Viaje al terror ochentero

Hace unos días pedí vuestra opinión sobre el género que os gustaría que abordase en mi próximo artículo y la opción ganadora fue la de terror. Como yo me debo a vosotros, mis lectores, aquí se viene una reseña de no una ni dos ni tres, sino cinco películas de terror ochentero que abarca subgéneros muy distintos como el slasher, lo sobrenatural o los zombies. Cinco representantes del horror americano y europeo que espero sea de vuestro agrado. Así que, sin más, adentrémonos en el mundo de lo macabro.

The Hitcher (1986)



Deudora de El autoestopista de Ida Lupino y de El diablo sobre ruedas de Spielberg en menor medida, Carretera al infierno es un perfecto ejemplo de que, en el cine de terror, menos, es más. Con apenas dos personajes, un héroe y su némesis, el director Robert Harmon saca todo el provecho de su cinta para entregarnos hora y media de pura tensión. La película narra la persecución por las desérticas carreteras de Texas entre el joven Jim Halsey y el trastornado John Ryder, un psicópata que no cejará en su empeño por hacerle la vida imposible al chico.

Rutger Hauer, nuestro replicante de cabecera, rebosa carisma e intimidación en un papel hecho a medida para el desgarbado holandés. Cada una de sus intervenciones, que al contrario de lo que pueda parecer no son muchas, resultan de lo más hipnóticas y electrizantes. Su personaje no le tema a nada ni a nadie, tampoco muestra signos de fatiga o remordimiento; si nos dicen que es el mismísimo emisario de Belcebú en la Tierra, nos lo creemos. Por otro lado, C. Thomas Howell hace aquí el papel de su carrera (que no es mucho decir), resultando creíble en todo momento y aunque su papel no le exige demasiado interpretativamente hablando, tampoco falla a la hora de transmitirnos esa ansiedad y desesperación de su personaje, como tampoco falla Jennifer Jason Leig, en un papel secundario donde ya se dejaba ver como una actriz de belleza mística y gran porte en pantalla.


The Hitcher se sustenta sobretodo en el curtido actor Rutger Hauer y en un gran trabajo de dirección y ambientación que logra la difícil tarea de convertir una larga persecución a través del desierto en un thriller visualmente prometedor (el director de fotografía no es otro que John Seale, al que recordaréis por su último y brillante trabajo en Mad Max: Fury Road) y con un pulso narrativo sin parangón en el género.

Como nota negativa, se acusa cierta repetición de secuencias; al principio esto funciona muy bien, pero llegado al final puede resultar un tanto pesado. Además, la cinta no está exenta de casualidades y conveniencias de guion que jamás se explican y que sobretodo le hacen un flaco favor al villano, que en ocasiones puede parecer muy aleatorio e ilógico en sus acciones. Para los amantes del gore, no esperéis gran cosa de esta película, ya que la mayor parte del terror se construye alrededor de este particular juego del gato y el ratón y en cómo este llega a afectar incluso a los espectadores, haciéndoles partícipes.

Maniac (1980)


El realizador William Lustig nos sumerge en la perturbada mente del barrigudo paria Frank Zito, uno de los asesinos más icónicos de la gran pantalla. Joe Spinell, actor al que algunos reconoceréis por sus breves intervenciones en películas como El padrino: Parte II, Taxi Driver o en la queridísima saga de Rocky Balboa, nos entrega su mejor interpretación, bordando el papel del mugriento psicópata que hace de Nueva York el escenario de sus sádicas fantasías. Como podéis deducir, el título de la película le hace justicia al protagonista.

Lo más interesante de esta propuesta son los efectos especiales a cargo de Tom Savini, uno de los grandes genios del maquillaje y las prótesis en la década de los ochenta. La historia de este hombre es especialmente interesante: su inspiración para imitar con gran realismo los desmembramientos, decapitaciones y demás daños físicos que se mostraban en la pantalla venían de su participación en la Guerra de Vietnam, donde sirvió como fotógrafo de guerra. Algo en lo que muchas cintas bélicas fallaban por aquel entonces era en mostrar las heridas de bala o por cualquier otro artefacto con el rigor propio del campo de batalla y Savini fue uno de los grandes representantes de este movimiento que buscaba acercar la violencia de la guerra al celuloide.


