Creemos estar en un mundo de
ensueño, cuando la realidad es que vivimos tiempos oscuros. Hemos disneyficado
la sociedad hasta tal punto que muchos han confundido fantasía con realidad pero,
¿quién nos alimenta estos sueños? ¿a quién le interesa vendernos semejantes
quimeras? Y lo más importante, ¿por qué? La última película del realizador
italiano Paolo Sorrentino, Loro, es una sátira política y social que mira
directamente a los ojos de esos vendedores de nubes. En el papel protagonista
encontramos a Toni Servillo, colaborador habitual del director y uno de los
actores más interesantes del panorama europeo actual. La historia se centra en
la vejez de Silvio Berlusconi, un personaje megalómano que ve su reinado
peligrar y teme que su capacidad de persuasión comience a desmoronarse. La
película busca desmitificarlo y sacar a relucir sus miedos, debilidades y
complejos, para que el espectador pueda, quizá, perderle miedo tanto a él como
a otros líderes mundiales.
Loro tiene una narración sui generis:
por un lado, tenemos a Berlusconi lidiando con sus demonios, aislado, temeroso
y sobretodo frustrado; por el otro, encontramos al joven y ambicioso Sergio
(Riccardo Scamarcio), un admirador suyo que busca en él la escalera para ascender
de estatus. De esta forma, los guionistas Sorrentino y Contarello tratan dos
caras de la misma moneda…¿o debería decir del mismo Silvio? La idea de la
perpetuación de la corrupción y de la trampa a lo largo de las generaciones es original
y está bien ejecutada por momentos pero, al final, por un motivo u otro, la
historia del viejo Silvio cobra mucha más importancia y significado que la
otra. Parece que Sorrentino intentase decirnos que la vejez siempre se ve
superada por la juventud, quizá no en la forma pero sí en el fondo. A la vida
de excesos de Sergio contrasta la aparentemente apacible de Berlusconi y digo
aparente porque, si hay una lección que extraer de esta obra es que la cabra
siempre tira al monte; que por muy sabio que uno se considere, siempre resulta
más sencillo caer en nuestros peores vicios, que resistirse a ellos y esto es
válido tanto para los gobernantes como, especialmente, para los gobernados.
Cuando la crisis existencial de
Berlusconi –no así la moral– comienza a brotar, ni todas las fiestas ni todas
las drogas ni las mujeres de Sergio pueden sustituirlo. Y es que la película nos
dibuja a un Berlusconi frágil, vacío, que intenta desesperadamente
autoengañarse y creerse joven, cuando todos los indicios apuntan lo contrario.
He de admitir que ese giro hacia lo dramático me pilló por sorpresa; cuando uno
piensa en una película sobre Berlusconi, tiende a imaginarse que esté llena de
excesos y de controversia y, aunque ciertamente hay de eso, no están tan
presentes en la historia como cabría esperarse en un principio. En mi opinión,
eso le da más variedad y riqueza a una obra que ya de por sí resulta cuanto
menos sugerente.
En el apartado técnico encontramos
un estilo visual muy similar al de La gran belleza, que busca combinar un escenario
glamouroso con situaciones y personajes estrafalarios. Por muy lujosas que sean
las bacanales que se corren Berlusconi y cía. a costa del erario público,
Sorrentino y su director de fotografía habitual, Luca Bigazzi, las hacen
parecer toscas y zafias. Quizá esté en lo exagerado de la puesta en escena o en
la forma casi esquizofrénica en que la cámara se vuelve por el escenario, pero
esa sensación de futilidad está siempre presente. Ya sabéis lo que dice el
dicho: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
La banda sonora, que cuenta con una mezcla
ecléctica entre el house y la música romántica italiana, me gusto bastante. Esa
dualidad entre el desenfreno que representa la música electrónica y la
caballerosidad de las canciones románticas encajan perfectamente con las dos
vertientes que el Berlusconi de Servillo representa.
La calidad interpretativa está fuera
de toda duda, con un Toni Servillo que se come literalmente la pantalla. Su
caracterización de Berlusconi me recordó vagamente a la de Gary Oldman en El
instante más oscuro, salvando todo el trabajo de maquillaje y prótesis que
requería su papel. Servillo clava tanto sus movimientos como su perturbadora sonrisa,
pero sobretodo evoca la personalidad engreída y a la vez insegura del líder italiano.
Esta última parte era especialmente difícil de conseguir sin caer en la
sobreactuación (su faceta más extrovertida) ni en el melodrama (su lado más
íntimo). En cuanto a los secundarios, cabe destacar a Riccardo Scamarcio en el
papel de Sergio y a Elena Sofia Ricci interpretando a la mujer de Silvio. El
primero cumple el papel clásico de trepa, un individuo sin talento ni educación
alguna que vive de parasitar la sociedad. Por su parte, Ricci coprotagoniza
junto a Servillo algunas de las escenas más descarnadas del filme; es gracias a
su personaje que nos acercamos al Berlusconi más personal y vulnerable y ella
está siempre a la altura de su pareja. Saltan chispas entre estos dos actores.
En definitiva, me fastidia que
películas como Loro no logren abrirse hueco en la cartelera y que sólo
lleguen puntualmente a circuitos festivaleros o a cines independientes, porque logra la difícil tarea de ilustrar sin aburrir ni aleccionar. Pese a contar con
un metraje de dos horas y media, que puede echar atrás a mucha gente –entre la
cual a veces me incluyo–, lo cierto es que la trama nunca se estanca.
Sorrentino siempre encuentra un incentivo, visual o narrativo, para mantener la
atención del espectador. Es un ritmo que, como ocurre en gran parte de su
filmografía, sin resultar frenético tampoco cae en la apatía. Hablo de memoria
pero creo poder afirmar, sin temor a equivocarme, que Loro es, dentro de su
género, una de las películas más reveladoras y cargadas de crítica social de
todo 2018. Un espectáculo grotesco, sexy y espeluznante a partes iguales, que
se mete en la boca del lobo para revelarnos sus asquerosas entrañas. Y es que
el mundo de la política, como otros sectores en la actualidad, ha sido tan poco
observado y controlado por la sociedad en general, que ha terminado por
podrirse igual que un ave muerta en la carretera. Loro me dejó inquieto,
preocupado y ávido por debatir sobre los temas que trata y creo que esos son
valores a reivindicar en el cine, por el bien de la variedad y de la capacidad
informativa del medio. Como diría el Morfeo de Matrix: “intento liberar tu
mente pero yo sólo puedo mostrarte la puerta; tú eres quien debe atravesarla”.
8/10: LA CAIDA DEL NUEVO IMPERIO
ROMANO.
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