Crítica sin spoilers - Erase una vez en...Hollywood


Quentin Tarantino presenta su novena y penúltima película–si hemos de creer su palabra de que se retirará con la décima–, Erase una vez en…Hollywood, y lo hace manteniendo el mismo nivel de expectativa y misterio que rodea a cada uno de sus estrenos. Pocos directores actuales tienen el poder para atraer gente al cine como el bueno de Quentin y menos aún que lo hayan sabido mantener durante casi tres décadas. Hay quienes dicen que se ha acomodado, que ha perdido frescura o que no ha evolucionado su estilo a lo largo de los años; a esa gente, yo les digo que no es del todo descartable, que puede haber perdido su “mojo” como diría Austin Powers pero tan cierto es eso como que, cada vez que nos sentamos a ver una película suya, nos lo pasamos como enanos. Su última película puede ser catalogada como “más de lo mismo con diferente envoltorio” pero a mí me sigue entreteniendo como nunca y, a juzgar por sus números de taquilla, a millones de personas también. La historia se ambienta en el Hollywood de finales de los sesenta y tiene como protagonistas al actor de televisión Rick Dalton (DiCaprio) y a su doble de acción, Cliff Booth (Pitt). Mientras la era hippie estaba cambiando todo el “star system” de la industria, Rick busca trabajo desesperadamente. Es consciente de que su tiempo ha pasado, su fecha de caducidad ha expirado y mientras sus vecinos, Sharon Tate y Roman Polanski, disfrutan de las mieles del éxito, Rick se ahoga en un mar de alcohol y depresión. Tarantino escribe esta crónica de la vida de Rick y Cliff como un homenaje al mundo de la interpretación y a todos los tipos de actores que en él se encuentran: las estrellas incipientes, las venidas a menos y luego están las sombras que hacen el trabajo sucio, los dobles de acción, a quienes les debemos tanto y reciben tan poco.


Quisiera empezar esta crítica como debería comenzar cualquier análisis de una obra de Tarantino: por el guion. Y es que al director, criado en la ciudad de Los Angeles, siempre le ha interesado más la escritura que cualquier otra faceta artística. Tanto es así que, cuando se retire, ya dijo que pensaba probar suerte en otros medios como la literatura o el teatro y no le culpo: la intriga de Reservoir Dogs o Los odiosos ocho bien podrían valer para un escenario teatral, mientras los acontecimientos de Malditos Bastardos o Pulp Fiction quedarían a las mil maravillas retratados en las páginas de un libro. Erase una vez en…Hollywood entraría en esta última categoría, ya que su narración y construcción de personajes, así como su ambientación, resulta mucho más profunda y sentida que en cualquiera de sus obras anteriores. No es que su filmografía esté carente de sentimiento, más bien lo contrario, pero siento que Rick y Cliff han salido de la parte más emotiva y nostálgica de Tarantino. Casi como si les estuviera rindiendo un homenaje, agradeciéndoles todas esas tardes que pasó pegado al televisor de niño y que le ayudaron a convertirse en el autor que es hoy en día.


Lejos queda esa imagen del enfant terrible, el autor rebelde que dinamitó el Hollywood de los noventa desde dentro. Ahora, pasados los cincuenta, Tarantino parece más consciente de querer dejar una impronta, un legado que identifique su persona y la distinga de las demás. La historia de esta obra es buena, muy buena, pero tiene menos del enfant terrible y más del Sr. Tarantino, un autor alcanzando la madurez. El ritmo es sosegado, quizá demasiado por momentos –aunque de eso ya hablaré más adelante– y la acción que se sucede en pantalla no va ligada tanto a una misión u objetivo externo, sino a una búsqueda interna de nuestros protagonistas. Aquí importa más conectar con las frustraciones personales y profesionales de Rick y Cliff y ahondar en sus demonios interiores, que en cualquiera de sus películas anteriores. No esperéis tampoco grandes y desenfrenadas escenas de acción como en Kill Bill o Los odiosos ocho; Erase una vez en…Hollywood es lo más cerca que ha estado Tarantino del drama y puede que eso eche para atrás a los más incondicionales. Porque quizá sea demasiado personal y esté llena de referencias que sólo un obseso por el cine puede reconocer pero, por encima de todo, porque Rick y Cliff son el único y gran motor que hace funcionar al filme. Sin ellos, esta historia rozaría más el documental que la ficción; un retrato fehaciente de la época sin excesivas concesiones. Afortunadamente, Tarantino vuelve a crear magia en los diálogos y en los disparatados escenarios que nos presenta y que nos ayudan a simpatizar con sendos protagonistas.


