Estoy
seguro que a todos nos ocurre emocionarnos a principio de año con ciertos
estrenos que anticipamos pero que, cuando por fin las vemos,
no terminan de llenar nuestras expectativas. Sí, estoy hablando de mis
decepciones cinéfilas del año pasado y creedme cuando os digo que hubo unas
cuantas. Por eso, este año no haré una lista de las peores películas de 2017 sino una
con las que no alcanzaron el potencial que yo tenía depositado en ellas. Es muy
probable que algunos de los títulos que aparecen en mi lista estén entre vuestras mejores del año pero quiero dejar claro que esta es mi
valoración personal y sería preocupante si todos los que leyeseis esto
estuvieseis completamente de acuerdo conmigo.
P.D.
Por cierto, este no es un ranking. De alguna manera, todas terminaron decepcionándome.
Dunkerque.
Empezamos este listado con una de las obras más populares del año
pasado. Muchos de vosotros veréis esto como un ultraje o como un intento por mi
parte de llamar la atención pero nada más lejos de la realidad. Si echáis un
vistazo al artículo que publiqué a comienzos de 2017 con las películas más
esperadas por mí, Dunkerque se encontraba entre las tres primeras. Christopher
Nolan es sinónimo de calidad y eso es indiscutible; guste o no, su filmografía
lo avala. Memento, Insomnia, Origen y un largo etcétera de títulos han marcado
a la comunidad cinéfila desde principios del nuevo milenio. Su último trabajo,
Interstellar, me encantó y esperaba que su primera incursión en el género
bélico estuviese a la altura de su currículum. Desgraciadamente, el resultado
me pareció un tanto discreto. Demasiado ruido y pocas nueces. Muchos hablan de
experiencia sensorial, del poder de la narración visual y estoy de acuerdo, Dunkerque
es un espectáculo en ese sentido. Sin embargo, no considero que sea una obra maestra, ni
muchísimo menos. La historia brilla por su ausencia, la exposición de los
hechos acontecidos en la batalla me pareció confusa y atropellada,
ninguno de los personajes sostuvo la trama ni tuvo peso dramático –entiendo que es un esfuerzo coral
pero nadie despuntó– y Nolan volvió a dejar patente que filmar grandes escenas de acción es su punto débil. Tampoco me gustó su estructura, aunque entiendo que eso es más subjetivo. En definitiva, Dunkerque me
resultó una decepción porque no sobresalió en ninguna faceta; es una buena película
bélica, fotografiada de forma brillante por Hoyte van Hoytema, con una banda
sonora estresante de Hans Zimmer, un diseño de producción genial y un pulso frenético –demasiado para mi gusto– pero no consiguió ni
emocionarme ni impactarme. Una experiencia bonita pero excesivamente fría, carente de significado.
Life (Vida). Una nueva apuesta por el terror espacial con Ryan Reynolds, Rebecca Ferguson y
Jake Gyllenhaal encabezando el reparto y los autores de la extravagante
Deadpool a cargo del guión. Cuando a principios del año pasado supe de la
existencia de Vida, mis expectativas se dispararon. Si a esto le sumábamos el estreno
del nuevo capítulo de la saga Alien, 2017 pintaba como un regreso triunfal de
este subgénero. Desgraciadamente, ninguna consiguió su cometido; por muy disfrutables que fuesen, ambas desperdiciaron una oportunidad de oro para hacer algo
insólito. Life tiene una buena factura técnica e interpretativa y una
puesta en escena intrigante pero tira todo eso a la basura al convertirse en un remake encubierto de Alien. Genérica, desaprovechada e insulsa cinta, donde los
actores no tienen mucho con lo que trabajar y el director parece más preocupado en imitar la estética de Gravity que en desarrollar un estilo propio. Sin embargo, lo peor es que no transite
demasiada intensidad ni claustrofobia dentro de la nave: al bicho ya lo
conocemos desde el principio y su diseño no destaca demasiado, la nave está tan iluminada que la fotografía no puede jugar ni con las sombras ni con los decorados y la
historia se vuelve tan predecible que cuando llega el final e intenta sorprender al
espectador, lo único que provocó fueron risas. Un producto pasable que no daña a
la vista pero que no vas a recordar pasados diez minutos.
