Crítica sin spoilers - El Irlandés


Llega un momento en la vida de toda persona en la que esta rinde cuentas sobre sus actos. Es en esta etapa de madurez en el que uno ha de mirarse frente al espejo y preguntarse: ¿quién soy y quién he sido? Este punto es crucial y es tan universal como la misma muerte. Poco importa si has sido barrendero o presidente de una nación, desde el más humilde hasta el más famoso, todos atravesamos esos instantes de reflexión. Martin Scorsese quizá ha llegado a ese punto en su vida de artista, queriendo compartir sus últimas inquietudes con el mundo del cine, trascendiendo al mismo y dejando un legado por el que sea recordado –como si no lo hubiese dejado ya, ¿verdad? –. El realizador italoamericano ha llevado una vida de éxitos y alabanzas, en gran medida gracias a su aportación al subgénero de gánsteres, con obras maestras como Uno de los nuestros o Casino, pero ahora quiere explorar nuevo territorio. De esta forma nace El Irlandés, la épica historia que narra la vida de Frank Sheeran, un sicario vinculado con el mundo sindical y mafioso de la América del siglo XX. De buenas a primeras, pensaríamos que se trata de un filme más de gangsters y en parte estaríamos en lo cierto…en una pequeña, pequeñísima parte, porque lo que aquí nos quiere contar Scorsese, más allá de los asesinatos y de “La Famiglia”, como diría Don Corleone, son los vínculos que forjamos a lo largo de la vida, sobre cómo los cuidamos y sobre las consecuencias de nuestros actos. El Irlandés es una obra atemporal que ahonda en el paso del tiempo y en qué medida este nos afecta; habla de la vida y de la muerte, sin temor y sin tapujos. Te hace reír, te hace llorar, te crea un nudo en la garganta y hace que te derrumbes en un acto final que marca, desde ya, un nuevo capítulo en la historia del cine.


Empezaré esta reseña hablando del apartado más polémico de la cinta y no es otro que el uso del CGI, porque a pesar de que aquí no hay grandes sets de acción ni batallas multitudinarias, la historia en sí resulta tan inabarcable, que para poder contar con la Santísima Trinidad actoral formada por De Niro, Pacino y Pesci, Scorsese tuvo que rejuvenecerlos usando tecnología inédita. Gracias a la técnica conocida como “de-aging”, creada por Industrial Light & Magic (ILM), Marty pudo recrear en pantalla unas versiones mucho más jóvenes de estos tres titanes del cine. Claro que cuando tienes que lograr que un señor de más de setenta años parezca uno de treinta a los ojos del espectador, la misión se vuelve harto complicada. Tanto que ni siquiera los esfuerzos de ILM, cuya tecnología fue utilizada por primera vez en Rogue One, fueron suficientes; es inevitable fijarse en sus caras y sobretodo en algunos de sus movimientos. Por ejemplo, hay una escena en la que un joven Frank Sheeran (De Niro) golpea a un tipo pero enseguida vemos que no cuadra: su cara es la de un treintañero, pero sus gestos son los de un anciano. Esto se deja notar esporádicamente a lo largo del filme aunque, no temáis, porque la narrativa está por encima de todos estos pequeños fallos: una vez acostumbrados al CGI, lo pasaremos por alto en beneficio de una historia y unos personajes magnéticos. Lo cierto es que Scorsese hizo lo que todo visionario ha de hacer: abrir el camino a nuevos horizontes. Puede que El Irlandés no vaya a ser recordada por sus efectos especiales, pero sí será recordada como la primera película que tuvo los bemoles de apostar por esta tecnología, asumiendo las consecuencias sin miedo ni cobardía. Dicho esto, si el guion no hubiese estado a la altura de las circunstancias, la película podría haber resultado un fiasco, ya que no hubiésemos dejado de prestarle atención al CGI y eso seguramente distraería a más de uno y de dos.


