Crítica sin spoilers - Dune

Hay películas que están predestinadas a la grandeza. Es el caso de Dune de Denis Villeneuve, la última adaptación de la inabarcable novela de Frank Herbert, después de que David Lynch probase suerte en los años 80 con resultados infructuosos. 

Dune se ha fraguado durante cuatro largos años en el más absoluto de los secretos. Una espera que ahora culmina con su ansiado estreno y cuyo objetivo no es otro que rescatar el cine épico, tanto en escala como en historia, que tan raramente se ve en la cartelera actual.


Warner Bros no ha escatimado en recursos a la hora de convertir a Dune en la próxima sensación de masas. Después de una ardua travesía por el desierto debido a la pandemia del Covid-19, este mesiánico proyecto aterriza para revalorizar la experiencia en sala. 

Y es que, para disfrutarla como se merece, este título ha de verse en la pantalla más grande posible. Así que tómate un día libre, pon tu coche a punto si es necesario y embárcate en una aventura digna de ser vivida. Porque Dune, por encima de todo, es una odisea fílmica tan grande que asombra.

Igual que me ocurriera después de ver Blade Runner 2049, tengo la sensación de haber sido testigo de algo irrepetible. La nueva cinta de Villeneuve pasa indudablemente a engrosar la lista de películas tan grandes como la vida misma.

Dune cuenta con un reparto lleno de estrellas, entre las que destacan Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Jason Momoa, Zendaya o el joven protagonista, Timothée Chalamet. Además, en el guion encontramos a referentes como el ilustre Eric Roth (Forrest Gump, El buen pastor, etc.) o el propio Villeneuve. De la fotografía se ocupa Greig Fraser y la banda sonora la compone un sospechoso habitual como Hans Zimmer.


Una enorme responsabilidad recae sobre esta obra y sobre su director. El canadiense lleva años intentando demostrar que otro tipo de superproducción es posible; uno que logre aunar, en perfecto equilibrio, el entretenimiento con el sello autoral. Sin éxito hasta ahora, Villeneuve se encuentra quizá ante su última reválida y que la apruebe depende de un único factor: la taquilla.

Presagiando ya el infausto final, los aficionados a su cine tememos que Dune sea devorada por un sistema ultracapitalista que antepone el dinero por encima de todas las cosas, divinas o terrenales. 

Paradójicamente, de eso mismo trata la película: un planeta, Arrakis —que bien podría ser el planeta cine— y sus habitantes, los Fremen, viven oprimidos por un sistema imperialista que expolia su recurso más preciado, la especia o melange. Enviados por decreto del Emperador Shaddam IV, los Atreides aterrizan en Arrakis con la misión de sustituir a sus anteriores regidores, los siniestros Harkonnen. Sin embargo, esta sucesión desencadenará una lucha encarnizada por el poder, desvelando todo tipo de traiciones y planes ocultos que harán peligrar la paz en el Imperio.

Dune: Parte I —como realmente debería haberse titulado— sirve de entrante para un menú sabroso y con gran variedad de ingredientes. En su cometido por adaptar el texto original de Herbert, Villeneuve ha decidido dividir la novela en dos. Pero entonces, ¿qué podemos esperar de este primer capítulo? Desde luego, no un final autoconclusivo.


Comparándola con la anterior adaptación que, dicho sea de paso, es netamente inferior, esta apuesta por pausar el ritmo y dejar que su fascinante mundo cale en el imaginario del espectador. Villeneuve hace un esfuerzo titánico por traducir las palabras de la novela en imágenes de un poderoso lirismo visual.

El diseño de producción, la fotografía y los efectos especiales juegan en otra liga. Dune marca un nuevo listón a nivel técnico, empequeñeciendo a otros taquillazos contemporáneos. Ningún plano tiene desperdicio; no hay detalle, por ínfimo que sea, que no haya sido cuidado hasta la obsesión y Villeneuve se encarga de que cada uno de estos gocen del suficiente tiempo en pantalla, manteniendo la cámara con la serenidad que sólo él sabe conseguir.

Incluso la meteorología, sí, el clima, juega un rol fundamental en la experiencia: cuando llueve notamos la humedad; cuando luce un sol abrasador, casi sentimos el calor en nuestras propias carnes. La sed, el sudor, la ropa mojada agitada por el viento, la penumbra expresando el miedo a lo desconocido y la escala, elemento vertebrador tanto de esta como de Arrival y sobretodo, de Blade Runner 2049 —primas hermanas en muchos aspectos—, están presentes para epatarnos y recordarnos lo diminutos que somos ante la inmensidad del universo.


Por otra parte, el trabajo de dirección vuelve a reivindicar al canadiense como una de las voces más enriquecedoras del panorama actual. Gracias a gente como él, Nolan, Tarantino o Bong Joon-ho, el cine sigue siendo una poderosa herramienta de evasión y de emoción. Porque Dune es mucho más que sus dos horas y media de metraje: su inmenso halo también abarca la expectación que ha generado y las horas que hemos debatido sobre ella con amigos y familiares. Eso también es cine.

Entrando ya en materia, me gustaría disipar cualquier duda sobre el ritmo de la película. A menudo se ha acusado a su cine de ser demasiado lento para los cánones actuales.  

Esto no debería extrañar a nadie, ya que Villeneuve es un forastero en el planeta blockbuster. Él proviene de un mundo lejano, el del cine independiente, con clara vocación artística y preocupaciones autorales, no económicas. 

