Crítica sin spoilers - Midsommar



Hace un año se estrenó en cines Hereditary, una película a todas luces inclasificable que, con el afán de resultar más comercial, fue etiquetada dentro del género de terror. Su director era Ari Aster, un joven neoyorquino que debutaba en la gran pantalla tras filmar un buen puñado de cortometrajes y que sorprendía a propios y extraños con una obra a la que puede que le faltaran muchas cosas, pero extravagancia no era una de ellas. Yo fui a verla tras oír a la –casi– siempre prensa sensacionalista decir maravillas de ella: que si era una revolución para el género, que era lo más terrorífico en años, una obra única con unas imágenes escalofriantes y un largo etcétera. Cuando una campaña de marketing tramposa y/o unos críticos extasiados venden una película como algo que no es, termina perjudicando a la experiencia en sí. Sin embargo, un año después aquí me hallo, volviendo a la sala para ver la nueva y aclamada obra de Aster, Midsommar, y por alguna razón mis expectativas volvieron a estar por todo lo alto. No sé si este hombre es experto en magia negra o si ha hecho un pacto con el diablo, pero lo cierto es que después del batacazo que supuso para mí Hereditary, recobrar de nuevo el entusiasmo era cuanto menos increíble. La pregunta es si esta vez es la buena, si las alabanzas cosechadas tienen fundamento o si es sólo el enésimo intento de colarnos un gran disparate como la nueva gran obra de culto de nuestros tiempos.

Los que leáis mis críticas habitualmente sabréis que en el párrafo introductorio suelo dar una breve sinopsis del filme, así como información sobre su reparto y demás características técnicas. Sin embargo, en esta ocasión no he querido –y porque no admitirlo, tampoco he podido– ya que la historia que nos cuenta es tan difícil de describir, que podría romperme los sesos contra la pantalla del ordenador sin haber escrito ni una línea. Pero entonces, ¿qué nos cuenta Midsommar? Pues siendo sinceros, no mucho. Tras las dos horas y media de duración, me quedé pegado a la butaca un buen rato, hasta que vi a la limpiadora entrar y salí del estado de obnubilación en la que me encontraba, pero sin la certeza de que lo que acababa de ver me hubiese gustado. La historia está protagonizada por Dani (Florence Pugh), una joven estudiante de psicología que se marcha de vacaciones a una pequeña comunidad sueca junto a su novio (Jack Reynor) y tres de sus amigos con el fin de escapar de la tragedia familiar que la atormenta. Y hasta aquí puedo contar. El guion, escrito por el propio Aster, es de lo más camaleónico: empieza como un drama psicológico con tintes macabros, continúa como un viaje experimental a la Suecia más salvaje y acaba como una intriga en la cual puede ocurrir cualquier burrada, todo ello aderezado con momentos de comedia negra –casi absurda– que arrancarán una sonrisa culpable al espectador. Como ven, no es tarea fácil hablar de esta película y mucho menos valorarla. Su historia es atípica y aunque más o menos sigue una estructura narrativa tradicional, lo que ocurre entremedio es tan desconcertante e incluso inconexo que yo pensaría en ella más como una aventura alucinógena que como una cinta de terror al uso.


Y es que catalogar a esta película como de terror es como decir que Carretera perdida es una intriga o Magic Johnson un base. Es verdad que la película tiene algún momento intenso que, para los iniciados en el género, podría catalogarse como terror, pero tan cierto es eso como que tiene otros muchos momentos dramáticos o incluso cómicos que hacen que perdamos ese temor inicial. Percibo ciertos paralelismos entre su estilo y el de David Lynch: a ambos les gusta tomar una premisa más o menos definida y abandonarla, retomarla y volver a abandonarla para meternos momentos extraños y de lo más surrealistas. Midsommar parte de una protagonista bien descrita, con sus preocupaciones y desafíos vitales, que busca en esta comuna una especie de catarsis. Un comienzo nuevo. La introducción al personaje de Dani es estremecedora, una carta de presentación fulminante y una declaración de intenciones por parte de Aster; abróchense los cinturones que vienen curvas. Por supuesto, terminan llegando, pero ni por asomo fueron tan devastadoras como cabría esperarme. Y digo esto porque, más que cualquier otra película expuesta actualmente en cartelera, cada uno tendrá una experiencia diferente con Midsommar y puede o puede que no se alinee con la mía.