En Maniac cada escena es un derroche de gore y mutilaciones. Un show bastante escabroso que creó escuela y fue un referente para muchos jóvenes que soñaban con rodar algún día una película así de fuerte. Pero además del gore, hay que elogiar los trabajos de Spinell en la interpretación y de Lustig tras la cámars; ambos sostienen el pulso de la película y le dan una factura técnica con la que muchas otras películas de serie Z soñarían. Además, tiene secuencias muy bien realizadas como la del metro y aunque el desenlace es un tanto apresurado y confuso, Maniac ofrece justo lo que promete.

El más allá (1981)


Ya hemos hablado de una cinta de terror más psicológico como Carretera al infierno y otra más gore como Maniac de Joe Spinell; ahora toca cruzar el Atlántico para recorrer el viejo continente. Europa siempre ha tenido una buena cantera de terror: el más conocido seguramente sea Alfred Hitchcock, el maestro del suspense, pero no debemos olvidarnos de movimientos como el expresionismo alemán o el giallo. Este último causó furor en los años 60 y 70 gracias a figuras como Mario Bava, Dario Argento, Luigi Bazzoni o Lucio Fulci, que llevaron el cine italiano a un nivel de erotismo, violencia y estilo visual nunca antes visto. En aquella época también pudimos observar los inicios de otros directores como Sergio Corbucci, Tinto Brass o el más prolífico de todos, Sergio Leone. Era la época del spaghetti western, del cine erótico y por supuesto, del cine de terror.


El giallo alcanzó su apogeo en los años 70, experimentó en los años 80 –donde sus directores referentes buscaron nuevas fórmulas más arriesgadas que lo hicieran evolucionar– y se fue apagando en los años 90 hasta morir definitivamente con la entrada del nuevo siglo. Lucio Fulci sin duda empujó el género hacia nuevos horizontes con El más allá, película que bebe directamente del giallo y lo utiliza como base para crear algo nuevo; ese género que una vez estuvo más centrado en lo policíaco y en la caza del asesino en serie, ahora había explotado en ríos de gore, efectos especiales repugnantes e historias que mezclaban lo sobrenatural con lo sexual y lo freudiano.


Lo que más me atrae de L’aldilá –título original del filme– es que no se recata en ningún momento. Empieza salvaje y termina aún más salvajemente. La excentricidad del género originado en la década de los 60 alcanza nuevas cotas de casquería, situaciones pesadillescas e imágenes espeluznantes. Olvídense de la historia y de los personajes, aquí no hemos venido a deleitarnos con un menú degustación, sino con una grasienta y deliciosa pizza, donde cada ingrediente le añade más picante al grotesco espectáculo. El más allá es una recopilación de los mejores hits del género: tiene insectos, desmembramientos, desfiguraciones, descomposiciones, crucifixiones… ¡vamos, un festival de putrefacción!

Hay películas que no fueron hechas para ser vistas desde el prisma de la lógica y la razón; El más allá es una de ellas. Lucio Fulci elabora una extravagante pesadilla, una estrafalaria representación del Mal en todas sus formas; si el espectador lograr soltarse las cadenas que lo atan a las leyes de la realidad y se deja llevar, encontrará en esta una magnífica cinta de terror.

Maniac Cop (1988)


Volvemos a Estados Unidos para tratar otra película de William Lustig que curiosamente también contiene la palabra maniaco en el título. Sin embargo, que esto no os confunda, porque Maniac Cop no guarda ningún paralelismo con la película que hablamos antes. Aunque ambas entran en la misma categoría de slasher, Maniac (1980) toma como protagonista al propio asesino, mientras que esta tiene a un veterano en el cine de terror como Tom Atkins cumpliendo el papel de detective yendo tras el rastro de sangre que deja este misterioso psicópata vestido de policía.