En lo referente a las interpretaciones, cuando cuentas con Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, dos de los mejores actores de su generación, como protagonistas de tu película, el resultado nunca puede ser menos que excelente. Tarantino les entrega las llaves de su historia y les deja hacer su trabajo como hacía años que no lo habían hecho, sobretodo Brad Pitt, quien llevaba un tiempo desaparecido, haciendo títulos menores como Máquina de guerra o Aliados, que no lograban sacar a relucir su talento. Con el personaje de Cliff Booth, Pitt vuelve derribando la puerta grande y recordándonos a todos que sigue más en forma que nunca. Sin hacer spoilers, Cliff tiene algunas de las mejores escenas del título – ¡una de ellas compartiendo la pantalla con un perro! – y su interpretación consigue que entendamos mejor lo que conlleva el trabajo de un especialista y lo poco reconocido que está por la crítica y el público en general. Es casi como si fueran fantasmas, haciendo la vez de sombras de las grandes estrellas. Este personaje es el verdadero alma de la película, es la figura sobre la que se apoya en todo momento Rick Dalton; un amigo, un confidente y un terapeuta todo en uno. Como bien lo describe Tarantino al principio del filme, Cliff carga con su trabajo…y con todo lo demás. Por su parte, DiCaprio está enorme en el papel de actor fracasado, alcohólico y malhumorado que busca desesperadamente romper la barrera de la televisión. Está especialmente bien conseguido los cambios de humor de su personaje: Rick pasa de la confianza en sí mismo a la desconfianza en un momento. Porque el trabajo de un actor es así de cambiante: tan pronto estás en la cima del mundo como en el mismísimo subsuelo y nadie se acuerda de ti. Eso afectaría a la autoestima de cualquiera y DiCaprio muestra esa vulnerabilidad de forma sutil y efectiva. Cerrando el trio de estrellas encontramos a Margot Robbie ¿o debería de decir Sharon Tate? Sus apariciones se cuentan con los dedos de una mano, lo cual puede decepcionar a algunos, pero Robbie saca el máximo partido posible con el tiempo que Tarantino le da. Cierto es que su personaje no termina de encajar en la historia principal de Rick y Cliff, pero la jovialidad y sensualidad que le aporta la actriz del Escuadrón Suicida resulta muy refrescante.


Todos los aspectos técnicos de la película son un espectáculo, sin excepción. El objetivo de las cámaras de Robert Richardson captura todo el espíritu de la ciudad angelina en los años 60. Es lo más cercano a aquella de lo que vamos a estar nunca. Además, los escenarios fueron filmados con un tipo de película de Kodak que se caracteriza por resaltar los colores y separarlos más para sacarle todo el colorido a cada escena. Eso se deja ver a lo largo de toda la película, más aún en los interiores de los clubes nocturnos, restaurantes y hogares en los que se ambienta la película. Por otra parte, los estrafalarios conjuntos y peinados de la época están muy presentes aquí, sacando de quicio a un Rick Dalton de corte clasicista que se resiste a dar el brazo a torcer frente a la moda hippie que, a su vez, abanderan Sharon Tate y Roman Polanski.


La ambientación de la ciudad está cuidada hasta el más mínimo detalle: desde los posters de películas que cuelgan en casa de Rick hasta los carteles de neón que anuncian bares y restaurantes, pasando por la publicidad en bancos y autobuses o las carteleras de los cines que pueblan la ciudad. Solo por ver anuncios de clásicos del cine como Gigante o Tora! Tora! Tora! o frikadas como una foto de El zorro o la brillante aparición de Bruce Lee en el set de rodaje de El avispón verde, ya merece la pena ir a verla. Si a eso le añadimos una banda sonora marca de la casa Tarantino, entonces ya es una cita obligatoria; haciendo uso de la radio como lo hizo en Reservoir Dogs o Pulp fiction, Tarantino mete a grupos como Vanilla Fudge, Simon & Garfunkel, Deep Purple, Neil Diamond, los Rolling o Los Bravos entre muchos otros –y sí, por si os lo preguntabais, Tarantino es fan del pop español de los 60–.


En cuanto a los puntos negativos, el más reseñable sería el peso de Sharon Tate en la historia. Pese a la carismática presencia de Margot Robbie, al ver la película por segunda vez sentí que su personaje no terminaba de funcionar, que le faltaba algo para que sus apariciones fuesen algo más que fan service para los frikis del cine. Jamás me quejaré de ver a Robbie bailando en la gran pantalla, pero sí me quejo de la forma en la que Tarantino hace uso de ella, casi más como una anécdota, como una estrella invitada, que como un personaje integral en la historia. Mirándolo bien, Sharon Tate está ahí para crear expectativa y para que el espectador masque la tragedia, esperando el momento en el que su vida se cruce con la de la familia Manson. Es un buen truco, pero un truco, al fin y al cabo.

En definitiva, Erase una vez en…Hollywood es una evolución de la fórmula tarantiniana: tiene reminiscencias del estilo gore e histriónico que lo encumbró en sus inicios, pero con un punto de madurez que ya apuntaba en Los odiosos ocho. Quizá donde note más diferencia sea en su sustrato: mientras Malditos bastardos, Kill Bill o Jackie Brown eran productos dirigidos a un público más amplio, esta película está hecha por y para el amante del cine. Hay muchas referencias que sólo comprenderás si has visto muchas películas; de lo contrario, te sentirás perdido y puede incluso que algo aburrido. ¿Conoces a Sharon Tato y los crímenes de la familia Manson? ¿Te has visto La semilla del diablo, Mannix o El avispón verde? ¿Estás familiarizado con artistas como George Peppard, Dean Martin o Sergio Corbucci? Si la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa, Erase una vez en…Hollywood es tu película; y si no os diría que le dieseis una oportunidad, porque nadie sabe hacer un espectáculo cinematográfico a la antigua usanza como Tarantino. Porque, si sólo nos queda ésta y una película suya más antes de que pase al rincón de las viejas glorias junto a Rick Dalton, más nos vale disfrutar de ellas.


8/10: NOSTALGICA FABULA SOBRE LA FABRICA DE CONTAR HISTORIAS



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