Crítica sin spoilers - La maldición de Bly Manor

Tras el éxito cosechado en 2018 con “La maldición de Hill House”, su creador Mike Flanagan regresa a esta serie de formato antológico para contarnos otra íntima historia de fantasmas. Mientras la primera temporada se basaba en el libro homónimo de Shirley Jackson, esta segunda también se inspira en la literatura, la del estadounidense Henry James y su clásico “Otra vuelta de tuerca”, novela publicada en 1898.



En esta ocasión, la acción se remonta a los años 80 y gira alrededor de Dani Clayton (¿referencia al director y productor de la adaptación original de los años 60?), una joven estadounidense que emigra a Gran Bretaña huyendo del oscuro pasado que la persigue cual sombra. Allí será contratada como au pair por un misterioso ricachón con dos sobrinos que viven en Bly Manor, una finca en la campiña inglesa, al cuidado del servicio. Lo que Dani veía, en un principio, como una oportunidad para empezar de nuevo, pronto se revelará como una experiencia única a la vez que reveladora.



El reparto cuenta con varias caras conocidas de la primera temporada como Carla Gugino, Henry Thomas, Kate Siegel, Oliver Jackson-Cohen o la protagonista de esta historia, Victoria Pedretti, y también con nuevas incorporaciones como T’Nia Miller, Amelia Eve o Amelie Bea Smith y Benjamin Ainsworth, los encargados de dar vida a los niños Flora y Miles, respectivamente.


Por lo pronto, La maldición de Bly Manor destaca, al igual que su predecesora, por su exquisita factura técnica. Todo en esta segunda temporada está cuidado hasta el más mínimo detalle: la ambientación de terror neogótico envuelta en esa atmósfera victoriana, los interiores de la mansión, la magnífica fotografía y la iluminación (o falta de). 



La música vuelve a ser una de sus grandes bazas a la hora de transmitir emociones. Los hermanos Newton, asiduos colaboradores de Flanagan, componen una banda sonora memorable, fantasmal, embrujadora y sobretodo evocadora. Para ello, rescatan temas de la primera temporada, como “Go tomorrow” y crean otros nuevos que van evolucionando conforme transcurre esta historia de amor sepulcral.



Donde más difiere esta segunda temporada es, sin duda, en el guion. Flanagan se distancia levemente de lo sobrenatural, para centrarse más en el aspecto humano. Al fin y al cabo, “La maldición de Bly Manor” no deja de ser un compendio de historias sobre almas condenadas, amores prohibidos y profundos rencores.


Cada habitación, cada muro y pasillo de Bly Manor esconde una triste serenata. Flanagan se sirve de sus personajes para hablar de todas las formas de amor, desde el más superfluo y manipulador, hasta el más hondo y penetrante. 



Quizá esta sea la razón por la que no ha convencido al público de igual manera que lo hizo en 2018. El realizador de “Oculus” o la reciente “Doctor Sueño” no pretende contar más de lo mismo. Hill House encerraba un cuento, quizá más aterrador y efectivo, pero no más sentido que el de Bly Manor. 



A su manera, ambas hablan sobre las maldiciones que todos guardamos en nuestro interior: el desgarrador dolor de la pérdida de un ser querido, de una mente atormentada por la culpa, de un recuerdo que se esfuerza por no caer en el olvido…todo ello encerrado en la prisión de nuestra mente, representada en la serie en forma de viejo caserón.



Seguramente Hill House fuese más terrorífica, eso no lo discuto, pero ambas sirven el mismo propósito. Flanagan no busca un terror de sustos, en Bly Manor menos aún que en Hill House, sino llegar a conmover al espectador mostrándole la cara más afligida y lúgubre de la vida, que no es otra que la muerte.


Mientras la muerte en la primera temporada giraba entorno a la enfermedad mental y cómo esta nos corroía por dentro, esta segunda se centra en el amor y en sus consecuencias más fatales.



No obstante, si tuviera que escoger una temporada, probablemente sería la primera, no solo porque fuese más refrescante dentro del panorama seriéfilo, sino porque sus personajes están mejor tratados que en “La maldición de Bly Manor”.


Sin entrar en spoilers, alguna de las subtramas que expone no llegan a ser tan convincentes como otras, lo cual lastra el ritmo de la historia. Un ejemplo sería la amilbarada relación entre Peter Quint (Jackson-Cohen) y Miss Jessel (Tahirah Sharif). Nunca llegué a comprar su romance y su desarrollo me pareció el más flojo y ñoño de todos los expuestos, dando bandazos emocionales de episodio en episodio hasta su precipitado y poco elaborado desenlace. 


En comparación a la adaptación original, Quint y Miss Jessel ofrecen muy pocas variantes a una historia que, por momentos, cae en el exceso y en la repetición de patrones. Ni meten miedo, ni resultan amenazantes, ni sirven como apoyo para revelar los problemas psicológicos de la nueva au pair, la cual tampoco alcanza los niveles de ambigüedad moral y de complejidad de Miss Giddens.


También eché en falta algo más de desarrollo de algunos personajes secundarios, como el “niño fantasma” que entabla amistad con Flora o la relación entre Dani y su demonio interior, aunque eso hubiese repercutido seriamente en el metraje. 

En cuanto a las actuaciones, cabe mencionar a Victoria Pedretti en el papel protagonista (aunque no puede competir en ningún momento con Deborah Kerr en la cinta original) y a Kate Siegel en un rol secundario que no dejará indiferente al espectador. El resto de interpretaciones cumplen su función, aunque nunca llegan a dar el do de pecho. Queda claro desde un principio que Flanagan es la gran estrella del espectáculo, el titiritero que mueve los hilos y el relojero que hace funcionar el conjunto. 


Esta serie antológica es obra de un autor que ama el terror clásico y sabe cómo traerlo al formato televisivo contemporáneo.

En definitiva, puede que esta segunda temporada no resulte tan refrescante, original y juguetona como su antecesora. Hay menos sustos, fórmulas que se repiten y un mensaje que parece ser el hilo vertebrador de toda la serie: el ser humano y sus miserias yacen en lo más profundo del terror. 


Pese a no alcanzar las mismas cotas de genialidad, “La maldición de Bly Manor” es una buena historia, narrada con habilidad por un cineasta que domina las técnicas del género (me encanta como juega con la profundidad de campo) y al que le apasiona un buen cuento de horror gótico. 

No pretende repetir éxito, si lo quisiera no hubiera escogido un formato antológico. Por ello no se las debe comparar, aunque la tentación exista: una es más terrorífica, la otra más nostálgica; una nos habla sobre los traumas familiares, la otra sobre los infinitos entresijos del amor; lo que ambas comparten es que, en esencia, son historias profundamente íntimas, con las que todos podemos conectar en mayor o menor medida. Lo hizo en 2018 y lo vuelve a hacer en 2020, explorando los rincones más oscuros, insondables e inexplicables de la conducta humana.


7/10: EL AMOR, FUENTE DE SALVACIÓN Y DE PERDICIÓN.

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