Cuarenta años después de la cinta
que vio nacer al mito slasher conocido como Michael Myers, sus dos máximos responsables, Jamie Lee
Curtis y John Carpenter, vuelven a reunirse para traernos de vuelta al asesino
con la máscara de William Shatner. Como no podía ser de otra manera, la
historia se ambienta en Haddonfield, Illinois, y tiene de protagonista a una
Laurie Strode castigada por los años y por los recuerdos de aquella fatídica
noche de Halloween de 1978. Sin embargo, ahora tiene una hija y una nieta de
las que cuidar y a las que proteger del mal personificado; por eso Laurie ha
estado preparándose todos estos años, como si de una Sarah Connor de la tercera
edad se tratase, para el momento en el que Myers se escapase de prisión. A
parte de Jamie Lee Curtis, la película cuenta con David Gordon Green
(Superfumados, Joe) en la silla del director, Danny McBride a cargo de la
historia y Judy Greer, Will Patton y Nick Castle –que regresa al icónico papel
de Myers cuarenta años después– completando el reparto. Sobre un presupuesto de
$10 millones de dólares, Halloween (2018) ha recaudado hasta ahora más de $150
millones en todo el mundo, lo cual garantiza una secuela; la pregunta es si
esto supone un regreso del género o sólo es una extraña anomalía, como el propio Myers.
Desde que Michael Powell y Alfred
Hitchcock iniciaran con El fotógrafo del pánico y Psicosis lo que más tarde se
conocería como slasher, este género ha atravesado numerosos altibajos, siendo
las décadas de los setenta y ochenta sus más prósperas. En esos veinte años
coincidieron grandes autores de terror, tanto americanos como europeos, que
dieron rienda suelta a su imaginación para traernos algunas de las mejores
cintas que el género ha visto nunca. Desgraciadamente, con la entrada del nuevo
milenio, el género ha ido perdiendo fuerza hasta apagarse por completo. Salvando
la readaptación de Rob Zombie, el resto han sido bastante pobres por no decir
malas y no será porque no lo hayan intentado: Leatherface, Jason Voorhees,
Freddie Krueger e incluso Ghostface tuvieron entregas recientemente pero
ninguna llegó a calar en el público joven. Es por eso que este nuevo intento de
secuela de la original, con el respaldo de una productora exitosa como
Blumhouse y la participación del propio Carpenter y Curtis, me llamaba
poderosamente la atención; porque si aún quedaba alguna oportunidad de
resucitar al slasher, esta era sin duda la mejor.
Jugando con la nostalgia y los
guiños al aficionado, David Gordon Green homenajea al terror ochentero con gran
respeto y devoción. Desde luego, Halloween (2018) no supone ninguna revolución,
sí más bien una evolución de la fórmula, la cual se deja ver con más claridad en
la primera mitad del filme, sobretodo en todo lo relacionado al personaje de
Laurie Strode. Y es que llevamos unos años en los que se ha puesto de moda traer
de la jubilación a viejas glorias, para mayor disfrute del público adulto. Lo
hemos visto en Star Wars, Indiana Jones, Blade Runner, Terminator, Jungla de
cristal y la lista sigue. Rescatar a los héroes de nuestra infancia y
representarlos como unos viejos gruñones, desengañados y en algunos casos
rozando la demencia, lamiéndose las heridas y resignándose a una triste
existencia de alcohol y de lamentos está bien visto en el Hollywood actual. Por
eso la posibilidad del regreso de Laurie Strode bajo estas condiciones le
añadía un punto de morbosidad a la campaña de marketing, algo que Jason Blum no
podía pasar por alto. De hecho, nos la vendieron como el épico enfrentamiento
final entre Myers y ella, dejando claras sus intenciones: jugar con la morriña
del espectador –algo muy típico de estos tiempos, en los que falta un poco más
de originalidad y menos descaro–. Quizá el punto más negativo de esta película
es que vende una cosa y luego te da otra, lo cual puede frustrar y mucho al
aficionado más veterano. Sin embargo, dejando de lado semejante osadía, lo que
me he encontrado ha sido un slasher competente, con buenos valores de
producción y el suficiente fan service como para marchar de la sala con una
sonrisa en la cara.
Los guionistas no esconden que la
historia es un copia y pega de la original con pequeñas variantes: Michael
Myers se vuelve a escapar del correccional en la noche de Halloween y se dirige
a Haddonfield para matar a todo bicho viviente. Para añadirle más drama, Green
y McBride hacen de Strode una vieja obsesionada con el hipotético regreso de su
némesis. Cómo no, su hija –interpretada por Judy Greer– está harta de ella;
cree que su madre está como un cencerro y que Myers no supone ya ningún peligro.
El loco al que todo el mundo toma el pelo hasta que descubren que tenía razón,
un cliché muy manido aunque no por ello deja de funcionar. Este primer acto no
tiene nada en especial pero se deja ver, haciendo las veces de entrante y
preparándonos para el plato fuerte del menú. Es en el tramo final, llegado el
postre, cuando la película falla y puede decepcionar al espectador, dependiendo
de las expectativas con las que entrara.
A nivel interpretativo, poco hay que
decir aparte de que Jamie Lee Curtis se come la pantalla. Los demás quedan
eclipsados en gran parte por el escaso desarrollo de sus personajes: la
relación entre Laurie y su hija no se explora en absoluto y su nieta, que hace
las veces de nexo entre Myers y los adolescentes despistados, podría haberse
borrado del guión sin repercusión alguna. Sin embargo, lo que más me molestó fue
lo poco aprovechado que está Will Patton, un buen actor al que se le podía
haber sacado mucho más partido en esta historia, sobretodo en relación con
Laurie Strode, con la cual su personaje guarda un vínculo del pasado.
En definitiva y pese a sus fallos, el
enésimo intento de resucitar a Michael Myers resulta una más que interesante
reinvención de la fórmula slasher. Si bien hubiese apreciado algo más de
suciedad y grano en la imagen –un recurso que le añade un punto "exploitation" muy apropiado en mi opinión–, el realizador prefiere jugar sobre seguro,
apostando por una pulcritud academicista y un buen uso del encuadre y la
iluminación para generar situaciones llamativas desde el punto de vista visual.
Además, la banda sonora de John y Cody Carpenter es uno de sus puntos fuertes, trayendo
de vuelta el sonido sintético de los ochenta y ayudando a construir esa
atmósfera retro. Donde la película falla más es en la utilización de los
personajes, abusando de algunos como la nieta –cuyo triángulo amoroso nos
importa un bledo– y olvidándose de otros como Frank Hawkins o Laurie Strode que
deberían haber tenido mucho más peso en la historia. Lamentablemente, lo que
prometía ser el gran duelo entre Laurie y Michael se queda en una bonita y
sangrienta escaramuza.
6’5/10: LA NOSTALGIA, EL PEOR ENEMIGO DE TODOS.
¡Pero que ven mis ojos! Un blog limpio, bonito y minimalista.
ResponderEliminarBuena crítica amigo.