Crítica sin spoilers - Ad Astra


Una de las grandes tapadas del año 2019. La nueva cinta de ciencia ficción del director James Gray, titulada Ad Astra, ya se ha estrenado en cines sin gran repercusión mediática ni impacto en taquilla. Pese a estar protagonizada por Brad Pitt, la película apenas ha recaudado $10 millones de dólares más de lo que costó producirla.  Hay quien la tacha de lenta, de insustancial, de transitar por lugares comunes y de ser muy, muy aburrida, motivos que hacen comprensible su mal rendimiento en cartelera. La historia se ambienta en un futuro no muy lejano, en el que los humanos hemos emprendido la conquista del espacio, asentando bases en planetas y satélites y haciendo uso de sus recursos naturales para fines lucrativos. La gran multinacional espacial SpaceCom monopoliza todo este gran negocio y para dicha empresa trabaja Roy McBride (Pitt), un astronauta condecorado sin un tachón en su expediente que vuelca su vida en la exploración espacial. Roy se siente como pez en el agua cada vez que se enfunda el traje, pero fuera de él es un auténtico desastre; una persona autodestructiva que lejos de buscar alivio, cada vez se aleja más de sus seres queridos. Un día, SpaceCom le ofrece un encargo: emprender un viaje hasta Marte para restablecer comunicación con el Proyecto Lima, una nave cuya misión era encontrar vida extraterrestre más allá de Neptuno y que desapareció hace ya más de una década. Sin embargo, el dato más importante de todos es que su capitán y líder no es otro que Clifford McBride, padre de Roy, que lo abandonó a él y a su mujer cuando aún era un niño. De esta forma, arrancará un viaje más allá de los confines del espacio, donde lo más importante no son los planetas ni las estrellas, sino el alma humana.

Como aficionado al cine en general y a este género en particular, tengo que decir que me duele especialmente que Ad Astra se haya pegado un batacazo en taquilla. Realmente no lo entiendo. Es cierto que el filme es de naturaleza introspectiva, prueba de ello es la voz en off que aparece asiduamente a lo largo del metraje. Brad Pitt da vida a un personaje que está en las antípodas de algunos de sus más célebres roles, como el de Seven, Amor a quemarropa o Malditos Bastardos, incluso del personaje que interpreta en la más reciente obra de Tarantino, Erase una vez en Hollywood. Aquí no lo veremos desatado como en El club de la lucha o en 12 monos. Roy McBride no es dinamita en la gran pantalla, su presencia es casi siempre seria y profesional y no deja que sus emociones lo dominen. Con este personaje no puede hacer gran alarde de histrionismos o recursos interpretativos grandilocuentes; en Ad Astra ha de mantenerse sobrio, porque es lo que el personaje requiere. Marlon Brando en La jauría humana no actúa de forma tan vehemente como en Un tranvía llamado deseo, porque en la primera interpreta a un sheriff y en la segunda…bueno, en la segunda hace de maltratador. Las dos son grandes actuaciones, diferentes pero ambas excelentes.


Me atrevería a decir que ésta es la mejor interpretación en lo que va de año y, aunque hay un cierto payaso esperando a la vuelta de la esquina para desdecirme, terminará siendo una de las mejores sin duda alguna. Un buen actor expresa la tristeza de su personaje con llantos, un gran actor lo hace conteniéndolos. El contexto que rodea a Roy es de hermetismo emocional: todos evitan expresar sus sentimientos porque nadie quiere parecer débil a ojos del gran jefe. En cierta medida, Ad Astra también nos habla sobre el papel que el trabajo juega en la vida de una persona y sobre cómo este puede llegar a deshumanizarnos, a atarnos emocionalmente. Todos los que rodean a Roy cumplen su papel a raja tabla, sin preguntarse ni dudar de nada. Simplemente obedecen órdenes del gran jefe y ellos hacen cualquier cosa para acatarlas, aunque esto significa matar a otra persona. Al inicio de la película, Roy McBride se comporta como una máquina: centrado únicamente en su trabajo, sin distracciones ni pensamientos ni vínculos emocionales de ningún tipo. En toda su carrera, su pulso nunca ha excedido las 80 pulsaciones/minuto. Su mujer es una extraña y para ella, él también lo es; su vida en pareja es un fracaso constante, un bucle infinito de decepciones y lamentos. Viajar al espacio es su único consuelo, su vía de escape, pero pronto se dará cuenta que la misión de descubrimiento que emprenderá a Neptuno no será un encargo como cualquier otro, sino un viaje introspectivo a lo más profundo de su ser. Un autoanálisis de su vida, sus logros y sus fracasos, sus traumas y su miedo a reconectar nuevamente con su padre, esa bestia negra que ama y odia a partes iguales.