Por suerte, el legendario guionista Steve Zaillian (La lista de Schindler, Despertares) logra plasmar en su guion la increíble historia de Frank Sheeran, inspirada en el libro “I Heard you paint houses” [He oído que pintas casas] de Charles Brandt. No he leído el libro pero, si lo que cuenta está tan bien narrado como lo está la adaptación, se habrá convertido en una lectura imprescindible. No puedo dejar de admirar esta historia, que nos lleva en un viaje emocional sin parangón este 2019 y me atrevería decir en muchos años. El nivel de empatía que sentimos hacia estos tres criminales es inaudito y su amistad resulta tan creíble en pantalla que llega a doler. Todo se debe al desarrollo de los personajes a lo largo de las tres horas y media que va in crescendo hasta un desenlace que angustia y conmueve a partes iguales. Con cada conversación, cada escena y cada intervención de Sheeran, Bufalino o Hoffa, me encontraba pegado a la pantalla; la tensión dramática que se respira cuando hablan entre ellos supera a muchas de las películas de acción actuales, porque a veces, las palabras hieren más que el plomo. 


No obstante, toda gran película que se precie ha de contar con grandes personajes secundarios. En el cine de Scorsese hemos tenido secundarios de lujo como Jodie Foster en Taxi Driver, Lorraine Bracco en Uno de los nuestros o Mark Wahlberg en Infiltrados; en El Irlandés no es distinto. Aunque el título se centra casi exclusivamente en su trío protagonista, cabe destacar a Tony Provenzano (Stephen Graham) y a Peggy Sheeran (Anna Paquin), dos personajes que sin contar con muchos minutos en pantalla, logran tener un peso decisivo en la historia. El primero es un incordio constante a lo largo del filme, haciendo las veces de personaje desatado y violento, un factor imprevisible que causará más de un quebradero de cabeza a nuestros protagonistas y que recuerda por momentos al Joe Pesci de Casino o Goodfellas; mientras, Peggy cumple un papel esencial a la hora de entender la errante y frustrada vida de Frank Sheeran, una presencia que lo juzga y lo atormenta con su silencio y distanciamiento emocional. El uso que Zaillian les da a estos dos personajes es comedido pero muy efectivo, complementándolos perfectamente con el terceto protagonista y apoyándose en ellos para que el espectador los comprenda mejor, tanto psicológica como moralmente.


Además del guion, no se puede entender el éxito de El Irlandés sin hablar de sus colosales interpretaciones. De Niro, Pacino y Pesci han madurado en la industria del cine con el único objetivo de reunirse para hacer esta película. Fue cosa del destino. Sus actuaciones son la mejor despedida posible a unas carreras insuperables; claro que harán más papeles, sobretodo Pacino y De Niro, pero esta es posiblemente su última gran película con ellos como absolutos protagonistas. Esto le confiere al título un grado de nostalgia y de melancolía, ya de por sí impreso en la historia, que emociona al espectador, más aún si está familiarizado con su cine. Este año no quisiera competir en la categoría del Oscar al mejor actor de reparto, porque tanto Pesci como Pacino están inmensos y ambos se merecen ganarlo. Por una parte, Joe Pesci regresa a la gran pantalla  tras años de retiro interpretando a Russell Bufalino, un capo frío y metódico que escala a lo más alto gracias a su poder de persuasión y no a su agresividad, como nos tenía acostumbrados el actor. Habla poco pero cuando lo hace es para dar órdenes o dictar sentencias y nadie, repito nadie, lo desobedece. 


