Terrence Malick,
ese director en constante huida del gran sistema hollywoodiense, regresa a las
salas de cine con Vida oculta, una película ambientada en el Austria rural en
los años de la ocupación nazi. Allí, Franz y Fani Jägerstätter, un joven
matrimonio de campesinos, tendrá que lidiar con las consecuencias de un país
cuyas gentes han sucumbido a los enfermizos discursos totalitarios de Adolf
Hitler. Sus vidas, tranquilas y anónimas están a punto de dar un vuelco cuando
el padre de familia es llamado a filas, separándolo de su mujer, de sus hijas y
de la vida que ama.
Muchos han dado
por perdido a Malick, ya desde que en 2011 estrenase El árbol de la vida, un
controvertido filme que dio pie a numerosos tics visuales y narrativos que
repitió en sus obras posteriores y que aún arrastra en esta película. La cámara
que corre detrás de los niños; los discursos introspectivos; la admiración por
la naturaleza y muy en particular, por el manso fluir del agua; el drama humano
empleado como reflexión filosófica, en lugar de cómo motor argumental. Todas
esas costumbres que odias del realizador de La delgada línea roja, están aquí
presentes.
Sin embargo, hay
algo que no dejo de admirar de esta obra. El subtexto, que en otras ocasiones
se veía ensombrecido y difuso a causa del simbolismo estético del que tanto
alardea el cineasta, vuelve a gozar de protagonismo. Si bien en esta película no
encontraremos una historia en el sentido tradicional de la palabra, sí se puede
observar un intento por contar algo coherente. Hay un mensaje claro y diáfano,
un objetivo mayor al que el espectador puede agarrarse; Malick despoja su
película de sus divagaciones personales y se centra en narrar las del
protagonista. La dualidad entre su cautividad física y la libertad de su alma
es algo bello de ver y de sentir, como también lo es ver a su mujer criando a
sus hijas con la fuerza de una fe que, por momentos, parece al borde del
colapso.
Los protagonistas,
ajenos a la visión metafísica de Malick, están sustentados sobre unas
interpretaciones notables de August Diehl y Valerie Pachner. Su relación en
pantalla es conmovedora, alegre en ocasiones y amarga en otras, igual que en la
vida misma. Pese a la distancia, ambos personajes están conectados por palabras
y sentimientos comunes; una simbiosis que va más allá de lo terrenal y que
traspasa cualquier barrera de odio y rencor que se interponga entre ellos. Los
actores se acompasan muy bien al ritmo que propone el director y este, a
cambio, los rodea de ilustres secundarios como Matthias Schoenaerts, Karl
Markovics o el tristemente fallecido Bruno Ganz, todos cumpliendo papeles importantes. Ellos representan
la otra cara de la moneda, esa que rechaza Franz y que en su estoicismo ven su
amplia derrota moral.
Si las
actuaciones destacan por su delicadeza, la propuesta audiovisual tampoco se
queda corta. Los parajes naturales en los que filman son una maravilla ya de
por sí solos, pero es que además la cámara de Jörg Widmer le impregna un
misticismo y un sentido de la armonía únicos. Los momentos dramáticos se
intercalan con los contemplativos en un tira y afloja que busca alcanzar un
equilibrio sosegado; ningún otro estreno reciente ofrece una experiencia
semejante, para bien o para mal.
La quietud de las
praderas y de las montañas contrasta con la claustrofobia y la tortura física y
emocional de la prisión. Cuando la sociedad pierde la brújula de la moralidad,
las injusticias se suceden. La cara y la cruz en la vida del Hombre.
No podría dar por
terminada esta reseña sin mencionar la increíble banda sonora de James Newton
Howard, legendario compositor nominado hasta en ocho ocasiones al Oscar por
películas como El príncipe de las mareas, El fugitivo o La boda de mi mejor
amigo entre otras. Aquí hace un trabajo inolvidable, sentido y hermoso, un
acompañamiento clásico que enlaza muy bien con las imágenes, dándole mayor
grandeza al conjunto. Malick hace películas para deleitar los sentidos, sacando
el máximo provecho a la sala de cine; Vida oculta marca desde ya un nuevo éxito
en su peculiar carrera.
Aunque admiro su
proeza audiovisual y la sinceridad con que cuenta su mensaje, no recomiendo
Vida oculta a nadie que no se sienta atraído por su propuesta. A lo largo de
los años, el público ha ido perdiendo lentamente la fe en Terrence Malick y en
su cine y considero que hemos llegado a un punto de no retorno. Sin ser todo lo
onírica que fueron sus últimos trabajos, Vida oculta tampoco supone una
revolución en su forma de entender el cine como laboratorio o como generador de
sensaciones. Es lenta pero también hay belleza en esa lentitud y si sabe
conectar con ella, creo que hay muchas lecturas que hacer sobre cómo vivir con
dignidad y cómo la paz interior lleva a la purificación del alma y de la
sociedad.
7/10: DAVID
CONTRA GOLIATH.
Gran crítica, felicidades. Soy uno de esos que comentas que hemos perdido la fe en este director, no es que tenga miedo a las películas lentas pero no me encuentro en el momento de poder soportarlas. Aún así tus palabras me han llamado a la duda y creo que le daré un visionado en VOD. Gracias y felicidades
ResponderEliminarGracias por leerla y por comentar en el blog...casi nadie lo hace y me alegro cuando ocurre. Saludos! 😊
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