Crítica – Cold War


El cineasta polaco Pawel Pawlikowski, que saltó a la fama en 2013 gracias a Ida, regresa a la gran pantalla cinco años después de su último y oscarizado éxito, para contarnos una historia de amor imposible entre una joven cantante y un músico consagrado en la Polonia soviética de finales de los años 40. Con la Guerra Fría como telón de fondo, lo cierto es que Cold War bien podría ser una metáfora de la atracción de lo opuesto; dos bloques, occidental y oriental, enfrentados y autodestructivos en esencia, que no quieren vivir juntos pero tampoco pueden existir sin el otro. Lo que vale para un territorio se puede extender a lo sentimental: las fronteras entre la masculinidad y la feminidad, los muros de hormigón o de orgullo y de ego, los pueblos unidos o enfrentados. Al final, todo se reduce al amor y al odio. Y es que, como dice aquel refrán: hay amores que matan.

En su escasa hora y media de duración, Cold War no me ha dado respiro. No tanto por su ritmo, pausado y en ocasiones incluso contemplativo, sino por la fuerza de su relato, que no se centra tanto en el concepto americano del amor como en la dependencia que alguien llega sentir por otra persona; una obsesión que roza lo enfermizo y que, aunque por fuera parezca hermosa, por dentro resulta devastadora. Así son nuestros protagonistas, Wiktor y Zula, magníficamente interpretados por Tomasz Kot y Joanna Kulig. En pantalla, ambos rezuman el magnetismo de las grandes parejas del cine. La historia de su relación es kafkiana, tan incomprensible y caótica que parece abocada al fracaso desde el comienzo y aún así deseas saber cómo continúa, porque lo inalcanzable siempre resulta más erótico.


Pawlikowski es consciente del tono melancólico que impregna la narración y por ello escoge sabiamente el blanco y negro como elección de imagen. El realizador tampoco hace virguerías con la cámara; aquí no verás lo que, por ejemplo, hizo Chazelle en La La Land ni cosas por el estilo. No tiene coreografías de vértigo ni canciones vibrantes. Si los recientes musicales de Hollywood buscan una modernización, Pawlikowski propone una vuelta a los orígenes. Cold War tiene sabor añejo, manteniendo a la vez una sobriedad sorprendente, quizá debida al estilo austero del cine del este, no muy dado a sobresaltos ni exceso de emociones.

Y hablando de excesos, algo de lo que suelen pecar este tipo de obras es de sobreexposición, de rizar el rizo sin necesidad, sólo para forzar un momento dramático o arrancar una mísera lágrima del público. Aquí esto no ocurre porque los diálogos son escasos, que no escuetos. El guión no tiene miedo de entablar una conversación entre sus dos protagonistas pero, como ocurriría en la realidad, sus diálogos son francos, no estilizados. Cuando juegas con noventa minutos escasos para contar tu historia, no tienes tiempo para irte por las ramas.


Afortunadamente, los actores no necesitan palabras para plasmar sus emociones en pantalla; les basta con sus expresiones y gestos faciales. Tomasz Kot interpreta el papel del artista que atraviesa la crisis de la mediana edad y encuentra en esta chica una especie de segunda juventud. Una oportunidad para sentir otra vez. Por su parte, Joanna Kulig le otorga fuerza al filme; es el volcán, la chica bulliciosa y dinámica que pone la vida de Wiktor patas arriba…y de paso la del espectador. Y es que es inevitable enamorarse de esta chica, que recuerda a una joven Romy Schneider por su dulzura y a Anita Ekberg por su sensualidad y que además tiene los mejores números de la película. La aportación de secundarios es bastante floja, por no decir que meramente circunstancial.

En el apartado sonoro cabría reseñar tres tipos de música distintos: el floclore polaco, los cánticos comunistas y el jazz importado de Occidente. Estos tres géneros claramente diferenciados se acompasan con el ritmo de la historia para describir la atmósfera de las diferentes ciudades en las que se ambienta, desde Varsovia hasta París, pasando por Berlín o Split. Pawlikowski y su equipo realmente consiguen transmitirnos el choque cultural a ambos lados del telón de acero. Libertad e imposición; juerga y disciplina; sociedad civil y militar. Esta dicotomía está muy presente en el desarrollo personal de sendos protagonistas, que apuestan por vivir juntos en unos tiempos donde todo a su alrededor estaba fragmentado. De esta forma, el paso de los años y las elipsis que el realizador utiliza para avanzar el argumento van haciendo mella en los personajes y en sus aspiraciones; el efecto embriagador del amor va desapareciendo y en su lugar encuentran la dura realidad.

En mi opinión, Cold War entra por derecho propio entre las mejores películas del año y probablemente pueda ser considerada como uno de los dramas románticos más descarnados de la década. Pawlikowski reclama de nuevo su sitio como uno de los mejores y más talentosos autores europeos actualmente, volviendo otra vez a dejar su huella en la gran pantalla. Habrá quienes le recriminen su escasa duración, que critiquen la falta de desarrollo o ampliación en ciertos tramos pero su historia es tan universal que difícilmente puedes perderte. Claro que siempre podría haberse alargado más, añadiéndole más elementos o personajes a la trama, pero el director y guionista sabe que sólo serviría para restarle protagonismo a lo verdaderamente importante: la música y las actuaciones. La cinta busca ser sincera y directa en su mensaje y puede que eso no le agrade a todo el público; hay que saber entrar en su juego, dejarte llevar por ese estilo polaco tan taciturno y pesimista, austero y en ocasiones demoledor pero, a cambio, disfrutarás de una experiencia sensorial y emocional única este 2018. Cold War no será para todo el mundo pero el amor tampoco lo es y sin embargo, por alguna razón, no podemos vivir sin él.


8’5/10: CONDENADOS A REVIVIR UN AMOR IMPOSIBLE.

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