Por otra parte, Al Pacino hace suyo el papel de Jimmy Hoffa, robándole algunas de las escenas al propio De Niro, siempre con ese carácter explosivo tan característico, pero a la vez demostrando gran profundidad y vulnerabilidad en el tramo final del filme. Cerrando el trío actoral encontramos a Robert De Niro, interpretando al rudo y leal sicario irlandés Frank Sheeran, un veterano de guerra que ya no le teme a la muerte y que está dispuesto a hacer lo que sea con tal de honrar a sus dos grandes amigos y compañeros de fatigas, Russ y Jimmy. Igual que Pesci y Pacino, De Niro nos sorprende con su mejor actuación en décadas, dando vida a un personaje complejo, que se encuentra en una encrucijada y que ha de lidiar con las consecuencias de sus decisiones en la vida; el actor italoamericano muestra una vez más un rango increíble, partiendo de la brutalidad y fuerza propia de un asesino a sueldo, con la tristeza, soledad y los remordimientos de  la vejez, un alma en pena que no sabe qué es peor: prolongar su miserable vida o morir y ser recordado, por pocos, como un villano. 


Aparte de ellos, Ray Romano, Stephen Graham y Anna Paquin bordan sus papeles, sobretodo estos dos últimos. Algunos resentidos han criticado a Scorsese por no darle más líneas de diálogo a Paquin, calificando su película de machista y a él y al reparto protagonista de “señoros” –no puedo evitar soltar una carcajada cada vez que leo o escucho semejante palabro–, cuando la fuerza de su interpretación reside precisamente en su silencio sepulcral y en esa fría mirada que lo juzga. Hubiese sido muy fácil meter conversaciones entre Peggy y su padre Frank, donde ambos gritan, se derrumban y ella le reprocha sus actos como hombre y como padre, pero hay silencios que resuenan mucho más alto. Hay dos escenas, una en un funeral y otra en un banco, que son como puñaladas en el corazón de Frank, precisamente por la indiferencia y el vacío que su hija muestra hacia él. La actuación de Paquin merece todas las alabanzas que reciba por saber plasmar la trascendencia que su personaje tiene en la vida de Frank, sin caer en histrionismos o sobreactuaciones impropios de semejante título.


Y si el rol de Peggy Sheeran ha resultado polémico, no menos polémica ha sido la duración del filme, que muchos han calificado de interminable y soporífera. Puedo entender que las tres horas y media que dura la película no sean plato de buen gusto para una parte del público, que encuentra en su ritmo pausado y en el peso de sus diálogos una losa de cemento que les arrastra a las profundidades del tedio. Scorsese ha hecho una película tan grande como la vida misma y eso ha de traducirse, necesariamente, en una historia de proporciones épicas, que jamás rehúye extender su metraje ni tomarse su tiempo para alcanzar su meta. Al fin y al cabo, el autor neoyorquino pretende contarnos la vida y la muerte de tres personajes de carne y hueso, que existieron realmente y que estuvieron involucrados en algunos de los episodios más oscuros de la historia norteamericana; El irlandés es, en esencia, el retrato de sus experiencias vitales a lo largo de las décadas, enmarcado en el contexto de auge y declive de una nación traumatizada por la muerte de su presidente. Para aquellos recién iniciados que deseen verla pero que se sientan abrumados por su duración, yo les recomiendo que antes viesen otras más divertidas y frenéticas como Goodfellas, Casino, Infiltrados, Scarface o Snatch, para introducirse en el cine de gangsters y luego, si les gustaron, ponerse con pesos pesados como El Padrino, Erase una vez en América o El Irlandés.


No obstante, una vez acostumbrados y entendiendo que este es un tipo de cine de mayor envergadura, considero que el ritmo y la estructura narrativa son dos de sus grandes bazas. La historia está bellamente articulada en tres partes: una primera donde recorremos los primeros pasos en la vida criminal de Frank Sheeran y quizás sea este el tramo más corriente de la película; una segunda  parte que desarrolla y amplía los vínculos emocionales que Frank va construyendo, tanto con sus dos grandes amigos como con su familia; y por último, la tercera parte es donde hacemos balance final, un momento para la melancolía y la tribulación pero también para mostrarnos el devastador efecto que el tiempo ejerce sobre los protagonistas. Tres partes bien diferenciadas, con ritmos que se van ajustando a cada etapa de sus vidas y que tiene como eje principal un viaje en carretera con destino a Detroit que Frank y Russell emprenden con otras intenciones, las cuales se nos irán desvelando y que culminarán en una de las escenas más trágicas que hayamos vivido este año. Es en ese momento, cuando el pasado, presente y futuro se juntan, que la película entra de lleno en su último acto, dejándonos un poso de amargura y desazón que durará hasta los créditos finales. 


