Análisis – Acorralado


Un hombre contra un sheriff. Contra un pueblo. Contra un ejército. Contra un sistema que lo ha utilizado y luego lo ha abandonado. John Rambo es un veterano de guerra, un boina verde que sirvió en la Guerra de Vietnam bajo las estrictas órdenes del Coronel Trautman (Richard Crenna) y que ahora busca acomodo en una sociedad inclemente para él. Cuando alguien pasa de ser una pieza clave dentro del engranaje militar de los EE.UU a persona non grata allá por dónde va, la vida se hace muy cuesta arriba. Como canta Dan Hill en el tema principal compuesto por Jerry Goldsmith, la vida es una larga carretera cuando estás sólo y nadie está más sólo que John Rambo. Acorralado –un título mejor incluso que su original, “First Blood” – es la historia de alguien desesperado, que no tiene nada que perder y mucho que hacer valer. Nuestro protagonista regresa a su país tras combatir en una guerra atroz –como todas las guerras– que le deja graves secuelas psicológicas, esperando reencontrarse con el último compañero vivo de su antigua unidad y poder así vivir en paz, rodeado de los suyos.  Sin embargo, su hermano de armas ha muerto por culpa de un cáncer provocado por la inhalación de gases tóxicos en Vietnam y eso termina por hundirlo. Sin lugar a donde ir ni sitio al que llamar hogar, John Rambo se encuentra vagabundeando por las frías carreteras del estado de Washington, cuando se cruza con el pueblo de Hope, lugar de reposo para muchos pero no para él. Sólo quiere que le dejen vivir tranquilo y en soledad, sin increpar a nadie ni causar problemas, pero su mera presencia parece molestar a los habitantes del lugar, que no se fían del melenudo Stallone. Desgraciadamente, la palabra descanso no figura en su diccionario y pronto se mete en problemas con el Sheriff Will Teasle (Brian Dennehy), que se toma el asunto de forma muy personal. Así arranca Acorralado, la película de acción ochentera por antonomasia.

Antes de empezar, quiero recordar que esto es un análisis con spoilers. La película ya se estrenó en 1982, así que no creo que se le pueda considerar una novedad. De todas formas, si por cualquier motivo no la has visto –quizá nunca pudiste alquilarla en el videoclub o tus padres eran más estrictos que le media–, deja de leer y ponte a ello. Tienes deberes.


El cine de acción de los 80 y los 90, una generación de películas tan influyentes que podrían constituir un subgénero aparte, fue iniciado en 1982 por “First Blood”, un año en el que aparte de ésta, presenciamos el estreno de obras legendarias como La cosa de Carpenter, Conan el Bárbaro, E.T. o Blade Runner…¡menuda cosecha! En las décadas anteriores, las películas eran por lo general mucho más reflexivas y exigentes con el espectador, primando el guion y las interpretaciones sobre la espectacularidad de las imágenes y/o coreografías. Sólo tenéis que echarle un vistazo a las producciones que se hacían antes y después de los 80 para entender que esta década supuso un antes y un después en la forma en que la industria de Hollywood entendía el entretenimiento de masas. Claro que si tiráramos de hemeroteca, encontraríamos grandes referentes del género como el vertiginoso cine de Buster Keaton –que fue el primer gran doble de acción–, El malvado Zaroff (1932) o Harry, el sucio (1971), donde Clint Eastwood reinventaría la figura del tipo duro que come acero y caga clavos.


Sin embargo, la estructura narrativa centrada en un actor cachas dando vida a un héroe solitario, con muy mala leche y que dice frases lapidarias cada cinco minutos no se había visto antes. Otra característica notoria del cine de acción ochentero es el uso de un variado arsenal de armas y vehículos, a cada cual más explosivo y bestia que el anterior. Nuestro héroe, al que apoyamos siempre porque es el más chulo, ha de enfrentarse a un malvado sistema/corporación/banda terrorista que intenta joderle a él y a los suyos. La gran cualidad de Acorralado y la principal razón por la que funcionó tan bien –aparte de por las brutales secuencias de acción– es que tomaba un acontecimiento tan sensible como lo era la Guerra de Vietnam en la época y lo empleaba como telón de fondo para mostrarnos una película desenfrenada y llena de acción como pocas se habían visto entonces. Con First Blood, Ted Kotcheff firmó una obra que no tenía miedo de reconocer que su guion y sus actuaciones principales no eran más que medios para llegar al fin: entretener al espectador. Y vaya si lo logró.


A menudo se dice que Stallone es un pésimo actor, que tiene el registro de un cactus y la expresividad de una momia. Yo siento discrepar. Por supuesto, no es ningún Marlon Brando pero él ha logrado dar vida a dos de los personajes más emblemáticos de la historia del cine y ha sabido darles a cada uno una personalidad distinta. Recientemente, le hemos visto regresar por todo lo alto con Creed, donde vimos a un Rocky nostálgico, ya retirado y cansado del boxeo; mientras, en Rambo (2008), sigue siendo ese mismo soldado frío y eficiente que adiestrara Richard Crenna. Dos personajes memorables por motivos distintos pero con algo en común: el actor que les dio vida. Cabe también recordar que en cintas dramáticas como La cocina del infierno o F.I.S.T, ofrece interpretaciones convincentes. Por estos y otros motivos, Sylvester Stallone no sólo me parece un actor infravalorado –en ocasiones incluso vilipendiado– sino también un artista polifacético, atreviéndose con éxito en funciones de director y guionista y manteniéndose 40 años relevante en una industria donde todos son prescindibles.


