El veterano cineasta Spike Lee y Netflix se unen de nuevo para traernos su última película, “Da 5 Bloods”. En ella seguimos a cuatro afroamericanos excombatientes en la Guerra de Vietnam, que regresan décadas después al país del sudeste asiático para encontrar los restos de Norman, su jefe de escuadrón caído en combate. Juntos, el grupo encabezado por Paul volverá a la peligrosa selva de Vietnam en busca de la justicia que no obtuvieron en su país.
Con un sólido reparto, en el cual encontramos nombres tan asociados a su cine como Delroy Lindo o Isiah Whitlock Jr. y otras caras conocidas como Jean Reno o Mélanie Thierry, Spike Lee parece decidido a repetir el éxito que para mí y para otros muchos fue “Infiltrado en el KKKlan”, filme que supuso un regreso a la forma.
Me considero un gran aficionado al cine de Spike Lee, tanto en su vertiente reivindicativa (véase “Malcolm X”, “Haz lo que debas”, etc.) como en la más comercial, siendo en mi opinión uno de los autores norteamericanos más relevantes del cine postmoderno.
Sin embargo, su carrera ha sido del todo irregular, despuntando en los años 90, brillando a principios del nuevo milenio y hundiéndose como el Titanic en esta última década, en la que firmó títulos tan bochornosos como el remake de “Oldboy”. Esta irregularidad hace que cada uno de sus estrenos sean un salto de fe para el espectador, el cual cruza los dedos esperando ver la versión buena del director. La gran incógnita que se nos plantea aquí es si “Da 5 Bloods” se suma a la lista de sus grandes éxitos o, por el contrario, pasará sin pena ni gloria.
Lo primero que llamó mi atención fueron sus dos horas y media de duración. Cuando el metraje se dispara por encima de las dos horas, tiene que haber un buen motivo y aquí, desgraciadamente no lo hay. Y no lo hay porque de los cuatro personajes principales que forman el grupo de veteranos, sólo uno goza de cierto protagonismo.
Estoy hablando de Paul (Delroy Lindo), un personaje atormentado y consumido por el odio; odia a los vietnamitas, a los inmigrantes y en definitiva, a cualquiera que le lleve la contraria, incluso si estos son sus compañeros de armas o hasta su propio hijo.
Paul es un personaje lleno de contradicciones: primero nos aseguran que, de los cuatro, él era el más cercano a Norman y el que más valoraba sus enseñanzas. Irónicamente, este desoye todas y cada una de ellas y en su lugar opta por el camino contrario: haciéndole la vida imposible a su hijo, a sus cuatro colegas y al espectador, que acaba viéndolo más como una caricatura o un villano de tebeo, que como una persona de carne y hueso.
Delroy Lindo hace lo que puede con su personaje, pero el retrato que Lee hace de él resulta tan poco sutil, tan extremo y falto de delicadeza, que un servidor acabó exhausto de escuchar su retahíla. Esto por no mencionar sus constantes cambios de humor y sus acciones disparatadas hacia un grupo de desactivadores de bombas con los que interactúa.
El director tampoco está interesado en confrontar la postura de Paul con la de su hijo, ni tan siquiera hacernos ver las diferencias culturales que hay entre ambas generaciones. Pese a gozar de un puñado de oportunidades para hacerles conversar, Lee prefiere verlos enfrentarse una y otra y otra vez. ¡La repetición es la norma!
Por el otro lado, si Paul ejerce el rol del personaje iracundo, Otis (Clarke Peters) es la voz de la razón. Aunque este tiene una subtrama interesante acerca de una hija perdida, esta apenas se menciona en el primer y en el tercer acto, dejándonos entre medias una sensación de vacío muy decepcionante. Es como si Spike Lee quisiese prefabricar sentimientos sin trabajarlos; “toma, aquí tienes tu ración de drama, ahora llora”.
Sobre Eddie y Melvin, los dos miembros restantes del grupo, poco se puede decir. Son tan irrelevantes que, si los hubiesen borrado de la historia, esta no hubiese cambiado. Resulta frustrante ver a dos actores tan comprometidos con el proyecto, siendo relegados a meros figurantes, utilizados por el director como carne de cañón para causar shock.
Más de lo mismo ocurre con los secundarios, trágicamente desaprovechados por un Spike Lee cegado por el mensaje político que quiere introducir a toda costa. Al final, las más de dos horas de ficción parecen una simple excusa para imponernos su particular visión de la sociedad donde, al igual que ocurre en la película, no hay matices; solo buenos y malos.
Aparte de esto, la estructura narrativa de “Da 5 Bloods” es del todo irregular. Tan pronto parece un drama, como un monólogo existencialista, una película de acción gore o una comedia absurda sobre unos yanquis aventurándose en el bosque cuales domingueros yéndose de picnic. El tono no se establece claramente desde el inicio y eso, junto a un metraje excesivo, hace que la experiencia sea algo discordante y tediosa.
Sus constantes idas y venidas en el formato, yendo desde un aspecto 16:9 para darle amplitud a las escenas situadas en la jungla actual, hasta un 1.33:1 claustrofóbico para los flashbacks de la guerra –entre otros aspectos–, le otorgan al filme algo de la frescura que le falta al guion. Eso junto a unas actuaciones convincentes y una banda sonora sobresaliente, en la que tenemos el placer de escuchar la grandiosa voz de Marvin Gaye, al superclase Curtis Mayfield o a la infravalorada banda de soul, The Chambers Brothers, ayudan al menos a hacer un producto soportable. Mención especial para Terence Blanchard, el compositor habitual de Spike Lee, que aquí hace de nuevo un trabajo notable.
El problema es que los aciertos audiovisuales chocan con la banalidad de sus imágenes, a menudo carentes de impacto dramático o tan siquiera de sentido. Y es que otro de sus puntos negativos es un montaje caótico que, ya desde el principio, se manifiesta en la escena en la que los cuatro compañeros se saludan en el hotel. Esta rompe la ilusión de continuidad, situando a los personajes en posiciones distintas de un plano a otro. Si bien esto no plantea un gran problema, estos fallos son impropios de semejante producción.
Tenía muchas expectativas puestas en “Da 5 Bloods”, sobretodo después de lo mucho que me gustó su anterior trabajo –echadle un vistazo a mi crítica si no me creéis–, pero me temo que Spike Lee ha vuelto a la irregularidad tonal a la que nos tenía acostumbrados estos últimos años.
Sin duda tiene aciertos, no es un fracaso total, pero la sensación que me deja es más agria que dulce. Pese a contar con un elenco muy implicado y una faceta audiovisual arriesgada y juguetona, Lee no sabe muy bien cuál es el propósito de su película. ¿Quiere contarnos algo universal de la raza humana, hacernos reflexionar sobre la naturaleza del odio o simplemente vender su propaganda moralista? Como película del Vietnam no tiene nada que añadir al debate y como reflexión tampoco funciona por culpa de su maniqueísmo; para él solo existen el tipo malhumorado y el buenazo. En dos horas y media, no hay excusa que valga para no desarrollar más a tus personajes y Lee, en esta ocasión, no ejerció de líder de escuadrón.
5/10: MUCHO ESTILO, POCA SUSTANCIA.
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