamar “el descenso a los infiernos de Red”. Las alucinaciones y la realidad cada vez se confunden más y la violencia aumenta considerablemente –lo cual no quiere decir que sea un festival de gore–. El realizador muestra cuando tiene que hacerlo y deja a la imaginación otras cosas, lo cual alegrará a algunos y decepcionará a otros. No obstante, la “falta” de sangre se ve compensada por una atmósfera carmesí y cargada de humo que consigue transmitir una sensación de peligro constante. Y es que, ya sea paseando por el bosque o escuchando algunas de las conversaciones entre Mandy y Red, siempre sobrevuela la idea de que algo trágico puede ocurrir en cualquier momento. 


Las interpretaciones son muy convincentes, resaltando especialmente la de Linus Roache. Aunque su personaje no tiene el desarrollo psicológico ni dramático que tendría en una producción de David Fincher, Roache sabe sacarle todo el potencial a Jeremiah, el psicótico lider de la secta. Es sin temor a equivocarme la mejor interpretación de un villano este año –sí, incluso por encima de la de Brolin en Infinity War–. Como pasaba con David Carradine en Kill Bill, Roache no aparece mucho en pantalla pero su presencia siempre está ahí, como el jefe final de un videojuego. Por otra parte, poco queda por decir de Nicolas Cage, uno de los mejores y más prolíficos actores de las últimas décadas. Puede que no atraviese su mejor momento pero como ocurre con cualquier gran actor, nunca puedes descartarlo –y sí, para los que os lo estéis preguntando, tiene su momento marca de la casa–.

El último apartado que me gustaría mencionar es el de la banda sonora, compuesta por el difunto Jóhann Jóhansson. Con Mandy dejó otra vez muestras de su enorme talento como compositor y su capacidad innata para crear música atmosférica. Sin duda, se le va a echar mucho de menos.


Además, la canción de los títulos de crédito iniciales es Starless de la banda británica King Crimson. Una canción muy apropiada para definir el tono de esta experiencia cinematográfica sin precedentes en 2018 y un placer para todos los aficionados a la música.

En conclusión, creo que Mandy se convertirá en película de culto por derecho propio. Por su excéntrico carácter, está claro que no gustará a todo el mundo pero habrá un grupo, grande o pequeño el tiempo lo dirá, que continuará redescubriéndola. Respecto a la pregunta sobre si la recomiendo o no, yo digo rotundamente sí; no os puedo garantizar que os guste, ni siquiera que no la vayáis a odiar, porque Cosmatos es muy capaz de sacar de quicio al espectador más impaciente. Por supuesto, tiene problemas que no pueden ser obviados, como la ausencia de explicación en momentos claves de la historia y algunos tramos que pueden alargarse. No obstante, si entras con la mentalidad adecuada, esperándote una obra atípica y una historia visual que te llevará por caminos insospechados, estoy seguro de que lograrás sumergirte en su onírica visión.


7'5/10: LISÉRGICO VIAJE AL INFIERNO DE LA MENTE

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