Además, la labor de edición de la vieja amiga y colaboradora habitual de Scorsese, Thelma Schoonmaker, tiene mucho mérito. La sensación de paso del tiempo y de decrepitud de los protagonistas, tanto física como mentalmente, resuena con mayor fuerza a medida que se acerca el final, lo cual causa mayor impacto y emoción si cabe aún, porque, aunque inconscientemente sabemos que ese momento ha de llegar, jamás estamos preparados para verlo. Resulta duro ver cómo Hoffa, Sheeran y Bufalino, tres peces gordos del mundo del hampa, han de enfrentarse cara a cara con la muerte. En El Irlandés no veremos a los protagonistas morir en un tiroteo, en una persecución o por una sobredosis, como si fueran estrellas del Rock; aquí los vemos viejos y derrotados, temerosos y arrepentidos, rindiendo cuentas consigo mismo y buscando un perdón que jamás van a encontrar. Ese es el castigo definitivo del mafioso, una tortura del alma que trasciende cualquier dolor físico y que no les dejará descansar nunca.

Por último, para cerrar este análisis, quisiera comentar brevemente su apartado técnico, el cual rinde a un nivel extraordinario. La ambientación, el vestuario y la puesta en escena es maravillosa; los interiores, perfectamente iluminados, recrean la atmósfera de los locales mafiosos de la época y nos atrapan en una  seductora cápsula del tiempo. La banda sonora acompaña muy bien las escenas de mayor tensión del filme, mientras algunos temas clásicos como “In the still of the night” de The Five Satins, se utilizan en su justa medida para darle más dramatismo al conjunto. 


En lo que respecta a la cámara, esta se mueve con el habitual ingenio que caracteriza al maestro Scorsese, con sus interminables planos secuencia, sus habituales zoom in y demás técnicas de filmación; mientras, el mexicano Rodrigo Prieto hace un trabajo encomiable, rodando tanto en película como en digital, manejando hasta nueve cámaras en un rodaje de 108 días, en 117 localizaciones distintas para conformar un total de 319 escenas filmadas.

En definitiva, si en los setenta El Padrino revitalizó el género de mafia y trajo consigo una nueva ola de cine de la mano de Scorsese, De Palma, Coppola y compañía, El Irlandés supone el epílogo de un maravilloso y provocador capítulo en la historia del cine; uno escrito con sangre, traiciones y tragedias, que elevó al estatus de estrella a actores como Al Pacino, Robert De Niro, Joe Pesci o Harvey Keitel. Echando la vista atrás, uno no puede sino postrarse ante ellos, estándoles eternamente agradecidos por su pasión y por su empeño en entregarnos tan buen cine, durante tantos años, dejando en nosotros recuerdos que jamás se borrarán. Quizá por eso esta película me ha llegado tanto y tan profundo, porque desmitifica la figura del mafioso, igual que John Ford hiciese con el Western en Centauros del desierto, para tratarlo como un drama repleto de emociones humanas que todos podemos llegar a entender. Ya nos divertimos con las películas de gangsters violentas y desenfrenadas, que se regocijan en su exceso; ahora llega el momento de que el género se pregunte: "¿Quién soy y quién he sido?" y rinda cuentas ante nosotros, los amantes del cine. Seguramente estas hayan sido las últimas tres horas y media de grandeza que veamos de parte de estos actores y este realizador y, si finalmente es así, el tiempo los juzgará como lo que son: leyendas.


10/10: TEMPUS FUGIT.

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