Alien:
Covenant. Y ahora vamos con la otra película de terror espacial que nos entregó
2017. Ridley Scott regresaba a su saga más célebre para proseguir la historia
de Prometheus, aquella precuela que allá por 2012 nos dejó a todos con grandes
preguntas pendientes de respuesta. Aquella cinta fue sin lugar a dudas una propuesta arriesgada,
que apostaba por romper los corsés autoimpuestos de la saga y emprender una
nueva ruta argumental que recordase a la atmósfera cautivadora de la
original y a la vez nos plantease un desafío. Como suele ocurrir con proyectos
tan ambiciosos, el resultado no satisfizo a todos y disuadió a algunos fans
definitivamente. Pero hubo muchos otros –entre los que me incluyo– que vieron
potencial en ella, dándola otra oportunidad a Scott para que continuara
explorando su idea. A mí me gustó mucho Prometheus, creo que es sugestiva,
está narrada con tensión y nos trajo dos nuevos personajes con potencial y carisma como
la doctora Elizabeth Shaw y el androide David, interpretados por Noomi Rapace y
Michael Fassbender respectivamente. Cuando anunciaron esta secuela para 2017, tenía
ganas de ver la nueva aventura de Shaw y David.
En su lugar, lo que obtuvimos fue un híbrido entre Prometheus y Alien, el
octavo pasajero. No voy a negar que me pasé un buen rato con Covenant: está bien filmada, tiene escenas
gore muy satisfactorias y desarrolla al personaje protagonista David de forma sorprendente.
Desgraciadamente, también obvia gran parte de lo establecido en su predecesora, tirando más por los convencionalismos de la franquicia. Es como si Ridley
Scott se hubiese hartado de escuchar críticas a Prometheus y decidiese, a modo
de venganza, hacer justo lo contrario. ¿Querías abrazacaras? Ahí los tienes.
¿Querías xenomorfos? También los hay. Seguro que querías más acción y sangre,
¿verdad? Pues hay toda la que quieras y más. Alien: Covenant resulta entretenida y por momentos
vibrante pero también es demasiado autocomplaciente.
Guardianes
de la galaxia Vol. 2. He de admitir que salté tardé al tren de Guardianes de la
galaxia; cuando se estrenó, no quería saber nada de superhéroes y menos si uno
de ellos era un mapache parlanchín. Perdonen mi ignorancia pero no soy un gran
conocedor de los cómics –seguramente si lo fuera, mi opinión hubiese sido distinta–. No obstante, un día alcancé a verla y
me gustó mucho. Me pareció fresca, divertida, con una banda sonora excepcional y un
elenco de protagonistas que derrochaban carisma –¡sobretodo el mapache!–. Por
fin una ópera espacial escapaba de la alargada sombra de Star Wars. Sobra decir
que James Gunn siempre me pareció un director interesante –miren Slither si
no me creen– así que cuando me enteré que estaba trabajando en una secuela, no
lo pensé dos veces: ¡tenía que entrar en mi lista de películas más esperadas de
2017! Y así fui al cine, con la idea de ver una secuela digna o quizá, sólo
quizá, mejor que la original. Por si fuera poco, Kurt Russell y Sylvester Stallone –mejor
conocidos en la gran pantalla como Snake Plissken y Marion Cobretti– también se sumaban
al reparto. Nada podía fallar, ¿verdad? Pues lo hizo estrepitosamente. Si en el
primer volumen conocimos a unos personajes con los que conectamos enseguida,
esta continuación debería haberles dado profundidad. En su lugar, lo que James
Gunn magnifica es la comedia y lo absurdo, dejándonos con la sensación de estar
viendo más de lo mismo…pero más forzado. Una secuela que a falta de un claro protagonista es sustentada por Yondu, un
personaje secundario que paradójicamente es el único que posee un arco
dramático. Excesivamente larga e incluso aburrida secuela que hace que me pregunte si de verdad necesito ver una tercera parte...lo dudo.