En cuanto al resto del reparto, Brian Dennehy hace un papelón como el sheriff cabrón que no parará hasta meterle una bala entre ceja y ceja a Rambo. Ya desde su primera irrupción en escena, cuando lo “invita” a largarse del pueblo, vemos que el tipo no lo aguanta y seamos honestos, Rambo tampoco lo traga. Aunque no es rival para nuestro héroe, su presencia en pantalla y la antipatía que crea en el espectador son motivos suficientes para engancharnos a la acción. Como Rambo, nosotros también estamos hasta la coronilla del impertinente del sheriff y su pandilla de abusones come-donuts. Luego está Richard Crenna en un papel secundario, aunque esencial para entender el pasado de Rambo, interpretando al rudo coronel Trautman. Crenna es el encargado de cantarle las cuarenta al arrogante policía y avisarle que por muchos hombres que envíe a las montañas, lo único que recibirá serán cadáveres. El bueno del coronel entra en escena cual Doctor Frankenstein, alguien que ha creado un monstruo aborrecible incapaz de vivir en sociedad. Sin embargo, la realidad que retrata la película es otra: Trautman no creó a Rambo, EE.UU. lo hizo cuando decidió ir a Vietnam. Ese monstruo que tanto desechan ahora, fue un héroe condecorado otrora. La escena final con un John en modo demoledor, destrozando la comisaría y venciendo a un sheriff Teasle postrado ante él, es sublime. Cuando Trautman entra para tratar de calmarlo, no sabemos muy bien qué va a pasar: ¿quién vivirá y quién morirá? El final original acababa con Rambo suplicándole a Trautman que lo mate y acabe así con su sufrimiento. Al principio, Trautman se niega pero Rambo termina convenciéndolo y acaba matándolo. Un final mucho más dramático, quizá mejor para el personaje, aunque el mensaje sigue siendo el mismo sin importar el desenlace. John Rambo está herido de muerte, no físicamente pero sí psicológicamente y Trautman es el único que puede ayudarle. ¿Cómo? Pues llevándole de vuelta a su hábitat natural. A la guerra.  


Las escenas de acción son todas espectaculares: desde la persecución inicial del inicio, cuando Rambo se escapa de la comisaría y huye en moto hasta la destrucción total de Hope al final, cuando entra en el tranquilo pueblo como un elefante en una cacharrería, haciendo explotar la gasolinera, destrozando el tendido eléctrico y arrasando con todo a su paso, ametralladora en mano y cinta en la cabeza. Puro goce.

Los aspectos técnicos del filme están hechos con esmero: la fotografía es competente y sobresale especialmente cuando Rambo se encuentra vagando por las montañas nevadas de Washington. Los planos panorámicos y generales en este contexto son geniales. También está bien filmada y resulta claustrofóbica la escena en la que Stallone escapa por los túneles entre las montañas, sufriendo el ataque de las ratas hambrientas.


En cuanto a la música, estando detrás un maestro como Jerry Goldsmith sabes que al menos un gran temazo vamos a escuchar. Goldsmith le pone acordes al carácter duro y feroz de Rambo y lo hace con tanto éxito que resulta ya indisociable del personaje. La canción del final “It’s a long road” cantada por Dan Hill tiene una letra muy buena y queda perfecta con ese impactante final en el que Rambo termina arrestado. Un día más, la misma guerra.

En definitiva, Acorralado fue la primera gran película de una gran década en la que el cine era muy gamberro, muy violento pero sobretodo, muy divertido y liberador. Sí, era acción y era violenta y sí, Rambo no era un modelo a seguir para nadie pero, ¿acaso no soñamos de niños con llegar a ser tan molón como él? No hay nada mejor que una película que, aún siendo consciente de sus limitaciones, sabe entregar lo que promete y lo hace sin paliativos. Su guion es muy sencillo y sus personajes son poco más que clichés pero el cine está para abstraerse de la realidad, no para imitarla. Este concepto que a priori es tan sencillo de entender, parece imposible de aceptar en la era de Internet. En unos tiempos en los que lo políticamente correcto pretende decirnos lo que está bien y lo que está mal, en los tiempos de la ofensa en los que unos critican películas como Rambo por ser extremadamente “old fashion” y otros critican a Wonder Woman por ser demasiado “moderna”, la mejor receta es la incorrección. En el cine de los 80 vimos tanto a Rambo como a Ripley, a Iván Drago y a Tía Ama…héroes y villanos memorables, tanto femeninos como masculinos, conviviendo sin ningún problema ni controversia. ¿Verdad que era bonito?


7,5/10: LUCHANDO UNA GUERRA SIN FIN

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