Crítica sin spoilers - Tiempo

El nombre M. Night Shyamalan es sinónimo de maestría con la cámara, de giros de guion inauditos y de extravagancias por igual; el director indio-estadounidense lleva décadas despertando todo tipo de sentimientos en el espectador. Algunos lo aman, otros lo odian, pero lo que es seguro es que no deja indiferente a nadie. 


Tras una larga y tortuosa travesía por el desierto, Shyamalan volvió a sus orígenes con La visita (2015). Seis años después estrena Tiempo, una propuesta marca de la casa, envuelta en misterio y que promete entregarnos emociones fuertes. La película está protagonizada por Gael García Bernal, Vicky Krieps, Thomasin McKenzie y Rufus Sewell entre otros.

Basada en la novela gráfica homónima de Pierre-Oscar Lévy y Frederick Peeters, la historia nos presenta a una familia en viaje de vacaciones a un destino paradisíaco. Cuando el gerente del hotel les propone visitar una recóndita cala, ellos se dejan seducir por la aparente tranquilidad del lugar. Sin embargo, lo que en un principio se presentaba como una bonita excursión familiar, degenera en una experiencia traumática que marcará el resto de sus vidas.


Tiempo sigue la línea continuista de sus últimos trabajos, algo que sin duda es una gran noticia para el cine. Y hablando de cine, qué bueno fue verlo dirigiéndose al respetable momentos antes de arrancar el filme. Un gesto elegante con el que tiende la mano a unas salas debilitadas por la situación pandémica. Chapó.

Dicho esto, la película es puro espectáculo. Una obra disparatadamente entretenida, inverosímil y fascinante desde sus inicios hasta la recta final. El Shyamalan más juguetón ha vuelto; el mismo que se tira desde un avión sin paracaídas y con los ojos vendados y confía en caer de pie. Sí, puede que sea excesivo, manierista y un tanto absurdo, pero qué queréis que os diga: me gusta. Me alegra ver a un cineasta divirtiéndose en su oficio.


Con su habitual poderío visual, Shyamalan transmite en cada plano la angustia, el pavor y la perplejidad que sienten los personajes a lo largo de la cinta. Esto tiene aún más mérito teniendo en cuenta que la acción se desarrolla en un único escenario. Acostumbrados a taquillazos con una puesta en escena grandilocuente, como vimos recientemente en La viuda negra o F&F 9, la parquedad de medios empleados en Tiempo resulta de lo más estimulante.

El realizador de El sexto sentido (1999) se disfraza una vez más de Alfred Hitchcock –autor de cabecera para él–, manejando el suspense a su gusto y haciendo de la muerte y del inexorable paso del tiempo los actores principales de su farsa. El uso de la cámara, elemento esencial en su filmografía, cobra aquí mayor importancia que nunca. Técnicas como el desenfoque, el zoom o el paneo juegan un rol fundamental.

Old –en su título original– parte de una idea de lo más atractiva: ¿cómo reaccionarías si tu vida pasase en un suspiro? ¿Qué harías si los años transcurrieran en cuestión de horas? La metáfora sobre la lucha perpetua del ser humano contra la muerte es más que evidente. Dejarse arrastrar por las negras aguas del odio nos conducen al enfrentamiento y este, a cambio, nos hace naufragar en la vida; un mensaje que no por ser manido deja de tener valor.


Pero Tiempo tampoco persigue concienciar a la audiencia. Eso lo deja a nuestra elección. La cinta busca ante todo crear una atmósfera de tensión e incertidumbre constantes; mantenernos al borde de nuestro asiento. Y hay que decir que lo consigue. Como zorro viejo que es, Shyamalan explota mejor que nadie la gran cualidad de ver una película en cines: la experiencia comunitaria. Hacía mucho que no sentía tanto las reacciones de un público con cada giro y sorpresa del guion. Entrar en la sala con la emoción de un niño y sentir cómo esta se amplifica gracias a la participación del público, es algo que escasea en la cartelera actual.

Por otro lado, también hay que aplaudir el trabajo de maquillaje y de efectos especiales. Seguro que, en más de una ocasión, al terminar una película, os habéis preguntado por qué el protagonista no envejeció ni un ápice. En Tiempo, esto no os pasará, ya que el envejecimiento está llevado de forma exquisita. No solo eso, sino que las enfermedades y condiciones previas de los personajes se retratan de manera escalofriante. Al fin y al cabo, si las agujas del reloj se mueven a mayor velocidad, los problemas físicos y mentales se aceleran igualmente.


Shyamalan huye de cualquier convencionalismo y se adentra sin miedo en la dimensión desconocida. Como es costumbre en él, va con toda la carne en el asador y ya sabemos que, cuando eso ocurre, hay un riesgo de que esta se queme. 

El problema de la cinta reside en un desenlace vulgar, atropellado y prosaico, que desentona con el resto de la historia. El director y guionista hindú sufre a la hora de rematar su obra, tropezando en la misma piedra de otras oportunidades. 

Los personajes y sus arcos narrativos están presos de los golpes de efecto de una trama que depende demasiado del factor sorpresa. Es una pena porque, si bien es cierto que jamás profundiza en los temas que aborda, mi interés se mantuvo intacto hasta los instantes finales. Desafortunadamente, la obsesión del director en darle otra vuelta de tuerca al argumento juega en su contra, desmoronando el castillo de arena que con tanto mimo y esmero había construido.


En cuanto a las actuaciones, poco se puede decir de ellas. Pese a contar con un reparto excepcional, están atados de pies y manos por un guion enclenque. Shyamalan no alcanza a ver más allá de su premisa y apenas se esfuerza en esbozar la personalidad de sus protagonistas, convirtiéndolos en clichés con patas. En este sentido, Rufus Sewell y Alex Wolff son quizá los más perjudicados. Sus papeles empiezan y terminan igual de histriónicos, sin matiz alguno. 

En conclusión, la nueva obra de Shyamalan me deja un sabor agridulce. Por un lado, me encantaría darle un notable en atrevimiento; por otro, el epílogo traiciona de tal manera su esencia, que me enfurece. Que los personajes sean superficiales no me molesta, ya que el argumento en gran medida restringe su desarrollo. Lo que más me duele es que pierda el tiempo en sobreexplicaciones que, francamente, no pedíamos y que desprovee a la cinta de esa aura de misticismo tan valiosa.


Aún así, he disfrutado tanto con esta terrorífica aventura veraniega, que tampoco puedo castigarla en exceso. La audiencia y yo hemos sido partícipes de la historia a un nivel simbiótico: sufrimos cuando los protagonistas sufrían; alucinamos cuando ellos alucinaban; y sentíamos escalofríos cuando ellos los sentían. Esa es la belleza del cine.

6,5/10: UN BRONCEADO NUNCA SALIÓ TAN CARO.

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