Análisis con spoilers - Matrix (Vol. II)


Thomas Anderson es un hombre infeliz, tiene un trabajo aburrido y vive en un mundo gris del que desea escapar, aunque no sabe cómo ni la razón que lo motiva. Si esto se tratase de la novela de Lewis Carroll, el Sr. Anderson sería Alicia, Matrix su mundo y el conejo blanco, ese al que hace alusión Morfeo, es la llave que lo hará descender por la madriguera y descubrir su verdadero propósito vital. Una vez llegado al País de las Maravillas, todo lo demás, incluso su pasado y futuro, le parecerán anodinos; un recuerdo lejano de una existencia en la que jamás creyó. 



En mi opinión, el gran mérito de la saga reside en su concepto inicial: pastilla roja o azul, realidad o ficción, cambiar las cosas o dejarlas como están. En algún momento de nuestras vidas, todos hemos querido corregir las injusticias del mundo, cambiar de rumbo o empezar de cero, pero no hemos podido o no hemos querido, bien sea por incapacidad o incredulidad, dejándonos ese amargor de impotencia y frustración. Por lo tanto, ¿qué elegimos? La elección está en la base de todo y esta será un elemento central de la trilogía, uno que guiará a nuestro protagonista y al espectador en busca de la verdad; ¿existe verdaderamente el libre albedrío o estamos destinados a cumplir un designio? Thomas Anderson elige la píldora roja para abrir los ojos y convertirse en Neo pero, ¿fue elección suya o de los condicionantes de la vida que le tocó? En este momento, los Wachowski ya nos han mostrado las dos vertientes de su obra: una caracterizada por las artes marciales hiperestilizadas y otra mucho más profunda y existencial; la audiencia le llama la atención lo primero y se queda pegado a la butaca por lo segundo. Como demuestra esta maravillosa cinta, la acción y la reflexión no están reñidas, un producto de entretenimiento puede hacerte pensar tanto o más que cualquier otra obra, por mucho que los puristas se empeñen en lo contrario.


Tras ingerir la pastilla roja, Neo despierta de su letargo y Morfeo pasa a explicarle –y explicarnos– que Matrix no es más que una prisión para la mente y que, en realidad, vivimos en un futuro distópico en el cual las máquinas dominan el mundo y los pocos humanos que quedan viven recluídos en Sión, una ciudad subterránea que se alimenta del núcleo terrestre. Irónicamente, la inteligencia artificial que concebimos a principios del S.XXI para satisfacer nuestras crecientes necesidades, ha terminado esclavizándonos y utilizándonos como fuente de energía –sí, nos hemos convertido en pilas–. Para controlarnos y almacenarnos a su antojo, las máquinas han leído a Platón y su alegoría de la caverna. ¿Que qué es la alegoría de la caverna? Imaginaos una profunda cueva, en la cual viven personas que, desde su nacimiento, han permanecido atadas e inmóviles de cara a un muro. Detrás de ellos, hay otras personas portando objetos, que utilizan el fuego de una hoguera para proyectar sombras en dicho muro. Para la gente encadenada, estas sombras conforman toda su realidad y por lo tanto, no se plantean siquiera la posibilidad de que haya algo más allá. Sin embargo, sólo hace falta que uno de estos hombres rompa sus cadenas y salga al exterior para caer en la cuenta de que su antigua existencia era una farsa. Cuando el individuo libre regresa a la caverna para convencer al resto, estos se niegan a creerle porque, desgraciadamente, una ficción bien contada puede ser tan creíble o más que la realidad.


Por medio de Laurence Fishburne, los Wachowski nos transmiten sus inquietudes filosóficas. Thomas Anderson ya es un hombre libre, ha visto la luz y ahora trata de comprender la lógica detrás de la verdad. Por primera vez en su vida, ha desconfiado de sus sentidos y ha utilizado la razón que él siempre ha sospechado tener. La pastilla roja y Morfeo le han llevado al mundo inteligible, rompiendo de esta forma las cadenas de su mente. Pero, si hay algo que se nos queda grabado de esa escena –aparte de la elección entre la pastilla roja y azul– es esa última y curiosa frase en la que Morfeo le recuerda a Neo que él solo le ofrece la verdad, introduciéndonos a la segunda gran teoría filosófica del filme: el método cartesiano de la duda.


Si Platón sembró la duda de la realidad, entre el mundo de las sombras y el de las formas, Descartes fue mucho más allá. Para él nada era cierto hasta que no fuese claro y manifiesto, así que el bueno de Descartes dudó de todo y en su duda, determinó que para pensar que todo era falso, tenía al menos que existir. De ahí nació la famosa frase “pienso, luego existo”, un axioma sobre el que construiría todo su método. Al igual que Platón, el pensador francés empleó la razón como elemento central de su planteamiento; sólo mediante el intelecto, pudo Descartes concluir su primera verdad. Ahora es cuando vosotros empezáis a dudar del propósito de esta parrafada y os preguntáis: ¿a dónde demonios quiere llegar? Quiero llegar a Morfeo y a la parte en la que le argumenta a Neo lo siguiente: “¿Alguna vez has tenido un sueño que pareciera tan real que no lo puedes distinguir de la realidad? […] Es la pregunta la que nos da la fuerza. Es la duda la que te ha traído aquí”. Descartes y su duda, esa sobre la que Thomas Anderson se vio empujado a dejar su trabajo y su antigua vida en busca de la primera y gran verdad: que hay vida más allá de Matrix.


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