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Quisiera empezar esta crítica como debería
comenzar cualquier análisis de una obra de Tarantino: por el guion. Y es que al
director, criado en la ciudad de Los Angeles, siempre le ha interesado más la
escritura que cualquier otra faceta artística. Tanto es
así que, cuando se retire, ya dijo que pensaba probar suerte en otros medios
como la literatura o el teatro y no le culpo: la intriga de Reservoir Dogs o Los odiosos ocho bien podrían valer para un escenario teatral, mientras los acontecimientos de Malditos Bastardos o Pulp
Fiction quedarían a las mil maravillas retratados en las páginas de un libro. Erase una vez
en…Hollywood entraría en esta última categoría, ya que su narración y
construcción de personajes, así como su ambientación, resulta mucho más profunda y sentida que en
cualquiera de sus obras anteriores. No es que su filmografía esté carente de
sentimiento, más bien lo contrario, pero siento que Rick y Cliff han salido de
la parte más emotiva y nostálgica de Tarantino. Casi como si les estuviera
rindiendo un homenaje, agradeciéndoles todas esas tardes que pasó pegado al
televisor de niño y que le ayudaron a convertirse en el autor que es hoy en día.
Lejos queda esa imagen del enfant terrible, el
autor rebelde que dinamitó el Hollywood de los noventa desde dentro. Ahora,
pasados los cincuenta, Tarantino parece más consciente de querer dejar una
impronta, un legado que identifique su persona y la distinga de las demás. La
historia de esta obra es buena, muy buena, pero tiene menos del enfant terrible
y más del Sr. Tarantino, un autor alcanzando la madurez. El ritmo es sosegado,
quizá demasiado por momentos –aunque de eso ya hablaré más adelante– y la
acción que se sucede en pantalla no va ligada tanto a una misión u objetivo
externo, sino a una búsqueda interna de nuestros protagonistas. Aquí importa
más conectar con las frustraciones personales y profesionales de Rick y Cliff y ahondar en sus demonios interiores, que en cualquiera de sus películas anteriores. No
esperéis tampoco grandes y desenfrenadas escenas de acción como en Kill
Bill o Los odiosos ocho; Erase una vez en…Hollywood es lo más cerca que ha estado Tarantino del drama y puede que eso eche para atrás a los más incondicionales. Porque quizá sea demasiado
personal y esté llena de referencias que sólo un obseso por el cine puede
reconocer pero, por encima de todo, porque Rick y Cliff son el único y gran
motor que hace funcionar al filme. Sin ellos, esta historia rozaría más el
documental que la ficción; un retrato fehaciente de la época sin excesivas
concesiones. Afortunadamente, Tarantino vuelve a crear magia en los diálogos y
en los disparatados escenarios que nos presenta y que nos ayudan a simpatizar
con sendos protagonistas.
En lo referente a las interpretaciones, cuando
cuentas con Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, dos de los mejores actores de su
generación, como protagonistas de tu película, el resultado nunca puede ser
menos que excelente. Tarantino les entrega las llaves de su historia y les deja
hacer su trabajo como hacía años que no lo habían hecho, sobretodo Brad Pitt, quien llevaba
un tiempo desaparecido, haciendo títulos menores como Máquina de guerra o
Aliados, que no lograban sacar a relucir su talento. Con el personaje de Cliff
Booth, Pitt vuelve derribando la puerta grande y recordándonos a todos que
sigue más en forma que nunca. Sin hacer spoilers, Cliff tiene algunas de las
mejores escenas del título – ¡una de ellas compartiendo la pantalla con un
perro! – y su interpretación consigue que entendamos mejor lo que conlleva el
trabajo de un especialista y lo poco reconocido que está por la crítica y el
público en general. Es casi como si fueran fantasmas, haciendo la vez de
sombras de las grandes estrellas. Este personaje es el verdadero alma de la
película, es la figura sobre la que se apoya en todo momento Rick Dalton; un
amigo, un confidente y un terapeuta todo en uno. Como bien lo describe
Tarantino al principio del filme, Cliff carga con su trabajo…y con todo lo
demás. Por su parte, DiCaprio está enorme en el papel de actor fracasado,
alcohólico y malhumorado que busca desesperadamente romper la barrera de la
televisión. Está especialmente bien conseguido los cambios de humor de su
personaje: Rick pasa de la confianza en sí mismo a la desconfianza en un
momento. Porque el trabajo de un actor es así de cambiante: tan pronto estás en
la cima del mundo como en el mismísimo subsuelo y nadie se acuerda de ti. Eso
afectaría a la autoestima de cualquiera y DiCaprio muestra esa vulnerabilidad
de forma sutil y efectiva. Cerrando el trio de estrellas encontramos a Margot
Robbie ¿o debería de decir Sharon Tate? Sus apariciones se cuentan con los
dedos de una mano, lo cual puede decepcionar a algunos, pero Robbie saca el
máximo partido posible con el tiempo que Tarantino le da. Cierto es que su
personaje no termina de encajar en la historia principal de Rick y Cliff, pero
la jovialidad y sensualidad que le aporta la actriz del Escuadrón Suicida
resulta muy refrescante.
