Crítica - Antiviral (2012)

En un futuro cercano, la sociedad vive obsesionada con las celebrities. Como si de un culto pagano se tratase, las personas de a pie no conciben su existencia sin la del famoso –como si de una relación parasitaria se tratase–, cuya vida es retransmitida minuto a minuto por televisión. Por tanto, se podría decir que la caja tonta es la nueva Iglesia y los presentadores, actores y demás famosos son los dioses en los que el ciudadano se fija como modelo y estándar por el que regirse.


En esta sociedad distópica, una clínica se lucra vendiendo y suministrando enfermedades de famosos a fans que buscan desesperadamente establecer un vínculo con sus ídolos. Esta es la premisa de Antiviral, la ópera prima de Brandon Cronenberg, hijo del genio y maestro David Cronenberg, quien hizo del miedo a las enfermedades y a las transformaciones físicas una forma de entender el arte.

Estrenada en la edición de 2012 del Festival de Cannes, Antiviral tuvo una fría recepción tanto de crítica como de taquilla –tan solo recaudó $124,000 dólares de un presupuesto inicial de $3,3 millones de dólares canadienses– y no es de extrañar, ya que todo en este pequeño filme está diseñado para satisfacer a un selecto club de amantes al cine estrambótico.


Como no podía ser de otra manera, Brandon adquiere muchos de los manierismos y de las inquietudes narrativas de su padre, hasta el punto que parece que estemos ante un mero reflejo suyo. Quizá si tuviera que achacarle algo a esta magnífica ópera prima, sería la gran similitud que guarda con los trabajos iniciales de David a finales de los 70 y a lo largo de los 80. Antiviral se siente como una propagación del virus cinematográfico “David Cronenberg”.

Sin embargo, Brandon no se contenta con ser la visión tras la cámara, sino que escribe también el guion y he de decir que este está a la altura de su apellido. No obstante, al contrario de lo que ocurre en otros guiones, lo importante de este no es tanto la historia en sí sino lo que subyace.


Syd March (Caleb Landry Jones) se dedica a vender enfermedades a personas que han perdido toda dignidad y amor propio, pero el problema va mucho más allá de una panda de groupies malgastando el dinero; el culto al famoso se ha convertido en una nueva forma de vida. Todo lo que consumimos en esta escalofriante distopía que tan bien retrata el hijo mediano de los Cronenberg, tiene como único objetivo acercarse a la carne del famoso. Una comunión física que trasciende lo corpóreo, corrompiendo el misma alma del individuo.

El papel de Syd en este loco mundo no es el de un simple espectador, ni siquiera el de verdugo; él es una víctima más de la mente colectiva. Al igual que muchos, Syd siente una obsesión malsana por Hannah Geist, la reina del mundillo de las celebridades, y pretende crear un vínculo biológico con ella por medio de la sangre y la enfermedad. Cronenberg diseña un mundo aterrador que en cierta medida guarda similitudes con la realidad, lo cual hace que el conjunto resulte de lo más inquietante.


Como dije antes, Antiviral tiene en su historia una de sus grandes bazas y otra es sin duda la ambientación. Minimalista y con un claro predominio del blanco, el diseño de producción es sencillo y es muy eficaz a la hora de mostrarnos ese contraste entre la pulcritud y asepsia del entorno y los repugnantes comportamientos de los personajes que lo habitan. En un momento de la escena, sirviéndose de un plano general, Brandon Cronenberg retrata la fotografía del escenario –frío, puro y limpio– para, momentos después, horrorizarnos con un festival de agujas, deformidades y sangre por doquier.

Sin embargo, este juego de contrastes no resultaría tan efectivo sin un actor que supiese adaptarse al escenario. Si bien Caleb Landry Jones no hace un trabajo particularmente memorable –la visión del autor está por encima de cualquier actuación individual–, su elección de casting me ha parecido acertadísima. Algunos quizá lo recuerden en el papel de hermano psicótico en Déjame salir (2017) de Jordan Peele y no es casualidad que ambos personajes compartan similitudes, ya que Landry Jones está encasillado en el rol de villano perturbador. Incluso en Antiviral, donde es absoluto protagonista, su personaje jamás puede ser considerado un antihéroe –mucho menos un héroe–. Aparte de su tez lechosa y apariencia aniñada, aquí destaca sobretodo por una mirada carente de emociones y unas gesticulaciones erráticas y enfermas que transmiten en todo momento la fragilidad física y mental del personaje.


Por otro lado, las interpretaciones del resto del reparto son bastante insípidas. La canadiense Sarah Gadon, que interpreta a Hannah Geist, no tiene prácticamente ningún peso dramático en el filme y cuando aparece tampoco causa sensación, más allá de su cautivadora belleza clásica. Los demás actores son de segunda o tercera fila, algo lógico teniendo en cuenta el ajustado presupuesto del proyecto, pero esto tampoco ayuda a sumergirnos en la historia.


Además, el guion que antes alababa por su originalidad, también peca de cierta frialdad. Resulta harto complicado sentir empatía por alguno de los personajes de la obra o alinearse con sus preocupaciones. Todos, absolutamente todos, forman parte de un entramado social podrido hasta la médula y lo peor es que no hay ninguna señal de rebeldía contra este “establishment”. Seguramente alguien, en algún momento, fuese consciente del oscuro lugar hacia el que se dirigía esta sociedad, pero de eso ya hace mucho, mucho tiempo.

Cronenberg quizá hace demasiado bien su trabajo analítico como para que nos importe cualquiera de sus personajes, lo cual va en perjuicio del ritmo y del interés que el espectador llega a tener en el desarrollo de la trama.

En definitiva, Antiviral es un debut más que interesante de un director que busca encontrar en la voz artística de su padre la suya propia. Esta película sirve como una notable carta de presentación, así como un recordatorio de que el concepto de la “Nueva Carne” sigue siendo relevante y busca, en este siglo XXI, reinventarse gracias en parte a las mega-celebrities que día y noche se dejan ver en la web. Una nueva forma de idolatría virtual, que ha encontrado en el culto a la belleza corporal una especie de salvación espiritual –que en realidad no es otra cosa que servidumbre mental– realmente sórdida.


7/10: LA TRANSFORMACION DE LA CARNE.

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