Justice
League. Otra cinta con potencial que en un intento por contentar a la gran
audiencia pervirtió su esencia, quedando en un entretenimiento para ver y
olvidar. Warner Bros. muestra una vez más su incapacidad para traernos historias
cautivadoras que a su vez sean consistentes con el tono del universo
cinematográfico que intentan construir en vano. Hace unos días saltó la
noticia de la contratación de Walter Hamada, el nuevo directivo que encabezará la sección de DC en los despachos de la productora hollywoodiense, remplazando
de esta forma a Jon Berg y Geoff Johns y yo me pregunto si esto no es más que
otra consecuencia del pánico que les entró tras ver la debacle que fue esta
película. Sea como sea, tantos cambios constantes de dirección están
repercutiendo seriamente la calidad de sus títulos y Justice League es el
ejemplo más flagrante hasta la fecha. Inicialmente, Zack Snyder sería el encargado de dirigir este proyecto aunque meses después fue sustituido por Joss Whedon, un buen director con un estilo completamente opuesto al de Snyder. El resultado fue un verdadero caos, una abominación hecha
a martillazos: visualmente desastrosa, con unos nuevos personajes metidos a calzador, un montaje catastrófico y una trama genérica a más no
poder. Eso por no hablar de la pobre calidad de sus efectos digitales. En mi opinión, Justice League no sólo es una gran decepción sino también una de las
peores películas de 2017.
Asesinato
en el Orient Express. Kenneth Branagh lleva una racha negativa monumental. Continúa viviendo de las rentas desde que hiciera Hamlet en 1996. Sin embargo, tras un
puñado de películas bastante olvidables, Brannagh se decidía por una nueva
adaptación del libro homónimo de Agatha Christie, Asesinato en el Orient
Express y yo recuperé de pronto mi fe en él. Quizá fue un autoengaño, una excusa para no
admitir que este actor y director lleva años en declive pero mantuve esperanzas.
Al menos hasta que fui a verla. Cuando por fin salí de la sala y de camino a
casa, la única pregunta que rondaba mi cabeza era: ¿por qué?
Sí, esas mismas palabras que popularizó José Mourinho hace ya unos años. ¿Por qué hacer un remake que no innova
absolutamente en nada? ¿Por qué dedicarle un presupuesto generoso y un gran
elenco de actores para hacer un pastiche tan infumable e intrascedente? ¿Y por
qué el director de Hamlet y Enrique V cayó tan, tan bajo? Me puso la cabeza
como si me hubiese pasado por encima mío el maldito Orient Express.
Madre! Pero si hubo una película que me cayó como un jarro de agua fría el año pasado fue
la de Darren Aronofsky. Su “historia” era tan insoportable, pedante y
sensacionalista que me olvidé que estaba viendo un producto cinematográfico. Desde la irritante fotografía de Matthew Libatique –¡deja de filmarlo todo en primerísimo plano de un sólo personaje!– hasta sus interpretaciones
sobreactuadas, lo único acertado de esta cinta fue el acento en el título porque te
dan ganas de gritarlo de pura rabia. Luego están todos aquellos que se ponen a
filosofar, intentando iluminarnos con títulos reveladores como “El significado
oculto de Madre!” o “Las provocadoras preguntas que nos deja Aronofosky en su
último obra” y no sé si son conscientes de que no hay ningún sustrato. El propio director
declaró que el guión fue fruto de su enfado con la sociedad; no intenta
decirnos nada sino proyectar sus neuras y encima pretende que paguemos por
verlas. ¡Y que le veneremos por ello, faltaría más! Madre! no es más que una alegoría maniquea sobre la falta de
cariño que la raza humana le ha procurado a lo largo de la historia a su hogar, la Tierra, que termina con un desenlace pretencioso y obsceno hasta decir
basta. Aronofosky pretendió criticarnos a todos los demás y terminó quedando él
sólo en evidencia.