Lo interesante de esta propuesta, aparte de la violencia, es su reparto. Al mencionado Tom Atkins, icono del terror ochentero, se suma un Bruce Campbell que recién había estrenado Evil Dead 2 y también Richard Roundtree, más conocido en la gran pantalla por interpretar a John Shaft, aunque en un papel muy minoritario. Además, el guion corre a cargo del mismísimo Larry Cohen, uno de los últimos artesanos de la serie z.


La historia en sí no es nada del otro jueves, aunque se nota un cierto esfuerzo en darle al villano un pasado sobre el que poder desarrollar el argumento. Matt Cordell, el policía vengativo, deja un reguero de sangre y vísceras a su paso, recordándonos vagamente a otros villanos indestructibles de los ochenta y aunque en un concurso de popularidad perdería ampliamente contra Leatherface, Jason Vorhees, Michael Myers o Freddie Krueger debido a su escaso carisma, lo cierto es que no tiene nada que envidiarles en lo que a capacidad destructiva se refiere. Divertida y directa al grano, con un metraje muy ajustado que le sienta a las mil maravillas y alguna que otra secuencia de acción bastante competente. Los fans del gore preferirán sus secuelas, pero para los más clásicos, la original es todo lo que necesitáis.

Phenomena (1985)


En nuestra última parada de este viaje por el terror ochentero que espero os esté gustando, vamos a volver a una de las cunas del horror de la mano de Dario Argento. El icónico realizador y guionista romano ya empezaba a acusar cierto cansancio, que se haría evidente a partir de los noventa en adelante, cuando la producción y la calidad de sus obras cayó en picado. Aún así, los ochenta fueron una buena década para él, manteniendo vivo el género con cintas como Terror en la ópera o Tenebre.

La película que hoy abordamos es Phenomena –título en mi opinión bastante pobre, que sugiere poco e invita aún menos a verla–, protagonizada por una jovencísima Jennifer Connelly a la que un año más tarde, en el ’86, veríamos junto a David Bowie en la película de culto de Jim Henson, Dentro del laberinto. Acompañándola, en un papel secundario, encontramos al siempre bienvenido Donald Pleasence, uno de esos actores que siempre me gusta ver en pantalla.


El guion, como no podía ser de otra manera, está escrito por el propio Argento y si por algo se caracteriza es por ser una espiral de locura que por momentos roza lo surrealista y lo onírico, algo muy característico en su filmografía. Una experiencia bastante única en la que el espectador tendrá la oportunidad de sumergirse en un mundo fantasioso, donde la fina línea que separa lo real de lo irreal se entremezclan para formar una nueva y aterradora. La premisa es sencilla: Jennifer Corvino (Connelly), hija de una estrella de Hollywood, viaja hasta los Alpes suizos para ingresar en la Academia Richard Wagner. Lo que en principio parece un viaje de estudios se convertirá en uno de autodescubrimiento cuando se percata de que guarda un vínculo telepático con los insectos. Con la ayuda de su amigo entomólogo, el profesor John McGregor (Pleasance), y su mona ayudante, Jennifer tratará de desvelar el misterio que se oculta tras el internado y tras los brutales asesinatos que están ocurriendo en la región.


Si la premisa os parece de lo más extravagante y rebuscada, esperad a ver la película. Desde el primer minuto, Argento crea una atmósfera de ensoñación –prueba de ello es el sonambulismo que padece un personaje– donde la única constante es el peligro y el desconcierto. La sospecha y la incertidumbre se mantienen siempre en el aire, mientras tratamos de descifrar lo que, cual trilero, esconde Argento bajo la manga. Llegados al tercer acto, con todas las cartas sobre la mesa, el director nos sube a su montaña rusa de emociones: de la intriga al terror más visceral, pasando por algunos momentos cómicos y otros algo melodramáticos –véase el personaje de Frau Brückner–. El final, más que ser satisfactorio es ridículo, aunque se mantiene fiel a esa atmósfera antes mencionaba y al estilo del propio director. Con Phenomena, Argento demuestra ser uno de los grandes a la hora de construir mundos únicos y transportarnos a ellos, haciéndonos partícipes de las horripilantes imágenes que nos muestra. El espectador, atrapado e indefenso, no puede hacer otra cosa que agarrarse a la butaca mientras espera la próxima excentricidad made in Argento.

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