En Blade Runner 2049, esta inexperiencia le pasó factura, traduciéndose en una recaudación muy por debajo de la esperada —parte de culpa también hay que atribuírsela a la pobre campaña de publicidad realizada por su ruin mecenas, Warner Bros—. 

Sin embargo, tras sobrevivir a ese bautismo de fuego, Villeneuve cumple con su promesa: Dune será su obra más adrenalínica hasta la fecha. De esta forma, da un puñetazo sobre la mesa que retumba con fuerza en aquellos que dudaron de su talento, marcando un nuevo hito en su evolución como cineasta.


Desde su fascinante primer acto, que nos introduce con gran destreza a muchos de los conceptos y personajes que poblarán esta historia, hasta un desenlace cargado de acción y momentos memorables, el film pasa en un suspiro. Olvidaos de todo cuanto ha realizado antes, porque esta es una bestia completamente distinta.

Si acaso, en esta oportunidad, los que amamos su cine le podemos achacar que se ha vuelto demasiado comercial en el intento. Personalmente, no me lo parece. Al fin y al cabo, toda carta de presentación debe causar sensación si no quiere pasar desapercibida y no hemos de olvidar que esta es la primera de dos partes que, presumiblemente, veremos en un futuro próximo. Hasta poder valorar su obra al completa, le debemos y nos debemos un poco de paciencia.

En cuanto al argumento, hay que decir que los guionistas han esquematizado las motivaciones y el carácter de los personajes protagonistas para hacerla lo más accesible posible. 

Esto puede llevar a cierto maniqueísmo en la narración, la cual insiste en dejarnos claro que estamos ante una lucha entre el bien y el mal. Nos encontramos pues ante una película que minimiza los matices —que no prescindir de ellos— y los detalles más morbosos en pos del éxito en taquilla.

Dicha falta de profundidad supondrá un problema para muchos, que verán en esta nueva adaptación una oportunidad perdida y siento que, en cierta medida, tienen razón; desgraciadamente, la realidad a menudo choca con ella. 

Por mucho que disfrute con las rocambolescas intrigas palaciegas, traiciones de hombres de baja estofa y luchas fratricidas por el poder, ninguno de estos temas son dinamita en cartelera y ahí radica el dilema de la vida y del arte: a menudo, no se puede querer todo, aunque los sueños más ambiciosos suelan nacer con esa intención.


Por otra parte, el elenco rinde a un gran nivel. Para sorpresa de nadie, veteranos como Stellan Skarsgård, Javier Bardem o Josh Brolin resultan creíbles en sus respectivos roles, dándole empaque a esta superproducción; otros como Oscar Isaac, Jason Momoa o Timothée Chalamet pasan más desapercibidos, limitándose a no desentonar dentro de un esfuerzo coral en el que Rebecca Ferguson, a priori secundaria de lujo, se revela como la voz cantante, robando todas las miradas y los momentos más emocionantes de la cinta.

Si tuviera que poner un borrón en este apartado, sería el de una Zendaya desacertada y perdida dentro de una narración que se empeña en darle más importancia a su personaje de la que verdaderamente tiene. Sus apariciones son intermitentes, aunque no escasas, con unas escenas a cámara lenta que al principio provocan interés, pero que terminan irritando al respetable.

Esto me lleva a otro apartado de luces y sombras como es el montaje. Joe Walker, colaborador habitual de Villeneuve, realiza un trabajo similar en tempo al de Blade Runner 2049 o Arrival, solo que aquí sube de revoluciones mucho antes y mucho más rápido. 

Estaba deleitándome con el ritmo suave, pero cadente, de la primera mitad; saboreando cada escenario, cada conversación llena de amenazas veladas, sospechas y palabras hirientes, cuando, de repente, la película metió la sexta marcha y todo cambió. 


El clímax de Dune irrumpió de forma abrupta, borrando de un plumazo la tensa calma de sus compases iniciales. La acción había llegado con estruendo y yo, desde luego, no iba quejarme, aunque algo en mi interior me decía que se sentía prematuro; que no hubiese estado mal dos o tres escenas más que hiciesen de antesala a la apoteosis final.

En definitiva, Dune ha colmado sobradamente mis expectativas. Solo con tiempo y perspectiva, podremos juzgar si una película se convierte en una obra maestra; lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que estamos ante un evento cinematográfico sin parangón en la era post-pandemia. Una película que devuelve la esperanza a las salas de cine y las insufla con vida, abriéndonos las puertas a un nuevo y apasionante universo que viene para quedarse y quizá, solo quizá, para ser el abanderado de un nuevo y radiante amanecer en el planeta cine.

8/10: ¡LARGA VIDA A VILLENEUVE! 

3 comentarios:

  1. Sin llegar a coincidir en la nota, haces comprensible tu opinión sobre la película. Eso la convierte en una crítica de 10, felicidades.

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  2. Genial análisis como siempre amigo! Pienso igual que tú y comparto tus opiniones totalmente! Clavada en la butaca desde el minuto uno y disfrutando al máximo del espectáculo! Ya sabemos porqué adoramos este arte! Besazo grande y que no pari! 🙌🙌🥰🎬

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  3. Totalmente de acuerdo con lo que comentas de Blade Runner 2049, es una película que hay que ver varias veces para apreciarla de verdad algo que ya pasaba con la Blade Runner de Ridley Scott. En cuanto a Dune, pendiente de verla también.

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