Star
Wars: Los últimos Jedi. La lógica del frigorífico fue una teoría acuñada por el
maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Este sostenía que si después de ver una
película, le encuentras fallos de lógica flagrantes quiere decir que estuviste suficientemente entretenido como
para no darte cuenta en la sala. Algo parecido ocurre con este octavo episodio
de La guerra de las galaxias, escrito y dirigido por Rian Johnson: cuando la
estaba viendo, la disfrutaba y no fue hasta que ordene mis impresiones y la pude ver una segunda vez, que caí en la cuenta de que tenía importantes inconsistencias y agujeros
de guión. No voy a entrar en detalles, ya que hay varios artículos en el blog
que ahondan en los problemas argumentales pero es evidente
que como continuación de el Episodio VII, Los últimos Jedi deja bastante que desear. Como digo,
la primera vez que la vi logró entretenerme lo suficiente como para no ver sus
errores y por ello no la considero un suspenso –al igual que las precuelas
tampoco lo son– pero sí hay que pedirle más, a Disney y a Kathleen Kennedy. Esta
nueva trilogía se encamina hacia su desenlace y los ánimos de muchos fans
parecen estar más bajos que nunca. Algunos la destrozaron sin miramientos, encomendándose
al regreso de George Lucas, aunque muchos de ellos fueron los mismos que lo
vapulearon hace unos años, cuando estrenó las precuelas. No obstante, detrás de estos fans
que dicen una cosa y después la contraria, hay muchos entre los que me
encuentro que tienen razones para estar decepcionados con el devenir de los acontecimientos.
Star Wars nació como un cuento fantástico lleno de imaginación y un gran
sentido de la aventura y de la épica, que a su vez encerraba alguna moraleja
–“haz o no hagas, pero no lo intentes”–. Su intención era la de evadir al
espectador de la realidad y sumergirlo en un universo lejano donde las reglas
fueran distintas a las nuestras. Sin embargo, con esta nueva trilogía, Disney
ha roto esa magia trayendo de vuelta a los héroes con los que crecimos pero
mucho más decrépitos y deprimidos. Hay quienes defienden esta decisión, alegando
que las personas cambian y evolucionan; que Luke pudo tener un momento de
debilidad cuando trató de matar a su sobrino mientras dormía y que Han Solo
puede que no sentara la cabeza después de todo. ¿Qué problema hay si Star Wars
se vuelve más realista? Eso lo escuché yo, cuando alguien trataba de defender
algunas de las elecciones tomadas por Rian Johnson. Personalmente, creo que Mark Hamill
tiene razón cuando dice que un Jedi jamás haría lo que hizo Luke en el Episodio
VIII. El problema es que yo puedo volver a ver en cualquier momento las seis películas de George
Lucas y evadirme de la realidad pero no puedo hacerlo cuando veo a mis héroes
hundidos y amargados. Demasiado conflicto para tan poco corazón.
La
seducción. Aún guardo con cariño Lost in Translation, la mejor película de esta
directora. Pero como pasaba con Kenneth Brannagh, cada vez me cuesta más
depositar mis esperanzas en esta directora. Con esta película creí firmemente en el
regreso triunfal de Sofia Coppola pero habrá que seguir esperando, porque su
nueva película no es más que un envoltorio bonito pero vacío. Pese a estar bien rodada y
ambientada, esta película no consiguió seducirme; con una narrativa torpe y
poco inspirada, unos personajes demasiado hieráticos y una moraleja
inexistente, Coppola le hace un flaco favor a su película. Un remake innecesario y pueril que tenía potencial para ser mucho
más de lo que terminó siendo.
Churchill. 2017 vería el estreno de dos películas biográficas centradas en la gran figura
de Winston Churchill. Una era El instante más oscuro, protagonizada por Gary
Oldman y otra era ésta. En Churchill, Brian Cox encarna al ilustre Primer
Ministro británico; pese a no ser gran seguidor de esta clase de dramas, por
alguna razón –probablemente llamada Brian Cox– tenía bastantes ganas de ver este. El
reparto, que incluía actores consolidados como Miranda Richardson o John
Slattery, era bastante bueno y los trailers parecían indicarnos una película seria, con empaque
y buenas interpretaciones. Sin embargo, ni siquiera la calidad actoral consiguió
salvarla de la quema. Una de las películas más tediosas del año pasado.
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