Sin embargo, lejos de toda esta ambigüedad, una cosa sí puedo decir: si prefiere un cine más convencional –en la mejor acepción de la palabra– es muy probable que no le guste esta película. Las razones son varias, pero la que yo señalaría como principal es la falta de contenido. Aster propone un interesante viaje psicodélico a una secta en la campiña sueca pero la historia no va más allá de eso. La esperada catarsis de la protagonista nunca llega y la relación con su novio tampoco evoluciona. Al principio del filme, Dani estaba destrozada por el trauma familiar y, más adelante, sigue sin encontrar una solución a sus problemas; tampoco su relación con Chris (Reynor), del que está muy distanciada al inicio, se amplia. Muchos elementos dramáticos de la protagonista acaban olvidados o concluidos de forma muy previsible, en el mejor de los casos.


En cuanto a las actuaciones, Florence Pugh se come la pantalla. Los mejores momentos de la cinta los protagoniza ella y si funcionan es porque su interpretación logra que empaticemos con su personaje. Me resulta difícil hablar del resto del reparto, porque tienen muy poco con lo que trabajar. Jack Reynor está rescatable como el novio pasota de la protagonista, pero su personaje no deja de ser eso: un cliché con patas. Respecto a los demás integrantes del grupo, los roles son bastante estereotipados: tenemos al amigo que propone el viaje, al que quiere viajar por interés cultural y al que solo quiere conocer chicas vikingas y colocarse. En cuanto a los integrantes de la comuna, todos se comportan de manera similar, poniendo cara misteriosa y comportamiento histriónico.

Personalmente, el aspecto más trabajado es sin duda el técnico, desde la fotografía hasta el sonido y la edición, pasando por el vestuario y el maquillaje. Todos están a un gran nivel y, junto a la interpretación de Pugh, son los dos principales pilares sobre los que reposa Midsommar. Hay algo en la puesta en escena y en la filmación, que hace que estemos tranquilos y expectantes al mismo tiempo. La edición también ayuda en este ejercicio de tensar y destensar al espectador; y es que, tan pronto estamos tranquilos contemplando las apacibles praderas suecas como inquietos ante algún espectáculo grotesco.

En definitiva, Midsommar es la representación cinematográfica de un Ari Aster gritándole al público que él es un autor y en su desesperación por convertirse en el nuevo Lynch, Kubrick o Bergman, termina irritando al público, no porque su película sea mala sino porque se toma más en serio a sí mismo que su propio producto. Al fin y al cabo, estamos ante una historia bastante simple, adornada con escenas chocantes y con una ambientación que vale un potosí. Sin embargo y pese al encomiable esfuerzo de Pugh y su equipo, Aster se queda a medio camino entre la consagración y el hazmerreír, firmando una obra que, si bien te dejará patidifuso, con el paso del tiempo y la reflexión acaban viéndosele las costuras, sobretodo a su endeble guion. Personajes que aparecen y desaparecen sin ningún motivo, rituales confusos cuyo único propósito parece ser impactar a la audiencia y una historia dramática bien presentada y terriblemente desarrollada, Midsommar puede que sea más arriesgada y salvaje que su predecesora, un viaje extrañamente estimulante, pero finalmente vacío que mucho me temo no dejará su impronta en ningún género, mucho menos en el de terror.


6’5/10: BELLO Y LISERGICO VIAJE A LA NADA.

2 comentarios:

  1. Impecable crítica Rick. Si sigues así llegarás hasta donde tu quieras.

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  2. Muchísimas gracias, Juan Carlos. La verdad es que sí me gustaría seguir explorando el bonito mundo de la prensa cinematográfica, sin perder mi toque personal. Un saludo, amigo!

    P.D. Siento la tardanza en la respuesta.

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