Crítica sin spoilers - Possessor

En un futuro alternativo, una multinacional contrata a agentes para infiltrarse en el cuerpo de otras personas, controlando así sus acciones. A través de implantes neuronales, la compañía puede asesinar a objetivos específicos sin dejar rastro alguno. Tasya Vos es la espía cerebral más experimentada de la organización, aunque sus años de trabajo le han pasado factura tanto física como psíquicamente. En su última y desafiante misión, Vos tendrá que llevar su mente al límite, introduciéndose en el cuerpo del conflictivo Colin Tate, el futuro yerno de un poderoso empresario al que debe eliminar.

Tras firmar su ópera prima, Antiviral, Brandon Cronenberg vuelve a regalarnos una experiencia de pesadilla lisérgica, donde la maquinaria orgánica y la crítica social se dan la mano. 


Possessor es un escalofriante thriller, marca de la “casa Cronenberg”, que aborda temas como el miedo a la despersonalización, la pérdida de la privacidad y las crisis nerviosas que a menudo surgen en el contexto de una sociedad deshumanizada.

Al igual que su padre, Brandon ha desarrollado una filia por la afectación de la tecnología en la vida del hombre. Lo que muchos neófitos conocemos como “La nueva carne” y que, traducido para los no iniciados, sería la monstruosa hibridación del hombre-máquina. 

En otras palabras, metamorfosear la naturaleza humana para crear al superhombre de Nietzsche; el siguiente paso en la evolución, motivado por el miedo a la mortalidad, que se sirve de los avances tecnológicos para subvertirla y dar vida a un nuevo ser de naturaleza ambigua y voluble. 


La película, guionizada por el propio Cronenberg, está protagonizada por Andrea Riseborough y Christopher Abbott. También cuenta con veteranos como Jennifer Jason Leigh y Sean Bean en papeles secundarios, pero de gran importancia para la trama.

Y hablando de la trama, esta es una de sus grandes virtudes –y uno de los principales obstáculos–. Como habréis podido colegir, Possessor no es una propuesta convencional, más allá de una escenografía cuidada y una fotografía pulcra que sigue las pautas del cine independiente contemporáneo. 

Su historia se mueve siempre entre lo onírico y lo real, buscando difuminar, en muchas ocasiones, la línea que divide ambos mundos. Para la protagonista, existen varios niveles de consciencia, lo cual nos queda claro desde su magnífica primera escena, que sirve para establecer las reglas de este extraño mundo de identidades mutables.


Cronenberg nos presenta a Tasya Vos (Riseborough) como una loba solitaria. Un personaje de naturaleza esquiva, cuya vida y motivaciones apenas conocemos, pero con la que acabamos creando un vínculo de fatalidad irrevocable. Possessor utiliza su poder de seducción para aterrarnos.

Por muy repulsivos y decadentes que resulten los personajes, el espectador no deja de sentirse atraído por ellos. Parte de la gracia del cine es poder zambullirnos en un mundo sórdido, sucio, donde las normas sociales no se apliquen y donde logremos vislumbrar, sin peligro alguno, la cara oculta del ser humano. En estos términos, Possessor es una de las obras más sugestivas del año pasado. Todo en ella parece estar dispuesto con el único propósito de agobiarnos y vaya si lo consigue.

Sin embargo, la propia trama es a la vez su gran baza y su peor enemigo. Si bien su propuesta no deja a nadie indiferente, esta le exige al espectador entrar en su juego. Por suerte, el hecho de haber visto Antiviral, dejó el terreno abonado y listo para emprender este viaje. 


Possessor cuenta con una violencia muy estilizada, grotesca y artística al mismo tiempo.  Sabe cuándo y cómo sacudir al espectador y no vacila un segundo en hacerlo. Es una película enérgica, con mucha fuerza y ritmo, pero también reflexión dentro de los márgenes de su historia.

El control que la mente llegar a ejercer sobre un cuerpo ajeno, como si de un parásito invasor se tratase, está muy bien narrado por Cronenberg. Este se apoya frecuentemente en una narrativa visual exquisita, demostrando una vez más su dominio de la técnica cinematográfica. 


Desafortunadamente, el desarrollo de la historia se hace un tanto confuso y caótico, debido al pulso que mantiene tanto a nivel físico como mental. Y es que no siempre queda claro a quién de los dos protagonistas estamos viendo, lo cual puede llevarnos a desconectar de la acción. Possessor es un claro ejemplo de que, a veces, basta con dejarse llevar para disfrutar de una película.

La premisa es tan exagerada, tan loca y surrealista, que uno no tiene más elección que abrazarla si quiere disfrutar de esta experiencia; de lo contrario, el propio realizador te echará de ella a patadas. Su nueva cinta hace aún menos concesiones que Antiviral, testimonio de la confianza que tiene en su visión y que se traduce maravillosamente en la pantalla.

Las actuaciones rinden todas a muy buen nivel. El dúo protagonista formado por Andrea Riseborough y Christopher Abbott resulta magnético. Ambos se compenetran como un reloj suizo, algo harto complicado teniendo en cuenta la naturaleza introvertida de sus personajes. 


Por su parte, los actores secundarios ayudan a darle mayor empaque al conjunto. Siempre que Jennifer Jason Leigh y Sean Bean entran en escena, aunque sea brevemente, hacen sentir su presencia. La ambigüedad moral y la rotundidad de sus acciones dejan entrever el gran poder que ostentan sus personajes. 

Leigh hace gala de una perversidad sibilina que afectará sobremanera a Tasya; por otra parte, Bean ejerce su autoridad y puño de hierro sobre Colin, empujándolo poco a poco a la desesperación. Ambos representan toda la podredumbre e inmoralidad que invade este universo ficticio y de cuyo yugo es imposible escapar.


En lo técnico, la cinta es irreprochable. Como decía antes, la puesta en escena y la fotografía son magníficas. Además, la banda sonora contribuye a la sensación onírica que impregna todo el filme, siendo esta más atmosférica que barroca. Aunque eche en falta temas más cañeros, el compositor hace bien en ceñirse a sonidos hipnóticos y armoniosos propios de la ensoñación.

En conclusión, Possessor revitaliza la corriente cinematográfica de la Nueva Carne. Después de sorprender a propios y extraños con su ópera prima, Brandon continúa el legado de su padre, David, con una cinta obsesiva y malsana que atrapa al espectador en una espiral de suplantaciones, trastornos, ataques furtivos y ríos de sangre. 

De una forma muy estética y sugerente, el realizador consigue sumergirnos en un mundo donde nada es lo que parece y todo está sujeto a cambio. La naturaleza del ser humano, sus instintos más bajos, salen a relucir cuando el matrimonio entre la máquina y la carne se hace efectivo. 


Aunque su forma resulte algo desordenada y su mensaje a veces se pierda entre tanta violencia, Brandon Cronenberg, actuando cual espía, hurga en nuestras mentes y juega con nuestras expectativas para entregarnos algo ciertamente único, que no podremos sacar de nuestras cabezas en mucho tiempo.


7,5/10: EL CUERPO Y LA MENTE SOMETIDOS A LA MÁQUINA.

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