Si tuviera que achacarle algo a esta película sería que la acción no encaja del todo con el resto de la película. Se siente más como un añadido para hacerla más ligera y llevadera que una parte esencial de la narración. Los momentos introspectivos, con esa voz en off que bien podría haber sido la de Martin Sheen, son excepcionales pero estos no terminan de cuadrar con las escenas más espectaculares del filme. Abro un pequeño paréntesis para discutir el tema de la voz en off, adorada y odiada a partes iguales: creo que es una herramienta muy útil para profundizar en la mente de un personaje, sobretodo cuando este no resulta muy expresivo. Nuestro protagonista está tan cerrado en sí mismo que difícilmente va a llegar a ese nivel de intimidad con nadie, ni tan siquiera con su padre, lo cual impide al espectador conocerle más de cerca. James Gray bebe directamente del Coppola de Apocalypse Now a la hora de emplear este recurso y creo que está muy bien utilizado. Volviendo a los aspectos negativos de la película, me hubiese gustado ver más del mundo futurista en el que se ambienta. Hay pequeños intentos, esbozos del universo que Gray pretende construir: lo apreciamos más cuando van a la Luna y posteriormente a Marte. Desgraciadamente, lo poco que muestra no son más que pinceladas con poco o ningún contexto; simplemente están ahí para añadirle un poco de sal al relato. Los tests psicológicos, la comercialización de la Luna, los piratas espaciales, las salas de reposo, etc. Son elementos muy interesantes y hasta resultan creíbles, pero son muy esporádicos.


Del aspecto audiovisual poco queda por decir que no se haya dicho ya. Seguramente sea la película más impresionante en esta faceta en lo que va de año y me atrevería a apostar por ella para llevarse algún premio técnico, ya sea por la fotografía de Van Hoytema, por los efectos de sonido o los efectos visuales que recordemos ya ganó otra cinta del espacio como First Man el año pasado. Curiosamente, la obra de Chazelle guarda bastantes similitudes con Ad Astra: ambas tienen a un personaje estoico y callado como figura protagonista y ambas son audiovisualmente hermosas. La banda sonora de Ad Astra no tiene nada que envidiar a otras del género como la propia First Man; si no me creéis os invito a escuchar los temas “To the stars”, la canción versionada de la sonata “Claro de luna” y la pieza “Says” de Nils Frahm. Quizá no sea la BSO más bombástica, ya que logra esconderse muy bien tras la fotografía, pero no por ello es menos buena. En mi opinión, cuanto más concuerde la música con el ritmo y tono de la película, mejor es.


En definitiva, Ad Astra es una de las mejores películas del año. No es una obra maestra, tiene sus errores, pero creo que este tipo de cine más reflexivo merece mucho la pena, sobretodo cuando está ejecutado con este mimo y atención al detalle. Películas como ésta, que mezclan la épica audiovisual con la intimidad narrativa, corren el riesgo de extinguirse principalmente porque en el cine de hoy día parece que una película no puede ser ambas cosas. Si quieres espectáculo ligero, tienes que consumir películas de la Marvel y si quieres cine de autor más cerebral, has de esperar a otoño-invierno. Muchos creyeron que sci-fi y Brad Pitt equivaldría a aventura espacial y eso dañó las posibilidades del filme. Otros directamente no conectaron con Roy McBride y claro, cuando el director deposita todo el éxito o el fracaso de su cinta en el estudio de este personaje, siempre corre el riesgo de perder a su público. Puede que Ad Astra no complazca a todos los públicos, pero las emociones que evoca y la reflexión que invita hacer al espectador sí lo son; porque no nos ha hecho falta viajar hasta Neptuno para plantearnos, en algún momento de nuestras vidas, la gran pregunta: ¿quiénes somos y hacia dónde vamos?



8/10: LAS ESTRELLAS Y AGUJEROS NEGROS DE LA MENTE

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