Todos los aspectos técnicos de la película son
un espectáculo, sin excepción. El objetivo de las cámaras de Robert Richardson
captura todo el espíritu de la ciudad angelina en los años 60. Es lo más
cercano a aquella de lo que vamos a estar nunca. Además, los escenarios fueron
filmados con un tipo de película de Kodak que se caracteriza por resaltar los
colores y separarlos más para sacarle todo el colorido a cada escena. Eso se
deja ver a lo largo de toda la película, más aún en los interiores de los
clubes nocturnos, restaurantes y hogares en los que se ambienta la película.
Por otra parte, los estrafalarios conjuntos y peinados de la época están muy
presentes aquí, sacando de quicio a un Rick Dalton de corte clasicista que se
resiste a dar el brazo a torcer frente a la moda hippie que, a su vez,
abanderan Sharon Tate y Roman Polanski.
La ambientación de la ciudad está cuidada hasta
el más mínimo detalle: desde los posters de películas que cuelgan en casa de Rick
hasta los carteles de neón que anuncian bares y restaurantes, pasando por la
publicidad en bancos y autobuses o las carteleras de los cines que pueblan la
ciudad. Solo por ver anuncios de clásicos del cine como Gigante o Tora! Tora!
Tora! o frikadas como una foto de El zorro o la brillante aparición de Bruce
Lee en el set de rodaje de El avispón verde, ya merece la pena ir a verla. Si a
eso le añadimos una banda sonora marca de la casa Tarantino, entonces ya es una
cita obligatoria; haciendo uso de la radio como lo hizo en Reservoir Dogs o
Pulp fiction, Tarantino mete a grupos como Vanilla Fudge, Simon &
Garfunkel, Deep Purple, Neil Diamond, los Rolling o Los Bravos entre muchos
otros –y sí, por si os lo preguntabais, Tarantino es fan del pop español de los
60–.
En cuanto a los puntos negativos, el más
reseñable sería el peso de Sharon Tate en la historia. Pese a la carismática
presencia de Margot Robbie, al ver la película por segunda vez sentí que su
personaje no terminaba de funcionar, que le faltaba algo para que sus
apariciones fuesen algo más que fan service para los frikis del cine. Jamás me
quejaré de ver a Robbie bailando en la gran pantalla, pero sí me quejo de la
forma en la que Tarantino hace uso de ella, casi más como una anécdota, como
una estrella invitada, que como un personaje integral en la historia. Mirándolo
bien, Sharon Tate está ahí para crear expectativa y para que el espectador
masque la tragedia, esperando el momento en el que su vida se cruce con la de
la familia Manson. Es un buen truco, pero un truco, al fin y al cabo.
En definitiva, Erase una vez en…Hollywood es
una evolución de la fórmula tarantiniana: tiene reminiscencias del estilo gore
e histriónico que lo encumbró en sus inicios, pero con un punto de madurez que
ya apuntaba en Los odiosos ocho. Quizá donde note más diferencia sea en su sustrato: mientras Malditos bastardos, Kill Bill o Jackie Brown
eran productos dirigidos a un público más amplio, esta película está hecha por
y para el amante del cine. Hay muchas referencias que sólo comprenderás si has
visto muchas películas; de lo contrario, te sentirás perdido y puede incluso que algo aburrido. ¿Conoces a
Sharon Tato y los crímenes de la familia Manson? ¿Te has visto La semilla del
diablo, Mannix o El avispón verde? ¿Estás familiarizado con artistas como George
Peppard, Dean Martin o Sergio Corbucci? Si la respuesta a todas estas preguntas
es afirmativa, Erase una vez en…Hollywood es tu película; y si no os diría que le dieseis una oportunidad,
porque nadie sabe hacer un espectáculo cinematográfico a la antigua usanza como
Tarantino. Porque, si sólo nos queda ésta y una película suya más antes de que pase al
rincón de las viejas glorias junto a Rick Dalton, más nos vale disfrutar de ellas.
8/10: NOSTALGICA FABULA SOBRE LA FABRICA DE CONTAR HISTORIAS
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